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Goya Vs Velintón

Enfrentamiento entre Goya y el duque de Wellington que tuvo lugar durante la estancia en Madrid de las tropas aliadas anglo-hispano-portuguesas en 1812.

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Este episodio verídico acaeció durante la estancia en Madrid de las tropas aliadas anglo-hispano-portuguesas, al mando de Arthur Wellesley, duque de Wellington, que es el Velintón del título. Así le llamaban los españoles. La entrada de los aliados sucedió un 12 de agosto de 1812, mientras los franceses desalojaban de momento Madrid. Esta retirada fue consecuencia de la victoria aliada en tierras salmantinas, en la batalla llamada de Los Arapiles. Venían con el célebre general británico ilustres guerrilleros españoles como Juan Martín el Empecinado, Juan Palarea el Médico, Manuel Hernández el Abuelo y Francisco Abad Chaleco, además de los generales del ejército regular español Álava, España y el Conde de Amarante.

El Lord inglés, estirado y de carácter adusto y áspero como buen inglés, procuraba dificultosamente corresponder al entusiasmo que brindaba el pueblo de Madrid con fría cortesía. Pero hete aquí que estuvo a punto de no sobrevivir al encuentro con el bravío y genial don Francisco de Goya, artista sin par. Si tal hubiese sucedido, no hubiese podido triunfar ni en Vitoria, ni en Toulouse ni en Waterloo, dando un giro definitivo a la Historia.

El caso es que, conocedor Lord Wellington de la pericia en el noble arte de la pintura demostrada por el maestro aragonés, fue su deseo, no sabemos si por impulso propio, o presionado por sus amigos y aliados españoles, poseer su propio retrato pintado por Goya. Junto a su amigo el general Miguel Ricardo de Álava, visitó al artista en su quinta a orillas del Manzanares, donde residía. Todo el mundo conocía el carácter excéntrico del genio, acentuado en su madurez por una inoportuna y profunda sordera. Enterado Goya de la razones de la visita de tan ilustres personajes, se puso manos a la obra y en una hora había realizado un boceto de retrato del general británico. Cuando se lo mostró, a Wellington no le gustó nada y lo despreció ostentosamente. Todo esto se lo dijo en lengua inglesa a Álava, quien tradujo diligentemente, pero procurando adornar en la manera de lo posible el malestar y enojo de Wellington (quien evidentemente no comprendía el arte de vanguardia, que era el que representaba Goya en aquella época) al hijo de Goya, don Javier. Éste, a su vez, tradujo mediante el lenguaje de las manos, el único que por entonces servía al genio de Fuendetodos.

Goya comenzó a comprender, y según entendía, se fue enervando y poniendo rojo como un tomate, enfureciéndose de tal manera que ni las juiciosas observaciones de su hijo ni la prudente intervención del general Álava bastaron para mitigar su enojo ni la altiva conducta de Wellington. Goya siempre tenía a mano dos pistolas cargadas sobre la mesa, y las echaba siniestras miradas, hecho que no pasó desapercibido a don Javier, que conocía el carácter de su padre. El arrogante Duque inglés alargó la mano hacia su sombrero, y levantándose de la silla en la que se hallaba sentado, se dispuso a partir airadamente. Don Francisco ya fue incapaz de de contenerse ante tamaña desfachatez del inglés y se abalanzó hacia sus preciadas armas, a lo que respondió el Lord echando mano a la empuñadura de su espada. Sólo el esfuerzo de Álava, quien le espetó a su amigo inglés que el artista sufría un conato de enajenación mental y el del propio hijo de Goya, que sujetó con fuerza las manos de su progenitor, evitaron un final luctuoso para tan lamentable escena. Si Goya hubiese descerrajado un tiro a su Excelencia, posiblemente Napoleón hubiese salido triunfante en sus guerras y el mundo hubiese cambiado radicalmente. O no, porque las cosas comenzaban a pintar en bastos para las armas francesas, empantanadas como estaban en el avispero español y que pronto iban a sufrir de lo lindo en la campaña de Rusia.

Después de este susto, salió de Madrid al mando de la mayor parte de sus tropas, "Lord Velintón", comandante en jefe de las tropas aliadas en la Península y Duque de Ciudad Rodrigo, indemne de su encuentro con el irascible pintor aragonés Don Francisco de Goya y Lucientes. Semanas después, la amenaza francesa se hizo realidad y volvió a cernirse la ocupación sobre Madrid, sufrida capital del reino de España. Poco antes de la presencia francesa en la ciudad, el general Hill se acercó a ella, con orden de reincorporar al grueso del ejército a la reducida guarnición británica que permanecía acuartaleda en el Retiro. El 30 de octubre, según el cronista de la Villa y Corte, don Ramón Mesonero Romanos, los ingleses volaron la Real Fábrica de Porcelana del Retiro conocida como "de la China", con la excusa de impedir que sirviese de baluarte a los franceses, que se acercaban a marchas forzadas. Este hecho causó la indignación del pueblo madrileño, que comenzó a pensar aquello de que "con amigos como éstos, ¿quién necesita enemigos?". La Real Fábrica de Porcelana, construida en época de Carlos III era una de las industrias punteras dentro del exigüo sistema manufacturero español de la época. 

Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Diego Salvador Conejo