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El Calígula español

El Calígula español, Carlos d'Espagnac Foix, 1775 - Orgañá, 1839 militar español de origen francés, apodado "tigre de Cataluña" por la fiereza que mostró durante su estancia allí.

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Carlos d'Espagnac fue un militar español de origen francés (Foix, 1775 - Orgañá, 1839), que participó en la guerra de la Independencia, al servicio de España. Posteriormente fue enviado por Fernando VII a diferentes cortes europeas para gestionar la invasión de los Cien Mil hijos de San Luis. Fue Capitán General de Cataluña (1827-1832) y comandante de las fuerzas carlistas de la región (1838-1839). Hasta aquí lo que dice la Enciclopedia Espasa Calpe de este señor.

Pero el conde de España es uno de los personajes más funestos de nuestra historia, al menos tanto como su patrón Fernando VII, quien le otorgó el título, con Grandeza de España, en pago a sus servicios durante la guerra contra los franceses. Será en Cataluña donde peor recuerdo guarden de su persona, a quien pusieron el apodo de "tigre de Cataluña" por la fiereza que mostró durante su estancia allí. Instauró en Barcelona un auténtico régimen de terror y represión durante su mandato como Capitán General.

En 1827 (28 de septiembre) se alzan en Manresa los Apostólicos (Guerra de los Agraviados) los cuales cometen grandes extorsiones contra los liberales. Fernando VII viaja a Cataluña, expidiendo desde Tarragona un manifiesto que da al traste con las partidas carlistas sublevadas, cuyos cabecillas serían en su mayor parte ejecutados. El Conde de España, que venía con el rey, colgó a una parte de los sublevados en Tarragona, prescindiendo del indulto que habían obtenido. Después, Fernando VII le nombró Capitán General de Cataluña.

Desde su cuartel general de la Ciudadela, se dedicó a dar castigos ejemplares a cualquier supuesto liberal que se le pusiera a tiro. Bastó inventar la existencia de una conspiración para el restablecer la Constitución de 1812, para llenar las prisiones y ahorcar en el patíbulo de la Explanada (la Ciudadela) a los supuestos conspiradores. Y no sólo a los liberales: era tan estricto que incluso a sus propios hombres les castigaba como a criminales. Instauró la bárbara pena de cortar una mano a todos aquellos condenados, a los que luego mandaba fusilar. Incluso llegó a descuartizar a un pobre soldado que cometió el pecado de desertar, arrepentirse y regresar después.

Fue el tal Conde el prototipo de déspota desalmado: sanguinario como un tigre y con visos de locura. Los sacrificios en masa se sucedían, en la forma más terrorífica. Durante las ejecuciones se izaba en la Ciudadela una bandera negra, se fusilaba después a los reos uno a uno, disparándose a cada muerte una salva para que Barcelona se enterara del número de víctimas. Por último, el cuerpo destrozado de éstas era izado en la horca. Un verdadero angelito.

Ejecuciones en el patíbulo, sacrificios misteriosos realizados por la noche, en los cementerios, a pie mismo del foso abierto para sepultar a las víctimas; deportaciones en masa; destierros impuestos a las familias de los muertos y de los deportados; robos y exacciones con las que los esbirros se enriquecían... Maldad e infamia soportó Barcelona durante cerca de cuatro años.

A la muerte de Fernando VII, es relevado del cargo, teniendo que huir protegido de la ciudad donde tan bárbaramente se había conducido.

Estuvo unos años en Francia, exiliado, hasta que la causa carlista vio en él a un posible aliado, mandándole llamar. A su regreso, comandó las tropas carlistas de Cataluña, reanudando pasadas injusticias y actos salvajes y brutales.

Debido a su condición depravada y enfermiza, sus propios correligionarios carlistas planearon deshacerse del Calígula español. Se le relevó de su cargo de comandante carlista en Cataluña y conducido de nuevo a Francia en el año 1839. De camino, y planeado por la propia junta de gobierno carlista, fue asesinado por unos sicarios cerca de Organyà, en el Puente de Espía, poco antes del Convenio de Vergara. Le ataron una piedra a la cabeza y le tiraron por un puente.

Sus propios compañeros de armas carlistas no habían podido soportar su crueldad bestial.

 

Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Diego Salvador Conejo