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El cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador

El cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador se encuentra en la catedral de San Isidro, al cual se le otorgan varios milagros después de muerto.

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San Isidro Labrador murió en 1172 (había nacido en 1082, 90 años pues de fructífera existencia terrenal y lo que le queda). Fue enterrado delante de la iglesia de San Andrés, en un terreno que se utilizaba como cementerio. Se amortajó su cuerpo con un sencillo sudario y se le introdujo boca abajo en una fosa de tierra, sin ataúd alguno que protegiese el cadáver. Su tumba fue inundada frecuentemente por las lluvias (cuando caían, que ya sabemos lo de la relativa frecuencia de las precipitaciones en Madrid) durante 40 años.

En 1212 los restos del santo patrón fueron exhumados y ¡oh, sorpresa!: el cuerpo estaba intacto, y eso a pesar de las humedades que los viejos huesos hubieron de soportar. Otro milagro más que añadir a la larga lista de hechos sobrenaturales que rodean la vida y muerte de este gran hombre (al menos grande físicamente sí que lo era, 1,80 m de estatura ¡ahí es nada!). Algo especial debía de tener este buen señor. San Isidro estaba incorrupto. El propio rey Alfonso VIII, flamante vencedor de la batalla de las Navas de Tolosa, quedó impresionado. El monarca visitó Madrid, cuyo concejo había aportado guerreros a la campaña de Sierra Morena, bajo el escudo de la osa y las estrellas (sin madroño, que por entonces no estaba incorporado al blasón), y quiso visitar los restos de tan afamado varón, y se quedó petrificado cuando reconoció en los rasgos del cadáver los del pastor que había guiado a su ejército en Sierra Morena antes del encuentro con los almohades. Como San Isidro llevaba muerto 40 años, el asunto se interpretó como otro milagro: el santo había resucitado para ayudar a las armas cristianas a conseguir la victoria sobre las huestes de la Media Luna. Algo muy típico en la España medieval. En la legendaria batalla de Clavijo, el mismísimo apostol Santiago, montado en su caballo blanco, le cortó el pescuezo a más de uno de los malvados agarenos. Cosas de santos cristianos, tan devotos de sus feligreses. Vuelta al asunto de la visita real a San Isidro, el Rey, agradecido y maravillado, construyó una capilla y donó un arca de madera para conservar el cuerpo del finado. Desde entonces, Madrid le consideró definitivamente, y tras el espaldarazo de la monarquía, su santo y su patrón. Y eso que no fue canonizado hasta 1622.

A partir de entonces, el cuerpo incorrupto de San Isidro se consideró una reliquia capaz de sanar cualquier mal. Cuando los campos se secaban después de pertinaces sequías, se sacaban sus restos en procesión y ¡hala!, se ponía a llover a mansalva. Los enfermos querían besar al santo para curar, incluidos los monarcas y los nobles. Todo el mundo enloqueció en una frenética carrera por conseguir tener a su lado a San Isidro en los malos momentos. Los que podían se llevaban trozos del pobre cadáver para ver si así podían sanar. Felipe III hizo desplazar el sufrido cuerpo en litera desde Madrid hasta Casarrubios de Monte (a 50 km), donde le veneró en su dormitorio. Debajo de la almohada del rey Carlos II, se puso un diente arrancado del santo para ver si sanaba, Una dama se llevó un brazo del santo debajo del ídem como reliquia, aunque fue descubierta antes de salir de la iglesia,etc, etc, etc. Desde ese día, el brazo se unió con una cinta al resto del cuerpo.

Una dama de la Corte de Isabel la Católica se llevó el dedo pulgar del pie del santo, que arrancó al besarlo. Al final confesó su macabro robo cuando los propios caballos de su comitiva la denunciaron, negándose a cruzar el río Manzanares, hasta que la mujer entregó el objeto del robo. Otro milagro más. A pesar de esta multitud de mutilaciones y vejaciones al cuerpo del viejo Labrador, el cuerpo ha permanecido en relativo buen estado durante 150 años en la catedral de San Isidro, hasta la Guerra Civil de 1936.

En julio de ese año, la iglesia que custodiaba los restos del santo patrón de Madrid fue incendiada, y el fuego se llevó por delante obras de arte y aparentemente, los restos del santo. Después de apagado el fuego, lo que quedó fue saqueado. Parecía que los cuerpos de San Isidro y de Santa María de la Cabeza, se habían perdido para siempre. Pero en otro alarde milagrero, a los que nos tiene tan acostumbrados, socarrón él, no ocurrió así.

El obispo de la diócesis madrileña, Leopoldo Eijo, adelantándose a los funestos acontecimientos que devastaron la geografía española en estos 3 años, había ordenado esconder los cuerpos en una habitación que fue sellada con ladrillos y mortero. Cuando acabó la guerra, se rescataron los cuerpos. Actualmente el cuerpo de San Isidro está guardado y bien guardado en un féretro ornamentado con oro y plata en la colegiata de San Isidro el Real, la antigua catedral, en la calle Toledo, 37. En las últimas décadas la Iglesia expone muy poco al público el cuerpo del Labrador. En 1947 para rogar por la lluvia ante una devastadora sequía; en 1969, en la efeméride del 350º aniversario de la beatifiación de San Isidro; en 1972, con motivo del octavo centenario de su muerte; en 1982, noveno aniversario de su nacimiento y en 1985 durante las celebraciones del primer centenario de la diócesis de Madrid.

Así que después de una vida (y una muerte) tan halagüeña y bullanguera, no va a ser nada fácil volver a ver al viejo santo.

 

Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Diego Salvador Conejo