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Yacimiento de la Dehesa de la Oliva

El Yacimiento de la Dehesa de la Oliva, sus orígenes pueden ser del Paleolítico posteriormente fue un poblado romano, tiene una extensión aproximada de 30 ha.

El yacimiento digamos, carpetano-romano de la Dehesa de la Oliva se encuentra en un lugar privilegiado. Su acceso no está señalizado en absoluto y para llegar hay que saber cómo ir. Pero con las siguientes indicaciones, en un santiamén nos podremos poner desde Madrid, atascos aparte, en el cerro de la Oliva.

Tomamos la autovía A-1 en dirección a Burgos, y la abandonamos en la salida 50. Aquí cogemos la carretera N-320 dirección Torrelaguna, población que atravesamos hasta tomar la M-102 hacia Patones de Abajo. Pasado este municipio, a unos 3,5 km, continuamos por la M-134 hacia El Atazar. A unos dos km se abre a la derecha una zona de aparcamiento, donde podemos dejar el vehículo, y de donde sale un camino de servicio del Canal de Isabel II, continuación de la pista forestal que viene del norte. El camino de servicio del Canal de Isabel II, sector Jarama, es el que hay que tomar para llegar al yacimiento, que sigue sin estar indicado. Nos lo ponen difícil. Podemos acceder al cerro donde se encuentra el poblado a pie en unos 10-15 minutos.

Cueva de El Reguerillo

El primer hito de los varios que nos encontraremos en este interesantísimo paseo campestre es la cueva del Reguerillo. A pocos metros de donde hemos aparcado el vehículo, a la izquierda asciende un estrecho senderillo hasta la entrada de la cueva. La cueva está cerrada al público en general y sólo se abre para expertos en espeleología. Las razones de ello es el peligro que encierra para los neófitos el acceso libre y los desmanes que se han cometido en el primer nivel, donde existían pinturas rupestres, que han sido prácticamente destruidas por la mano del hombre. La cueva es un complejo sistema subterráneo en roca caliza de tres niveles, de los cuales, el primer nivel, como hemos comentado, ha sufrido frecuentes visitas de inconscientes y vándalos. Los otros dos niveles tienen un carácter muy técnico y se reservan para la visita especializada de espeleólogos.

Una vez que hemos descendido por el mismo sendero, nos encontramos de nuevo en el camino de servicio del canal del Jarama. Continuamos dejando a nuestra izquierda enormes tuberías de color verde, de gran grosor. Unos metros más allá, hay una bifurcación: debemos tomar la que se desvía a mano izquierda, pues de frente descenderíamos hasta el Pontón de la Oliva.

Llegada al yacimiento

Continuamos por el camino de servicio que asciende en curva bordeando el cerro, dejamos a mano izquierda un edificio del Canal Isabel II, y alcanzamos la zona de visita libre. El primer día que pasé por este lugar, el panel de presentación del yacimiento estaba caído en el suelo, desprendido de sus soportes, lo que me dio una idea del estado de abandono en que se encuentra el sitio, encuadrado dentro de los yacimientos visitables de la Comunidad de Madrid. Recuerden que para llegar hasta aquí no hay ni un solo cartel indicador.

El plano del yacimiento nos muestra una somera presentación sobre lo que vamos a ver. La ciudad romana-carpetana (pudo ser también celtíbera, pues este paraje madrileño, se encuentra muy cerca de Guadalajara, y en tiempos fue una zona de difusa frontera entre carpetanos y celtíberos) domina desde su privilegiado emplazamiento la confluencia de los ríos Lozoya y Jarama y el acceso de ambos a la depresión madrileña. Entre los siglos I a.C. y I d.C. se desarrolló un núcleo urbano típicamente romano, con diseño ortogonal de calles, que con dirección N-S (cardos) y E-O (decumanos), se cruzan formando manzanas rectangulares de 91 m de longitud y 12,5 m de anchura, aunque se reconoce cierta adaptación del plano de la ciudad a la topografía del terreno.

Algunas estructuras excavadas han sido consolidadas y puestas en valor en 2006 con objeto de musealizar el yacimiento y proporcionar a las contadas visitas que se acerquen el disfrute de una jornada de turismo cultural y natural.

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Contexto histórico

La Dehesa de la Oliva ha sido habitada o visitada frecuentemente por grupos humanos a lo largo de los tiempos. En la cueva del Reguerillo se encuentran las manifestaciones artísticas más antiguas halladas hasta el momento en Madrid, fechadas en algún momento del Paleolítico Superior. También se han encontrado restos materiales que pertenecieron a agricultores neolíticos y a sociedades metalúrgicas del Calcolítico y de la Edad del Bronce.

En la superficie del cerro, los habitantes prerromanos, posiblemente carpetanos, “los que habitan en los escarpes”, transformaron su modus vivendi castreño cuando contactaron con la civilización romana, y el emplazamiento original se transformó de un urbanismo primitivo en una pequeña ciudad planificada al modo romano, con calles cortadas en ángulo recto, infraestructuras hidráulicas y edificios públicos.

Con el cambio de era (s. I d.C.), la población se trasladaría al valle abandonando el cerro. Posteriormente, en el siglo V d.C., vuelve a ocuparse, pero de forma distinta: sobre el antiguo caserío romano se estableció una extensa necrópolis hasta el siglo VIII d.C. La aldea asociada al cementerio se ubicó en la plataforma inferior del cerro.

El perímetro amurallado de la Dehesa de la Oliva engloba ambas plataformas y según recientes estudios, se estructura en dos recintos el más antiguo circunda al núcleo urbano y es anterior al cambio de era. El segundo recinto acoge el caserío de la plataforma inferior, y aún no se determinado si es el resultado de un único proyecto original, una ampliación de época romana tardorrepublicana o una reconstrucción altomedieval.

La posición topográfica dota al emplazamiento de una defensa natural por 3 de sus flancos, le proporciona un amplio dominio visual del territorio y el control de la ruta con la Meseta Norte por el puerto de Somosierra. Fue descubierto por el arqueólogo e ingeniero del Canal de Isabel II Emeterio Cuadrado. El yacimiento está estructurado en dos plataformas, la superior u oriental, con una superficie de 10 has, donde se instala la ciudad y la inferior u occidental, ocupada por un caserío extenso de época posterior, aproximadamente con una superficie de 17 has.

A los pies de la Dehesa de la Oliva encontramos los restos abandonados de una vieja ermita en ladrillo, fechada entre los siglos XII-XIII, y también en un lamentable estado de abandono. Es la ermita de la Virgen de la Oliva.

Espacio urbano público

A la derecha del panel que presenta el yacimiento, encontramos un espacio público. Restos de un edificio porticado, de construcción sencilla, formada por una sucesión de soportes con basamento en piedra, que pudieron sostener columnas de piedra o gruesas vigas de madera. Este espacio da acceso a un edificio de planta longitudinal, paralelo al escarpe, sin puertas de acceso visibles, posiblemente obviadas en las tareas de consolidación. El edificio se dividió en compartimentos mediante muros interiores transversales. El zócalo de mampostería, que podemos observar en la actualidad, sostuvo un recrecimiento de tapial, cubierto por una techumbre de de ramajes. Es una construcción muy tosca, seguramente de tradición indígena, que nos sitúa a finales del siglo II a.C. Posiblemente se tratase de un área pública o stoa con pequeños comercios y artesanías. El interior del edificio sirvió como almacén y el pórtico de lugar de intercambio. El edificio tiene todas las trazas de conservar el antiguo urbanismo castreño, que se amolda a la topografía del terreno, formando parte del techado la visera del abrigo calizo.

Zócalo

 

Pero la línea del escarpe continúa con una visera más acentuada a la izquierda de este edificio documentado.

Posible zócalo

 
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Esta área pudo perfectamente haber albergado otro edificio comercial, aunque en este caso no observo ningún zócalo que me pudiera dar algún indicio que apoyase la hipótesis que lanzo, pero sí multitud de bloques de piedra sin orden y concierto que en algún momento pudieron formar parte de un cimiento. Si se hubiese construido aquí un edificio, posiblemente no habría sido necesario dotarlo de cubierta vegetal, puesto que la amplia visera del abrigo hubiese ejercido tal función.

Enfrente se dispone un amplio espacio abierto, huérfano de construcciones. En su extremo observamos un montón de guijarros de buen tamaño que posiblemente en algún momento formasen parte de la estructura de algún edificio. Desde este punto nos asomamos a un nuevo escarpe con magníficas vistas de la sierra de Ayllón. Pequeñas elevaciones del terreno nos permiten suponer que debajo existan estructuras artificiales susceptibles de constituir un lienzo de muralla, pero no deja de ser una mera suposición.

Espacio urbano doméstico

En la cima del cerro encontramos restos de viviendas de las que se han excavado los restos de zócalos de piedra. Son de época romano-republicana y los vestigios corresponden a 2 viviendas (denominadas por los arqueólogos casa 1 y casa 2), separadas por una pared medianera. Los muros estuvieron formados por un zócalo de piedra y alzado de adobe, y la vivienda estaría cubierta por una techumbre vegetal. Los suelos estarían compuestos por piedra apisonada sobre el piso de roca madre nivelado previamente.

La casa 1 (111 m2) tiene 6 dependencias alrededor de un pasillo central al que se accedía desde la calle meridional. La estancia de la esquina norte estuvo destinada a cocina, en ella se conserva un horno y al lado se dispone un almacén, en una cota inferior al que se accedía por escalones tallados en roca.

La casa 2, al oeste de la 1, es de mayor tamaño, de unos 175 m2, se organiza alrededor de un patio central con un peristilo (a la itálica) desde donde se accede a las 7 estancias que lo rodean. Las 3 habitaciones del norte se disponen a una cota inferior (como en la casa 1) y se han interpretado como almacenes, a los que se accedía desde l patio por unos escalones. La cocina se localiza en el lateral occidental y se conserva también parte de un horno de planta circular. La vivienda presenta dos accesos, uno desde la calle meridional y otro desde la calle norte.

Enfrente del espacio doméstico excavado, observamos una calle ancha, a cuyo extremo podemos visualizar los cimientos sin excavar de otra zona aparentemente de viviendas, que forman líneas longitudinales paralelas entre sí y a la zona de viviendas excavadas.

Necrópolis

La necrópolis se encuentra superpuesta al espacio doméstico y contiene tumbas excavadas de los primeros siglos de la tardoantigüedad (ss. V-VIII d.C.). El tipo de enterramientos son inhumaciones con tumbas de diversos tipos: en fosa simple, en cista con lajas de caliza o pizarra, con suelo, paredes y cubierta de ese material o parcialmente revestida, y en cista con muretes de mampostería forrando las paredes de la fosa.

Se han excavado 33 tumbas, 8 de orientación N-S y las restantes O-E (cabeza-pies). El cadáver se envolvía en un sudario y se depositaba directamente sobre la base de la fosa o en un ataúd, cuyos clavos de ensamblaje se han documentado durante las excavaciones de las sepulturas. En ocasiones, las tumbas podían estar ocupadas por más de un individuo, porque la muerte dentro del ámbito familiar se producía a la vez, o por ser una reutilización, en la que se agrupaban los restos del primer cadáver en un extremo de la sepultura. Los enterramientos con ajuares funerarios y orientaciones variables serían los más antiguos, posiblemente del siglo V d.C.

Mirador sur

Abandonamos la zona de viviendas excavadas y nos dirigimos hacia el mirador Sur. En el trayecto podemos observar restos de una estructura que bien pudo ser un edificio, con el suelo en roca viva, y que si alguna vez se utilizó como vivienda o taller artesano, es de suponer que se adecuase el suelo al uso que se le dio, seguramente con tierra para tapar los huecos y las hendiduras naturales, aunque tampoco entiendo como pudieron alzar una construcción en ese terreno. Pero a mí sí que me parecen vestigios de actividad humana. Se trata de una estructura de planta rectangular dividida en dos ambientes por un paramento. Por supuesto no está señalizada, y tampoco puedo predecir si es carpetana, romana o visigoda, pero algo hay, desde luego.

Una vez llegamos al panel (éste sí que está en su sitio) que indica que nos encontramos en el Mirador Sur, sobre el escarpe sur del cerro, visualizamos el río Jarama, el páramo de Guadalajara y diferentes construcciones del Canal de Isabel II. Las vistas son espléndidas en este punto, como en general desde todo el emplazamiento de la Dehesa de la Oliva.

Muralla y Mirador Norte

De vuelta del periplo por el mirador sur, nos ubicamos de nuevo en el camino de servicio del Canal, que continuaremos hasta encontrarnos con tramos de la muralla excavados. Antes de alcanzar la muralla catalogada como tal, encuentro una línea de guijarros que pueden pertenecer a algún lienzo de muralla, arrasado por las diferentes actividades antrópicas (destructivas o constructivas) que han tenido  lugar a lo largo de muchos siglos. Esta supuesta muralla se halla justo antes de alcanzar otra edificación del Canal de Isabel II. Esta es una zona donde nos encontramos muy frecuentemente con operarios del organismo de gestión de aguas.

Continuamos nuestro camino hasta el mirador Norte. Y aquí encontramos un tramo de muralla catalogado, pero del que tampoco existe panel explicativo, quedando tan solo el poste que alguna vez los sostuvo. Insisto en el abandono total del yacimiento por la Administración autonómica, a quien corresponde su mantenimiento.

El mirador Norte permite deleitarnos con unas vistas impresionantes, de los escarpes de roca caliza del período cretácico y al fondo el valle excavado en este tramo del río Lozoya antes de su encuentro con el río Jarama. El poblado dominaba de este modo los cursos de los ríos Lozoya y Jarama, la confluencia entre ambos, y el arroyo Valdentales.

Covacha al sur del cerro

Y si el visitante no queda satisfecho después del despliegue visual contemplado, proporcionado por el impactante paisaje natural y cultural del lugar, que nos ha dejado un inmejorable sabor de boca después de haber estimulado los sentidos con las espectaculares vistas del Mirador Norte, en el descenso del cerro por una veredilla que salva las curvas del camino de servicio, encontramos una covacha, en parte natural y en parte artificial, que no tiene relación con los restos históricos que hemos visitado, pues lo más seguro es que sea un refugio de pastores bastante reciente (llamo reciente el periodo de tiempo comprendido entre los siglos XIX y XX). En su interior, un murete de mampostería separa la zona más íntima de un vestíbulo formado por el techo de roca y paredes de mampostería. Algo así, pero más luminoso, pudo haber sido la estructura básica de la stoa que hemos visto en el espacio público. El interior de la covacha tiene bancos para sentarse.

Interpretación

Hasta aquí, mi apreciación personal de la visita a la Dehesa de la Oliva en octubre de 2012. Pero es necesaria una interpretación más profunda y científica, proporcionada por expertos, en este caso los arqueólogos que se han encargado de las últimas excavaciones. Extraigo esta información de mi libro “Tierra de Carpetanos”, que a su vez se basa en las informaciones publicadas por Montero Ruiz et allií[1] en el número 10 de Zona Arqueológica, que edita el Museo Arqueológico Regional.

La amplia cronología detectada en el yacimiento queda fijada por los estudios numismáticos, que fechan las piezas monetales entre los siglos II a.C. y V d.C. Los restos de la fase carpetana, la más antigua, se sitúan en la parte más elevada del cerro: poblado amurallado compuesto por edificios rectangulares inmersos en calles y manzanas, muestra del incipiente urbanismo de los asentamientos de la II Edad del Hierro. Los muros eran de mampostería con mortero de barro en el zócalo y adobe en los recrecimientos del paramento. Los techos eran de naturaleza vegetal: troncos recubiertos y reforzados con tablones o ramas unidas por clavos. Uno de los edificios documentados pudo ser un taller de herrería, puesto que se han descubierto numerosos objetos metálicos como clavos, cuchillos, fíbulas, etc, que se fabricaban en el asentamiento para uso cotidiano.

Con la romanización, los pobladores transformaron el tradicional castro meseteño en una ciudad romana planificada: entramado de calles en damero, infraestructuras hidráulicas (depósitos, canales de desagüe), aceras, edificios públicos. Las viviendas presentan fachadas a dos calles, constituyendo largas manzanas de casas. Al descender la población hacia la ladera, se hizo necesario trasladar la línea de muralla. La cumbre del cerro, el emplazamiento del viejo castro carpetano, se abandonó progresivamente, y en la tardoantigüedad se reutilizó como necrópolis.

La muralla y los barrancos naturales que podemos observar en los miradores norte y sur formaron el sistema de fortificaciones. La muralla se construyó con dos líneas de grandes piedras de mampostería, y se rellenó el interior con guijarros y cascotes de piedra sin labrar.

Los lugares de habitación tienen planta rectangular tricompartimentada, característicos de las viviendas de origen celtibérico. En la habitación central se desarrollaba la vida cotidiana.

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En resumen, aunque el asentamiento mantiene rasgos propios de la Edad del Hierro II de la meseta peninsular, como es el emplazamiento en promontorios fácilmente defendibles y fortificados, la superior civilización romana se impuso paulatinamente con detalles como el urbanismo hipodámico o en damero, con calles cortadas en ángulo recto. Un ejemplo del urbanismo romano lo visualizamos en dos calles paralelas, llamadas de la Alberca y del Canal, perpendiculares a la conocida como del Hacha. El urbanismo de la Dehesa de la Oliva es muy avanzado si lo comparamos con otros enclaves tradicionales, como La Gavia, cuyas calles se adaptan al relieve. Pero Dehesa de la Oliva continúa manteniendo las viejas técnicas arquitectónicas indígenas, al menos hasta los tiempos del Bajo Imperio. Este asentamiento es buena muestra de la pervivencia de las viejas edificaciones de sabor céltico, basados en robustos zócalos de piedra, recrecidos en paramentos de adobe, y cubiertas con una techumbre vegetal apoyada en vigas de madera perpendiculares al suelo.

 

[1] MONTERO RUIZ, I.; ALCOLEA GONZÁLEZ, J.; ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Y.; BAENA PREYSLER, J; GARCÍA VALERO, M.A.; GÓMEZ HERNANZ, J; RAMOS SÁINZ, M.L.,  (2007): “Poblamiento prerromano en la Dehesa de la Oliva (Patones, Madrid)”, en Antonio F. Dávila (ed.): Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Volumen II. Registro arqueológico, secuencia y territorio, Zona arqueológica, 10. Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, pp. 120-130

Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Diego Salvador Conejo

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