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Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen

Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen 1792-1872 conspirador, espión, controvertido y manipulador, muy notorio y principal donde los haya del siglo XIX

 

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                                           Fuente:A.H.N diversos T4f3372 r6leg 53/11.

                        Aviraneta: Narcisista y Ginebrino

 

            Según la Real Academia de la lengua, la persona narcisista y el narcisismo  en sus definiciones  lingüística son:

 

                        “la persona que cuida en exceso de su aspecto físico o que tiene un alto concepto de sí misma.”

                                                              

                        “Excesiva complacencia de las propias facultades u obras.”

 

Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen es el resultado de si mismo y de su siglo. Personaje conspirador, espión, controvertido y  manipulador, muy notorio y principal donde los haya  del siglo XIX, protagonista indiscutible sin duda alguna en más de 20 novelas escritas por el ilustre escritor Don Pío Baroja. Como resultado de su investigación histórica, Pío Baroja  escribió una novela biográfica al final de las Memorias de un hombre de acción, “Aviraneta o la vida de un conspirador” en 1931, por ser un pariente lejano pero por  cuyo interés sentía el impulso de escribir y de narrar sus aventuras en sus novelas y en el universo creativo que configuró.

 

                             

 

Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen

                                              Fuente: Gallica, Francia

Según la Real Academia de la Historia, citando su página Web sobre la biografía de Aviraneta, y escrita  por Carmen Caro, dice lo siguiente:

 

Aviraneta e Ibargoyen, Eugenio de. Madrid, 13.XI.1792 – 5.IV.1872. Conspirador liberal y escritor.

Hijo de Felipe Francisco de Aviraneta y Echegaray, natural de Vergara (Guipúzcoa), y de Juana Josefa Ibargoyen y Alzate, natural de Irún (Guipúzcoa). Su padre era abogado, y moderado para la época, y su madre hija de militar.

Eugenio de Aviraneta estudió, según criterio de su padre, para seguir la carrera comercial. Posteriormente su madre, para facilitarle el estudio de francés, útil para la actividad comercial, le envía a vivir a casa de su hermano Fermín a Irún. Los veranos los pasa en casa de unos parientes furibundos realistas de Bayona (Francia) para que perfeccione el francés. Allí entró en contacto con la masonería y conoció a los republicanos franceses y a los emigrados españoles. A su vuelta a Irún decidió crear con otros amigos una sociedad secreta que llamaron “El Aventino”. Entraron en contacto con los miembros de las logias de Vitoria, Bilbao y Bayona. En esta época de formación aprendió con los franceses a montar a caballo y a tirar a las armas y leyó a Vergniaud, Petion y Robespierre. Desde entonces sintió gran atracción por la vida de la calle y por la manipulación de las multitudes.

En 1808, cuando vivía todavía en Irún, se anunció la entrada de los franceses: primero Junot, luego Dupont y luego De Moncey con veintidós mil hombres. En febrero Darmagnac tomó por sorpresa Pamplona. Tuvo lugar el Motín de Aranjuez, se produjo la caída de Godoy y Murat entró en Madrid. Para las negociaciones de la Corona española en Bayona con la República francesa, el general Rodríguez de la Buría debía de trasladarse a Bayona, y como no sabía bien francés, llevó a Aviraneta de intérprete, que de este modo se enteró de los entresijos de las negociaciones y de la política. Enterado del triunfo de los españoles en Bailén, decidió sumarse a la lucha contra los franceses y se alistó en Burgos en la partida del cura Merino. Primero fue intendente y oficial, para luego incorporarse definitivamente a un escuadrón, donde alcanzó el grado de teniente. En una posada fue escuchado al hablar mal del cura Merino, éste se enteró y le condenó por masón y republicano a ser fusilado por la espalda como a los espías y traidores. Aviraneta consiguió huir. Más tarde, el hecho de haber militado a las órdenes del cura Merino fue un obstáculo para sus actividades liberales, pues le creyeron un absolutista frenético.

De 1814 a 1820 Aviraneta viajó por distintos países de Europa y América. Estuvo en Madrid e intervino en la conspiración de Richart. En 1820 volvió a Madrid enviado por las logias. Ese año se unió al Empecinado y junto con Mambrilla y un fraile filipino de Valladolid formaron un complot para apoderarse de la capital. Éste no llegó a realizarse porque simultáneamente se produjo la sublevación de Riego y se estableció la Constitución. Aviraneta fue nombrado regidor primero y subteniente de la Milicia Nacional y comisionado del Crédito Público de Aranda de Duero. En esta posición se le encargó que localizase a un grupo de realistas que estaban preparando un alzamiento contra el Gobierno constitucional. Aviraneta se ocupó de recorrer la zona, y finalmente hizo prisionero al cura Merino, a quien posteriormente liberaron las autoridades. Con motivo del nombramiento de Evaristo San Miguel como ministro, en 1822 Aviraneta le ofreció sus servicios y fue enviado en varias misiones: a París para averiguar si el Gobierno francés pensaba en la intervención en España y a la frontera para averiguar el estado de la intendencia del ejército del duque de Angulema, a fin de dar facilidades a los planes de los republicanos franceses, que intentaban hacer desistir a sus paisanos de la invasión. Una vez iniciada la marcha del duque de Angulema, Aviraneta, junto con el Empecinado, ofrecieron resistencia en Ciudad Rodrigo, Moraleja, Trevejo y Cáceres.

A la vuelta de los realistas en 1823, y cuando iba a informar al Gobierno en Cádiz sobre la situación de Extremadura y Castilla, Aviraneta fue apresado por realistas portugueses y encarcelado en Sevilla. Consiguió huir de la cárcel y salir de España. Se refugió en Gibraltar, donde trabajó para los judíos en asuntos económicos y financieros, y en Tánger. En este punto decidió ir a Egipto y ofrecerse como oficial al Gobierno del virrey. Como allí las perspectivas no eran muy halagüeñas en cuanto a su carrera militar, al enterarse de que Lord Byron había acudido a Grecia para hacer la guerra contra los turcos, decidió incorporarse a su ejército y participar en Missolonghi. Con Lord Byron estableció una estrecha amistad hasta su muerte. Fue el único español que participó en la guerra de Grecia. A la muerte del noble inglés decidió abandonar Grecia y marchar a México.

En 1825 se reunió en Burdeos con su tío Ibargoyen, rico comerciante dedicado al negocio entre México y China. Ahí compraron bienes para ser vendidos en Veracruz. Después de dos años dedicado al comercio en México, Aviraneta volvió a la actividad política y conspiratoria al encresparse las relaciones entre los republicanos mexicanos, los yorkinos (partidarios de la expulsión de los comerciantes y propietarios españoles y de sustituir la influencia española por la de Estados Unidos) y los españoles. Se decretó la expulsión de los españoles que intentaban recuperar su antigua colonia. En ese momento decidió marchar a Nueva Orleans, uno de los focos desde donde los españoles organizaban la recuperación. Aviraneta escribió entonces una Memoria dirigida al rey de España sobre el estado de México y el modo de pacificarlo. La presentó en 1828 al capitán general de Cuba y recibió instrucciones en La Habana sobre la organización de una expedición al mando del brigadier Isidro Barradas.

Aviraneta se negó a participar en dicha empresa bajo sus órdenes, pero Barradas le chantajeó con devolverle a España sabiendo su condición de emigrado constitucional. La expedición salió del castillo del Morro de La Habana en julio de 1829. Fracasada la expedición, Aviraneta se volvió a La Habana, donde vivió escribiendo artículos hasta su regreso a Europa.

En 1833, de vuelta en Madrid, se acogió al decreto de amnistía general dado después del otorgamiento de poderes a la Reina por la enfermedad de Fernando VII. A la muerte del Rey, la inestabilidad era grande: se pedía la Constitución, estalló la guerra carlista y las intrigas entre partidos eran constantes.

Aviraneta fundó la Sociedad Isabelina, firme partidaria de la reina Isabel, y de la regente María Cristina, a quien consagró toda su actividad el resto de su vida. Esta sociedad secreta fue muy activa durante toda la Primera Guerra Carlista, y el propio Aviraneta se ocupó de crear las delegaciones en las diferentes ciudades españolas por donde pasó. Con motivo de las actividades suyas y de la sociedad fue encarcelado en numerosas ocasiones. La primera en 1833, cuando se le encomendó la tarea de organizar en Barcelona una delegación.

En 1835 se desató la tensión en Madrid, mientras se había extendido el cólera, se degollaba a los frailes y se luchaba contra los carlistas. Aviraneta fue acusado de la matanza de frailes junto con toda la cúpula de la Isabelina y fue recluido en la cárcel de Corte, desde donde ideó varias tramas para conseguir escapar. En ese tiempo la Isabelina preparó un pronunciamiento, apoyando a la Milicia Urbana, para apoderarse de Madrid, nombrar una Junta revolucionaria y ponerse en contacto con los sublevados de Zaragoza. Los de la Milicia acudieron tarde a la cárcel, con lo cual el pronunciamiento fracasó por descoordinación, pero Aviraneta consiguió finalmente fugarse y huir a Zaragoza, donde publicó su folleto sobre el Estatuto Real.

Mendizábal intentó acabar con los isabelinos, y persiguió implacablemente a Aviraneta, a pesar de que en su momento el ministro de la Gobernación, Ramón Gil de la Cuadra, había solicitado y conseguido el apoyo de la Isabelina a favor de Mendizábal. Mendizábal puso a Aviraneta a las órdenes de Espoz y Mina, que estaba en Cataluña con el objetivo de combatir el carlismo. Aviraneta se desplazó a Barcelona en el momento en el que tuvo lugar una matanza de carlistas en la Ciudadela, de la que Mina le consideró instigador y responsable. Así, fue nuevamente detenido y deportado a Santa Cruz de Tenerife. Una vez allí se comprobó que no había tomado parte en las matanzas de la Ciudadela, y huyó a Argel.

De regreso a la Península, en Málaga consiguió asilo seguro y protección. Se ocupó de organizar la delegación de la Isabelina en la ciudad y su participación en los motines de 1836 —o revolución, en términos del propio Aviraneta—. Se le acusó falsamente, como luego se probó, de tomar parte en los asesinatos de Saint Just y el conde de Donadío, gobernador de Málaga.

Su siguiente destino fue Cádiz, ciudad en la que habían iniciado la revolución los isabelinos y donde también se había proclamado la Constitución. Fue delegado de Hacienda de la división de la Milicia Nacional.

Por entonces los sargentos, en La Granja, instigados por Mendizábal, obligaron a María Cristina a proclamar la Constitución. El movimiento de La Granja quitó importancia a los isabelinos, a los que se relegó a partir de entonces a un segundo plano como anticuados.

En 1838, el ministro Pío Pita Pizarro le encargó hacer abortar las conspiraciones que los carlistas tenían para sublevar La Mancha, Andalucía y los presidios de África. Desde Bayona (Francia) fue el principal promotor de varias actuaciones, como el intento de secuestro de don Carlos, la emisión de falsas proclamas, o la difusión de que el general Maroto estaba vendido a los liberales, pero sobre todo fue el responsable de sembrar la desconfianza entre don Carlos y el general Maroto —y sus respectivos partidarios— por medio de documentos falsos. Estableció el plan militar que finalmente siguió el general Espartero para acabar con la guerra carlista en Vascongadas y Navarra, y que terminó con la marcha de don Carlos a Francia. Participó muy activamente en la preparación del Convenio de Vergara, como se lee en el informe que redactó a petición de Pío Pita Pizarro:Memoria dirigida al Gobierno español [...], escrito en 1839 y editado en 1844. Aviraneta en particular siempre defendió el diálogo como medio para alcanzar la paz, por considerar que la vía militar nunca sería suficiente.

En el verano de 1839, en vista de los buenos resultados que le dieron sus intrigas en el campo carlista, quiso repetir la suerte en Cataluña, y en 1840 se le encomendó la tarea de marchar de nuevo a Francia para dividir y aniquilar la facción carlista del conde de España y de Cabrera. Lo hizo nuevamente, enviando documentos falsos a la Junta de Berga sobre la falsa filiación del conde de España a la secta masónica y a la fracción moderada.

A partir de esas fechas se dedicó a leer y escribir sus memorias y a llevar una vida tranquila y discreta. Dadas las características excepcionales de sus servicios, en 1851 se le otorgó como recompensa nacional extraordinaria el cargo y sueldo de intendente militar de segunda clase y se le consideró a disposición de la Reina.

Por su vida de aventuras, intrigas y conspiraciones, Aviraneta ha llamado la atención de los escritores españoles hasta la actualidad. Especialmente de Pío Baroja, pariente de Aviraneta, quien basó en sus andanzas su serie histórica Memorias de un hombre de acción, compuesta por veintidós títulos. Asimismo, Benito Pérez Galdós o Gregorio Marañón escribieron sobre él. Entre los historiadores, Modesto Lafuente y Antonio Pirala ahondaron en el estudio de su figura.

 

Obras de ~: Estatutos de la Confederación general de los guardadores de la Inocencia, o Isabelinos, Burdeos, Imprenta de F. Laconte, 1834; Lo que debería ser el Estatuto Real, o Derecho público de los españoles, Zaragoza, Ramón León, 1834; con T. Beltrán Soler, Mina y los proscritos, por Eugenio de Aviraneta y Tomás Bertrán Soler, deportados en Canarias, por abuso de autoridad de los Precónsules de Cataluña, Argel, Imprenta de la Colonia, 1836; Vindicación de don Eugenio de Aviraneta de los calumniosos cargos que se le hicieron por la Prensa con motivo de su viaje a Francia, en junio de 1837, en comisión de gobierno, y observaciones sobre la guerra civil de España y otros sucesos contemporáneos, Madrid, Imprenta de Sanchiz, 1838; Apéndice a la vindicación publicada por don Eugenio de Aviraneta el 20 de junio de 1838, Bayona, Imprenta de Lamaignère, 1838; Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España, Tolosa, Imprenta de Henault, 1841; Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España,Madrid, Imprenta de Narciso Sanchiz, 1844; Contestación de Aviraneta a los autores de la Vida política y militar del general Espartero, duque de la Victoria, Madrid, Joaquín Bernal, 1864; Apéndice a la contestación de Aviraneta a los autores de la vida política y militar del general Espartero, duque de la Victoria, Madrid, Imprenta del Banco Industrial, 1864; Las guerrillas españolas o las partidas de Brigantes de la guerra de la Independencia, receta para la curación de Francia contra la invasión de los ejércitos extranjeros, dedicada a la Comisión de armamento y defensa de los Departamentos de Francia, por un español enemigo constante de toda dominación extranjera,Madrid, Imprenta de F. Martínez, 1870; Mis Memorias íntimas o Apuntes para la Historia de los Últimos Sucesos ocurridos en la emancipación de la Nueva España (1825-1829), las publica por primera vez don Luis García Pimentel, México, Moderna Librería Religiosa de José L. Vallejo, 1906.

 

Bibl.: J. M. Chacón y Calvo, Aviraneta pacificador, La Habana, Molina y Compañia, s. f. [es tirada aparte de la revista Cubana, año I, n.º 1, vol. 1 (s. f.)]; M. Lafuente, Historia general de España: desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Madrid, B. Industrial, 1850-1967, 30 vols.; A. Pirala, Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, Tipografía Mellado, 1853-1856; P. Baroja, El aprendiz de conspirador, Madrid, Renacimiento, 1913; El escuadrón del Brigante, Madrid, Renacimiento, 1913; Los caminos del mundo, Madrid, Renacimiento, 1914; Con la pluma y con el sable, Madrid, Renacimiento, 1915; Los recursos de la astucia, Madrid, Renacimiento, 1915; La ruta del aventurero, Madrid, Renacimiento, 1916; La veleta de Gastizar, Madrid, Caro Raggio, 1918; Los caudillos de 1830, Madrid, Caro Raggio, 1918; La Isabelina, Madrid, Caro Raggio, 1919; Los contrastes de la vida, Madrid, Caro Raggio, 1920; El sabor de la venganza, Madrid, Caro Raggio, 1921; Las furias,Madrid, Caro Raggio, 1921; El amor, el dandismo y la intriga, Madrid, Caro Raggio, 1922; Las figuras de cera,Madrid, Caro Raggio, 1924; La nave de los locos, Madrid, Caro Raggio, 1925; Las mascaradas sangrientas, Madrid, Caro Raggio, 1927; Humano enigma, Madrid, Caro Raggio, 1928; La senda dolorosa, Madrid, Caro Raggio, 1928;Los confidentes audaces, Madrid, Espasa Calpe, 1931; La venta de Mirambel, Madrid, Espasa Calpe, 1931; Crónica escandalosa, Madrid, Espasa Calpe, 1935; Desde el principio hasta el fin, Madrid, Espasa Calpe, 1935; Aviraneta o la vida de un conspirador, Madrid, Espasa Calpe, 1931; J. L. Castillo Puche, Memorias intimas de Aviraneta, o manual del conspirador, réplica a Baroja, Madrid, Biblioteca Nueva, 1952; P. Ortiz-Armengol, Aviraneta y diez más: Albuin, Van Halen, Bessieres, Leguía, Arrambide, Regato, Corpas, M. Guerra, R. Alpuente, Olózaga, Madrid, Prensa Española, 1970; M.ª del C. Simón Palmer, El espionaje liberal en la última etapa de la primera guerra carlista: Nuevas cartas de Aviraneta y de F. de Gamboa, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto J. Zurita, 1973, págs. 289-380 (tirada aparte de Cuadernos de Historia, t. IV); P. Ortiz-Armengol,Aviraneta o La intriga, Madrid, Espasa Calpe, 1994; A. M. García Rovira, “Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen (1792-1872): el paroxismo de la conspiración”, en I. Burdiel y M. Pérez Ledesma, Liberales, agitadores y conspiradores, Madrid, Espasa Calpe, 2000, págs. 127-153.

Fuente: R.A.H Carmen Caro”

 

 

Conspirador:

 

 

   Esta reseña que citamos nos hace presente la importancia de Aviraneta en los convulsos años pasados del siglo XIX; tanto por los medios que utilizó para convertirse en la máxima figura del espión o conspirador del siglo XIX; por ser un escritor fecundo de una variada cantidad de folletos y de libros  a la vez que polémicos, así como por las relaciones de “choque” que promovió entre los diferentes estamentos del estado según avanzaban sus trabajos de intriga y conspiración; y ante todo por el impacto que supuso siempre su figura en los entresijos de la alta política y de los militares, que no supieron como zafarse de su estilo oscuro y de sus métodos maquiavélicos para conseguir la discordia en la sociedad decimonónica..

 

 

Sin embargo el encabezamiento del artículo que presentamos decimos NARCISISTA/  GINEBRINO, ¿Por qué? ¿Acaso podría ser su vida más incierta y desconocida? ¿Seguiría atribuyéndose la autoría del convenio de Vergara? ¿Polémicas aparte, tendería a desvanecerse su figura tras finalizar la guerra carlista? y él  ¿Lo entendería?   ¿Asumiría su nuevo papel? ¿Que consecuencias políticas tuvieron sus escritos en la opinión publica? ¿Tendremos presente todo su trabajo? ¿Que poderosos enemigos  pedían su cabeza? ¿Exilio forzoso? …Muchas preguntas y un desafío muy grande para contestar sólo con algunas referencias y notas.

Por este motivo, al tomar ciertos apuntes sobre la vida de Aviraneta para la elaboración y el estudio sobre su influjo en la guerra carlista para acabar con la guerra civil, nos dimos cuenta que después de  los años de 1840, parecía ser y siempre citando  la reseña de la R.A.H que Aviraneta dejaba de conspirar tras la edición de su folleto “Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España”, su obra más polémica, como comisionado de la Reina Maria Cristina, editado en Toulouse de Francia en 1841  para pasar a un segundo plano en la agitada vida del siglo XIX.

 

 

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                          Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España. Tolosa 1841. c.p.                                  

 

Tal afirmación no nos dejaba satisfechos, nos presentaba ciertas  lagunas importantes y llevados de la curiosidad, nos remitimos a investigar en la novela de Pío Baroja y en su defecto sobre la biografía mas completa que existe realizada en 1994 por Pedro Ortiz Armengol “Aviraneta o la intriga” caso de poder completar la información.

Baroja algo tenía que saber ya que en su novela  sobre “Aviraneta o la vida de un conspirador” y más concretamente en su página 217 capítulo XLVIII “EXPULSADO”, nos dice lo siguiente:

 

 “..En junio de 1840 emprendieron los reyes un viaje a Barcelona.  Aviraneta desde Tolosa(Francia), seguía los hilos de las tramas contra la reina gobernadora. Las verdaderas tramas de la conjuración contra la reina radicaban en Londres y en Madrid; al infante le engañaban con esperanzas de darle la regencia, pero el Gabinete inglés  era el que verdaderamente mandaba en este asunto…

   Aviraneta enviaba toda clase de avisos a la reina para que se fuera a Madrid cuanto antes. No lo hizo o no pudo hacerlos, y vino la revolución y se perdió María Cristina.

Llegada a Perpiñán, se presento a la reina don Patricio de la Escosura, y habiendo preguntado la reina por Aviraneta a este señor, le avisó a don Eugenio que Su Magestdad se dirigía a Marsella.

   Aviraneta fue a Marsella, se presentó a la reina, que le recibió muy bien, y hablaron mucho sobre los asuntos de España. La reina le dijo que deseaba que se pusiera de acuerdo con el marqués de Miraflores…trataron de los medios que se debían emplear para realizar la reacción y derribar del Poder al general Espartero. Aviraneta propuso el plan que le parecía más asequible y el dinero que creía necesario…

  En Tolosa le manifestaron las autoridades que tenían órdenes de expulsarle de Francia y que esta medida la había solicitado el entonces embajador español en Paris (Marqués de Miraflores)...

  Mes y medio después de su llegada a Pau fue llamado a la prefectura. En donde se le hizo saber que tenía que dejar Francia. Le tomaron la filiación y le preguntaron a qué país pensaba dirigirse. Aviraneta dijo que a Suiza. Entonces le extendieron el pasaporte más ignomioso que pueda darse, y unos agentes le condujeron al correo”…

 

Ciertamente estos apuntes sobre su estancia en Suiza, son el punto de partida, interesante y novedoso para nosotros. El espión y conspirador marcado es posible que pudiera terminar  su vida en Suiza exiliado, pero  como sigue diciendo Baroja “...El año de 1843, a su vuelta de Suiza a Madrid…” y verdad es que muere en Madrid en 1872, por lo que nos resultaba muy atrayente y misteriosa su estancia en el país Helvético y su retorno tras residir en el.

Ahora bien, esta falta de concreción de Baroja planteaba mucha dudas, no aportaba gran cosa mas allá del dato de su estancia y por este motivo, recogemos también  lo que nos comenta Pedro Ortiz-Armengol, gran apasionado sobre la figura de Aviraneta:

 

“…Por contraste, en Ginebra, a donde llegó hacia mayo o junio-¿ Por la ruta de Becancon y el Pontarlier?...”

“…Al mes de estar en Ginebra, el conspirador no podía vivir inactivo y estableció contactos postales con la Secretaría de la Reina Madre, en París; concretamente con el señor Paradela, con García Orejón- la intriga es la intriga- y con otros muchos peones…

Lo que más no interesa de todo ello es que en cierto lugar escribe:<

 

El prisma en ambos autores parece ser el mismo aunque Pedro Ortiz-Armengol aporte algún dato  mas como la reseña que continuaba con los contactos que debía de tener Aviraneta incluso en el exilio; resumiendo entrada en 1841 en Suiza, más concretamente en Ginebra, correspondencia con la secretaría y salida en 1843, con regreso a España. Estos eran los datos que disponíamos y poco más.

Sin embargo,  como resultado de la consulta sobre Aviraneta en la Biblioteca nacional, en particular en el catalogo de la Hemeroteca Nacional,  y en el archivo histórico Nacional, sección Archivo de Maria Cristina de Borbón- Dos Sicilias y Borbón Reina Regente Documentos de Eugenio de Aviraneta DIVERSOS-TITULOS_FAMILIAS,3372,LEG.53,Exp.11- 1841, entre otros hemos obtenido  una amplia selección de documentos con información sobre su estancia en Suiza; se han podido localizar y presentaremos en este artículo, las conexiones, las intrigas,  el trabajo de espionaje y de policía, sus aclaraciones personales en el papel que jugo en las guerras carlistas, y ciertamente en manifestar su altura de miras según su punto de vista respecto a la vida política al realizar sus trabajos de conspiración puesto que  al menos durante dos años desde su entrada en este país, con un cierto “estatus político especial” de residencia en Suiza, como posteriormente comentaremos, utilizó entre otros a la prensa como vehículo de propaganda general y personal, removió todo lo que pudo por este medio, siendo conocedor y maestro de todos los entresijos y manejos de la información,  así dirigió, manipuló y  planeó para conspirar como siempre y alzar su voz para criticar  la política del estado y de la sociedad del siglo XIX; de esta manera, aun estando exiliado consiguió emitir y editar artículos en los periódicos de la época y de paso, atacar a sus adversarios, que no eran pocos.

 

Desde Suiza

 

Eugenio de Aviraneta, tenía preparado para su publicación, en el año de 1841, su Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España; proponía el modo de hacer la guerra de guerrillas y de facción utilizando todos lo medios materiales y humanos para llegado el caso, y siempre con la premisa del cansancio de la población vasco-navarra, puesto que duraba mucho la guerra civil en las provincias vascongadas y no dejaba de asolar el país, llegar a un acuerdo, siendo fundamentalmente la caída de los seguidores del pretendiente y de los carlistas. Y si para ello fuera necesario engañar, conspirar y falsear la información, este era  el camino correcto. Pero el efecto real más allá de sus acciones, planes y  comisiones por orden del gobierno, fue muy político; la enemistad a guerra total entre Espartero y Aviraneta. Este último no olvidó nunca, “el orgullo es el orgullo”, que en 1840 fuese apresado* siendo comisionado de su majestad la reina regente Maria Cristina en Zaragoza como el probable responsable de un golpe de mando militar liberal, republicano o carlista, según los rumores que circulaban, llegando a pasar en la cárcel del coso de la ciudad mas o menos  18 días con riesgo real de ser fusilado…

 

 

                                              

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                       ANÓNIMO FRANCÉS (?)

Retrato miniatura del general Espartero, ca. 1840

Óleo y esmalte, 6,1 x 4,3 cm.

Madrid, Museo del Ejército [Inv. 28034]

 

En cuanto a la Memoria, parecía emitir en el fondo mucho mas que palabras hostiles  a Espartero; y este no admitirá jamás que el libro fundamentase la terminación de la guerra en la hábil pluma de un civil dejando al militar mas que herido en su orgullo personal y en su honor. Es así que Aviraneta acusa directamente a Espartero como no merecedor de ser glorificado como experto y consumado político ya que según su tesis, nunca tuvo prisa en terminar la guerra y si en aumentar su poder; que él, Aviraneta logró acortar la sangría de hombres y de recursos gracias a sus intrigas y hábiles manejos. Estos comentarios resultarían intolerables para la clase militar y surge, como hemos comentado anteriormente, una guerra en la prensa así como en la publicación de libros y de  folletos.

Para calentar el ambiente de la prensa nacional, y lógicamente al Duque y sus compañeros de armas, Aviraneta  dice lo siguiente desde su exilio forzado, en escrito dirigido a su amigo en el gobierno *D.Pío Pita Pizarro:

 

Ginebra, 20 de julio de 1841

                                              

                 “..Remito ejemplares de la carta que acabo de publicar cuyo contenido va a meter en un gran compromiso a Espartero. Me escriben que en el CORREO NACIONAL ha publicado parte de mi memoria y que al mismo tiempo me trata indignamente, al paso que me dá los honores del triunfo. Aquí no hay papeles españoles y he pedido el correo para contestar cual corresponda.

Voy a mandar imprimir los documentos justificativos y publicar la memoria entera. Parece que nadie a contestado a los hechos; los papeles ministeriales se han contestado con personalidades.

Estoy bueno y contento en esta ciudad que he elegido para vivir. Sabiendo la persecución que me suscitaba el gobierno francés, se me hicieron proposiciones para pasar a Londres y de allí a África a organizar las tropas de ABIR-EL-KADER y enseñarles a hacer la guerra por el sistema de las guerrillas de España. Esto lisonjeaba mi amor propio, soy maestro en el arte como que serví con el Empecinado y hubiera salido con todo lucimiento, pero no quiero nada con los Ingleses ni con extranjeros, todo con españoles y para españoles.

                Yo siempre soy el mismo, dispuesto siempre a servir, y morir por el ama.” A.H.N diversos.t9f3772-r6leg 53/11 doc. 103

           

 

Ciertamente, la prensa de la época se hace caso de la situación, recoge el guante, y comprobamos que el *Correo nacional, periódico de tendencia Monárquico constitucional imprime en 1841, una avance del libro de la  Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España. Por cierto, el libro según el autor, no estaba  publicado con los documentos justificativos y se queja amargamente, sobre quien o quienes habían hecho llegar el mismo a la prensa sin su autorización. Con todo esto, la “guerra” está servida y Aviraneta no desaprovechará la situación para decir su última palabra. El Correo nacional publica en varias entregas desde el 21 de Junio de 1841 hasta el 26, partes de su Memoria al gobierno y Aviraneta no tardará en reaccionar desde el exilio.

 

El periódico cita lo siguiente sobre el libro;

 

“El correo nacional, 21 de junio de 1841”

 

“Hé aquí otro nuevo pretendiente que se presenta con un copioso y magnífico protocolo de datos y de documentos debajo del brazo, á aclarar los misterios eneusinos de la historia de los últimos meses de la campana del Norte, y à disputar al Sr. Duque de la VICTORIA y de MORELLA  el alto honor y la inmarcesible gloría de la conclusión de la guerra civil.

..¡Ya sabíamos antes los justos títulos que en esta parte tenia derecho à reclamar nuestra fiel y generosa aliada la Inglaterra. Tampoco se habían borrado de nuestra memoria los que en la mesa  de la pacificación pusieron hace ya tiempo algunos celosos agentes de la Francia. Nos acordamos asimismo del rapidísimo y embozado manifiesto de MAROTO, grito de remordimiento de una conciencia herida; y de la MEMORIA apologética, mas rica en dalos que bien escrita, del auditor general del ejército carlista el Sr. ARIZAGA. Hemos leído los muchos y curiosos folletos publicados, ya por esta, ya por la .otra parcialidad política carlista, en el vecino reino. Tenemos presente la bandera de PAZ y FUEROS del activo escribano de Verástegui D .jose Antonio de Muñagorri. Y por fin ni aun se nos han olvidado los modestos é importantísimos, aunque mal retribuidos servicios, que à costa de su propio bolsillo, y con grave y constante riesgo de su vida hizo en aquella sazón à la causa nacional el: sencillo y honrado paisano de Bargota D. MARTIN DE ECHAIDE , de quien ya mas de una vez hemos tenido ocasión de hablar en nuestro periódico.

Véase aqui una legión nada escasa por cierto de pretendientes que se presentan con las piezas del proceso en la mano, à acreditar su derecho a la participación en los felices sucesos que trageron la paz del reino, y por consiguiente à menguar en otra tanta cantidad cuantos son sus respectivos méritos, los méritos que la ignorancia y la baja adulación y la común credulidad había querido antes vincular en un solo alto y afortunada personage.

Pues todo eso es una insignificante bicoca y nadería al lado del nuevo y resucito adalid que se lanza atrevidamente a la arena à revindicar para sí los frescos laureles y la esplendente corona de oro del CONVENIO DE BERGARA.

El antes gefe de nuestras armas, y hoy Regente del Reino por la voluntad de las Cortes, tiene que habérselas con un ESPIÓN. Con un espión... no hay duda; pero espión despierto ,osado, inteligente, patriota , en el sentido que ahora se da á esa voz, capaz de habérselas con el mas avisado y à quien no será fácil que general ESPARTERO y sus amigos de hoy puedan negar sus compromisos liberales. Este espión es el famoso don EUGENIO DE AVIRANETA..

Acabamos de leer su libro: el libro del gran conspirador, del revolucionario perpetuo, del agente más fecundo è incansable de tramas políticas que ha producido la presente época. Hemos devorado con afán la MEMORIA DIRIGIDA AL GOBIERNO ESPAÑOL SOBRE LOS PLANES Y OPERACIONES PUESTOS EN EJECUCIÓN PARA ANIQUILAR LA  REBELIÓN EN LAS PROVINCIAS DEL NORTE DE ESPAÑA POR D. EUGENIO DE AVIRANETA.

Está firmada en Madrid á 18 de noviembre de 1839, é impresa en Tolosa de Francia , casa de Augusto Henault, calle de Santa-Roma, año de1841. El folleto lleva modestamente á su frente el hosco y perfectamente característico retrato de su ilustre autor. Con todo eso, y à pesar de las poco recomendables circunstancias que асоmраñап à la fama política del retratado, su libro, aparte algunas inexactitudes у juicios equivocados de que tal vez nos hagamos cargo otro dia, encierra curiosísimos pormenores sobre la terminación de la pasada guerra civil, y contiene datos preciosos y hasta ahora poco conocidos , que no dudamos se apresurará á escudriñar , recoger y comparar la historia, para calificar debidamente aquel grande acontecimiento, y dar á cada uno de los personages que en él tuvieron parte, la prez y lugar que de justicia les corresponda, y nada mas que la que de justicia se les deba.

Nosotros, hombres antes que todo de imparcialidad y de conciencia, no nos apresuraremos à anticipar el juicio dé la posteridad. Pero sí diremos, después de haber leído reflexivamente ese libro, y teniendo presentes otros graves antecedentes que al mismo asunto se refieren, que nuestra convicción formal y profundísima hoy, como hace mucho tiempo, es que la pacificación de España no ha sido resultado de una valiente ni acertada combinación de guerra, sino la consecuencía precisa é indispensable de varías y encontradas causas políticas , extrañas casi en su totalidad à la fortunosa ilustración militar que se ha elevado sobre aquellos fundamentos.

Diremos mas, siquiera se escandalicen los nuevos cortesanos, y  levanten al oir nuestro juicio la turbada y temerosa vista al cielo los cobardes y los meticulosos: si los hechos que se citan en el libro de AVIRANETA son ciertos, si estos hechos no son desvanecidos por otros hechos, la historia dirá, que no solo la Nación no es deudora à los agentes del gobierno que entonces le representaban en el Norte, de acontecimientos que tan provechosos han sido à su ambición, síno que acaso les culpará de haber puesto en cuanto estaba de su parte grandes y multiplicados estorbos à ello. Dirà: que hasta en operaciones militares que han servido mucho, y á que se dio en su tiempo un valor incalculable, el general no hizo sino seguir humildemente las inspiraciones del POLISÓN…

Duro, severo por demás parecerá esto que aseguramos, pero asi lo dirá con, la  mano en la conciencia el que lea un poco detenidamente el libro de AVIRANETA, procurando estudiarlo y comprenderlo y penetrar un poco más allá de la corteza:

La memoria se reduce à contar menudamente los mas ocultos y misteriosos pasos dados por el autor, en desempeño de la comisión secreta que le confirió el gobierno de S. M. la Reina en el mes de diciembre de 1838 , y que concluyó con la entrada de Don CARLOS y su fámilia en Francia én setiembre de 1839.

Dos pensamientos cardinales se revelan en estos trabajos. El lº: Preparar lenta y gradualmente el espíritu de las masas y del ejército carlista à la solución que se apetecía, operando un cambio favorable en su estado moral. 2º : Obtenido este resultado, meter la discordia y enredar de tal modo con profundas y bien combinadas intrigas à los gefes carlistas entre sí, y con D. CARLOS, que viniese necesariamente una pronta é inevitable disolución.

Si el plan era maquiavélico, preciso es confesar que AVIRANETA lo supo llevar á cabo, por en medio de mil dificultades y embarazos suscitados por los Agentes del gobierno, de una manera que si no canoniza su moralidad, descubre à lo menos su actividad portentosa y los infinitos y diabólicos recursos de su fecunda imaginación.

Hé aquí algunas importantes revelaciones que nos han llamado la atención en el folleto, y que a título de imparciales examinadores y fieles exactos cronístas, creemos deber trasmitir al público, en demostración de las leves indicaciones que llevamos hechas al principio de este artículo.

Empezaremos por una que acredita lá influencia que los trabajos del comisionado secreto del gobierno tuvieron en el feliz desenlace y dichosa terminación de la guerra del Norte. En 29 de julío  (es decir un mes antes de los notables sucesos que después sobrevinieron) escribía ya à Madrid en los términos síguientes (páginas 49 y 50 de la Memoria):

Ha llegado el momento criticó; la mina rebentará; y puede V. asegurar á S. M. que según están atados los cabos en el SIMANCAS (llamaba así a un medio infernadle revolución) el estampido va á ser tremendo, se degollarán horrorosamente, y daremos fin á la rebelión. Recojeremos el fruto de tanta meditación y de tanta paciencia, como he necesitado hasta llegar á este resultado. En igual fecha dio cuenta de todo al consul de Bayona, descubriendo el estado del negocio, y que CONCLUIRÍA LA EMPRESA.

Mas adelante se lee (pàg. 51 ):

El mismo dia que don Carlos recibia en Tolosa el Simancas, es decir el 5 de agosto, escribi à la M.... y á Maroto dos cartas numeros 25 y 26 (las cuales manifesté al cónsul) diciéndoles, que don Carlos iba á levantar pendones contra él(Maroto) y se marcharia á Navarrà. Todo se realizó exactamente cuatro días después....

 

                                                                               Páginas 57 y 58.

Sin aquel acontecimiento (habla de la sublevación del 5. batallón de Navarra en Etulain pueblo del valle de Ulzama, en la noche del 8 al 9 de agosto, sublevación preparada por los maquiavélicos manejos del autor ) y la causa ingeniosa y eficaz que lo engendró é impulso;al terminar el verano, LAS COSAS HUBIERAN QUEDADO CASI EN EL MISMO SER QUE GUARDABAN AL PRINCIPIO DE LA CAMPAÑA; porque sin haberse operado el cambio moral en el pueblo y en la tropa , y sin haberse encendido tan vorazmente la discordia entre don Carlos y Maroto y sus respectivos partidos, era del todo imposible penetrar en el corazón de las Provincias Vascongadas, sin exponerse COMO HABIA SUCEDIDO EN OTRAS CAMPAÑAS A UNA RETIRADA Ò UNA DERROTA DE NUESTRO EJERCITO , вп un  pais que la naturaleza ha destinado ú ser una fortaleza impenetrable, teniendo como tenia 24,000  veteranos bien armados , y de acreditado é indisputable valor.

El asunto es interesante, y este artículo va haciéndose sobrado largo. Otro día concluiremos  nuestro exàmen.

 

“El correo nacional, 22 de junio de 1841”

 

 “Decíamos ayer, à propósito de la famosa memoria del S r . Aviraneta  que sus importantes revelaciones y curiosos datos quitaban mucha parte del mérito á los agentes del gobierno à quienes se había atribuido exclusivamente hasta ahora la feliz terminación de la guerra del Norte, si es que no destruían del todo su influencia verdadera en aquel grande y venturoso acontecimiento: y añadíamos también que tal vez obstáculos, y no apoyos, encontró en los referidos agentes el pensamiento de la PAZ, lograda, según los mencionados datos, á pesar de ellos , y no por ellos.

No nos hubiéramos atrevido nosotros à aventurar sin pruebas tan graves y trascendentales acusaciones. Hé aquí lo que se lee en las páginas 36 y 37 de la MEMORIA que vamos examinando.

 

PAGINAS 36 y 37.

"Un comisionado de S, M. para el mas importante de todos cuantos servicios se pudieran prestar, ser expiado por otro funcionario del mismo gobierno , con un celo y rigor que sobre obstruir è imposibilidar sus esfuerzos patrióticos, no se han empleado contra los encarnizados y poderosos enemigos de la causa nacional!"

Mas claro y terminante es todavía lo que se lee en las

 

PAGINAS 44 y 45.

« El punto á que en esta parte habla llegado mi plan, y su grandísima importancia, me obligaron a conformarme aparentemente con la voluntad del consul; (habla del señor cónsul de Bayona) al paso que dando noticia circunstanciada y diaria de todo al Sr. PITA , determinaba escasear a aquel en lo sucesivo mis explicaciones sobre el orden y progresos de la operación; porque así convenía  proceder, vista  su mala fe  y antigua aversión contra mi."

Llega después al periodo más importante y critico de sus trabajos, y dice:

 

PAGINAS 51 Y 52.

En 1 de agosto, salí de Bayona, y en S. Juan de Luz , entró en la misma diligencia en que yo iba don N. de N. (hay un nombre propio) agente secreto del cónsul en la frontera y en la pasada empresa de Muñagorri, y me acompañó sin duda de su orden hasta Behobia. El comisario de policía de aquel punto estaba prevenido pues á mi llegada, y habiéndome detenido en la posada, puso en movimiento la gendarmeria, é inmediatamente vino, dándome apenas tiempo para ocultar el SIMANCAS , el cual deposité en poder del amo de dicha posada, persona de toda mi confianza. El comisario bien aleccionado, me dijo: " V. es Aviraneta, y no Ibargoyen como se expresa en el pase del subprefecto"; y así se pretendía humillarme por lograr de este modo una pequeña é ignoblé satisfacción. Pasado a  Irun, también allí me acompañó el agente del cónsul, para espiar sin duda mis pasos, por estar autorizado con la real orden que ya he referido. La noche de mi llegada á Irun tuve una larga entrevista con él coronel gobernador D. Valentin de Lezama, para quien me dió una esquela el cónsul, y estaba advertido de mi marcha:.

VIVO MUY CIERTO QUE NO SE TOMARON MEDIDAS NI PRECAUCIONES SEMEJANTES PARA IMPEDIR LA ENTRADA DEL PRETENDIENTE Y LA DE LA PRINCESA DE BEIRA EN TERRITORIO ESPAÑOL, COMO LAS SEMI-RESERVADAS QUE SE ADOPTARON PARA LA MIA EN EL PUEBLO DE LA MADRE QUE ME DIO EL SER.

 

PAGINAS 52, 53 y 54.

El propio día, (el 2 de agosto) regresé á Bayona, y el agente secrete del cónsul, que entró en Behobia en el mismo carruaje, me acompañó hasta aquella ciudad; y habiendo pasado yo, luego que me apeé de la diligencia á comunicarle el resultado de la operación, le encontré encerrado con N… (el supuesto agente) que se anticipó indudablemente a dar cuenta de la importante comisión que acababa de desempeñar contra mi. Precisamente cuando mas indispensables eran toda mi lealtad, patriotismo y constancia para llevar a cabo EL  MAYOR  DE TODOS LOS SERVICIOS que en los seís años de guerra se han prestado á la causa de la Reina y de la  patria, LOS DELEGADOS DEL GOBIERNO DE ESTA me hacían pasar por tanta humillación y amargura, que bien parecía deseaban obligarme á abandonar mi grande  empresa.

No contentos con esto, "cada vez que llegaba a la frontera” mi confidente N… se hospedaba en el cuarto num. 6  de la fonda de Francia, en la cual habitaba yo el núm. 10; y desde allí  espiaba mis pasos y los del otro. Todavía cometieron un atentado más culpable. Cuando O. . . entregó al confidente el SIMANCAS, de orden del cónsul registraron sus agentes en territorio español el paquete, sacando copias de las importantes piezas que contenia, y un inventario de todos los papeles y hasta de los sellos. El mismo cónsul tuvo la debilidad de confesarmelo después, como una grande hazaña suya, asegurándome que todas aquellas copias las tenia en su poder, y que también habia sido el denunciador de mí enviado cuando le detuvieron y cogieron el inventario de los papeles en san Juan de Luz, pero que lo habia hecho para ver si llevaba cartas del obispo de Leon ú otros carlistas. Miserable escusa cuando el tiro era asestado directamente contra mi persona, Y ABIERTAMENTE OPUESTO A LOS INTERESES DE LA CAÚSA DE LA REINA Y DE LA NACIÓN !

El cónsul, y sus gefes ó DIRECTORES, parece con evidencia que buscaban cualquiera pretesto de acusación para sacrificarme; y si fueron completamente burladas sus esperanzas, bien necesitó mí lealtad, nunca desmentida, de todas las precauciones que empleé en librarme de tan increíbles y alevosas insidias. Con tiempo se fraguó la trama, consiguiendo los calumniosos instigadores sorprender al gobierno en el mes de mayo, y la orden para que el cónsul me vigilase , y lo que es mas, para ponerme bajo su intervención ; con cuyo escudo y autorización desplegó toda su actividad y celo, QUE HUBIERAN ESTADO MUCHO MEJOR EMPLEADOS CONTRA LOS CARLISTAS, y en meditar planes iguales o parecidos á los que yo puse en práctica durante los diez meses que permanecí en Bayona, y HAN DADO POR RESULTADO LA CONCLUSIÓN DE LA GUERRA CIVIL EN LAS CUATRO PROVINCIAS DEL NORTE DE ESPAÑA.”

                                                                              PAGINA 84.

"A mitad de agosto (obsérvese que en este tiempo estaban precisamente en un momento mas  crítico los importantes trabajos del agente secreto del gobierno) me veía ya en grandes apuros por falta de medios, y en lo mas activo é interesante de mis operaciones. Creyendo debia existir una gran parte de los fondos que EL GOBIERNO HABIA REMESADO ESCLUSIVAMENTE PARA LA EMPRESA CONFIADA A MI CELO, pasé a decirle al  cónsul que necesitaría dinero, y sin él iba á sufrir perjuicios de consideración el servicio. Me contestó que solo contaba TRES MIL FRANCOS  EXISTENTES,  роr haber sido preciso pagar libranzas del ministerio y del embajador en Paris; y que teniendo pedidos mas fondos, no se le habian enviado. Que por otra parte se hallaba sin una real orden que le autorizase para hacerme entregas, pues acaso no se le abonarían en las cuentas ya verificadas."

Hasta aquí los cargos qne sin abonar ni escusar literalmente hemos copiado , al señor cónsul de Bayona , personaje que ha jugado mucho en los últimos tiempos de la guerra del Norte, y cuya intima amistad, estrechas relaciones, y frecuentísima correspondencia con el general en gefe del ejército de S. M. en aquella época, es cosa sabida en toda la nación. Pero aun hay otra revelación mas importante y directa, cuyas pruebas consisten en resultados claros y palpables que nadie puede tergiversar.

 

 

                                                                              PAGINAS 47 Y 48.

''El pais y las tropas, á pesar de las hostilidades, se mantenían en el buen sentido que por medio de la propaganda hablamos sabido preparar a favor de la paz; pero la fatal estrella quiso que en julio se diese la MAL ACONSEJADA Y FUNESTA PROVIDENCIA para la tala de los campos é incendio de las mieses y los pueblos; medida que fué como un BALSAMO DE SALUD PARA EL VACILANTE D. CARLOS Y SU CORTE, quienes la aplaudieron en su corazón. Ella produjo la irritación principalmente de los alaveses y navarros, cuyo territorio empezó á sufrir sus efectos, abriendo la puerta á excesos u otra conducta del enemigo, según resulta de la proclama número 23 ; y de ella sin duda provino el revés....( aqui el nombre de un general á quien suponemos inocente y mero ejecutor de órdenes superiores en el caso de que se trata: por eso no le nombramos ) de Cirauqui, porque Elio supo aprovechar la coyuntura é inflamar el fanatismo y ardor de sus voluntarios , para que peleasen hasta morir en defensa de sus hogares y de sus propiedades ; y al fin de la jornada se ha visto que LOS BATALLONES DE NAVARRA Y ALAVA FUERON LOS MAS PERTINACES, PREFIRIENDO REFUGIARSE EN FRANCIA, ANTES QUE ADHERIRSE AL TRATADO DE VERGARA. En Vizcaya y en Guipúzcoa, donde por fortuna hubo otros respectos , y para la recolección de la cosecha se celebró un convenio en Mandazuri el 13 de dicho julio entre el comandante general D. Miguel Araoz y el de la línea enemiga D. Bernardo Iturriaga, CONSERVARON  LA OPINION Y ESPERANZA EN SENTIDO DE LA PAZ , Y FUERON POR ULTIMO LOS QUE CONSUMARON CON SU DECISIÓN LA GRANDE OBRA DE LA RECONCILIACIÓN."

Terrible revelación por cierto de un hecho cuyas consecuencias pudieron ser el imposibilitar de todo punto la transacción que tan diestra e incansablemente se perseguía, y prolongar la guerra civil por otra larga serie de años. En agosto se verifico el CONVENIO. En Julio se dio la providencia militar para la tala de los campos é incendio de las mieses y los pueblos. Esta providencia no se ejecutó en Guipúzcoa ni en Vizcaya, y las bayonetas guipuzcoanas y vizcaínas se veian reunidas el dia 31 de agosto en los campos de Vergara para dar con nuestros bizarros y nobles soldados la paz à la nación. Aquella providencia atroz tuvo un principio de ejecución en Alava y en Navarra; y las bayonetas alavesas y navarras, cuyos principales gefes, VILLARREAL, ELIO У ALZAA, estaban hacia mucho tiempo comprometidos en favor de la reconciliación, no brillaron como las de sus hermanos en los campos de Vergara. ¡Saque ahora la nación la consecuencia de estas premisas!

Pero todavia hay otra página mas franca y terrible. Nuestros venideros la leerán con horror, y preguntarán asombrados, si es verdad que vivíamos en el siglo XIX, ò si nos habían invadido los bárbaros del septentrión como en los feroces y sangrientos tiempos de ATILA,

 

                                                                              PAGINAS 71 Y 72.

Se este modo acabó aquella gloriosa revolución; HABIENDOSE DEBIDO TODO Á LA ACTIVIDAD Y MAESTRIA CON QUÉ SE MANEJO. Sin las combinaciones desde tanto tiempo seguidas con una constancia acaso sin ejemplo, con una reserva impenetrable, reducido el secreto á dos ó tres personas, y con una fidelidad que solo la imparcialidad apreciará bien, ó NO HUBIERA SUCEDIDO CIERTAMENTE EL TRATADO DE VERGARA, o fueran menos grandiosos sus resultados BIEN LEJOS ESTABAN DE PENSAR EN TAN FAUSTO DESENLACE LOS QUE RECOMENDABAN O SE PROPONÍAN UN PLAN DE CAMPAÑA DE INCENDIO Y DESOLACIÓN EN LAS PROVINCIAS VASCONGADAS , CUANDO DESPUÉS DE HABER ЕМРЕZADO LAS OPERACIONES MILITARES POR EL ESTREMO MAS LEJANO, MAS DIFÍCIL, AVENTURADO Y MENOS IMPORTANTE DE LA LINEA ENEMIGA, SE INVERTÍAN GRANDES SUMAS DE DINERO, Y EMPLEABA MESES ENTEROS EL EJERCITO PARA FORTIFICAR EN TODA REGLA LOS PRIMEROS PUNTOS CONQUISTADOS A LOS CARLISTAS; CUANDO SE INTENTABA, SIN QUIZA PASAR ADELANTE, DESTlNAR UNA BUENA PARTE DE NUESTRAS TROPAS DEL NORTE A ARAGON, PARA CONTENER A CABRERA QUE AMENAZABA E INVADIR LAS CASTILLAS ; Y CUANDO EN FIN, SE apresuraban EL DUQUE DE LA VICTORIA , EL GOBIERNO Y HASTA EL MISMO MAROTO á desmentir pública y reiteradamente los rumores que corrían de inteligencia entre unos y otros sobre acomodamiento ó transacción.

Acusaciones graves, espantosas, indeclinables contiene el párrafo que acabamos de transcribir; trascendentales unas á la opinion de humanidad y otras à la fama militar del caudillo principal del ejército del Norte. Nosotros todavia ni aprobamos ni desmentimos esas palabras. Hasta ahora solo se ha oido una voz. Cuando se responda al Sr. AVIRANETA, y se destruyan sus aserciones con otras más verídicas aserciones, y se refuten sus datos con otros mas irrecusables datos, entonces podremos y podrá la nación pronunciar su juicio. Mientras tanto oigamos y estudiemos. Pero ¡cuidado! que el silencio solo seria ya una acusación. El país tiene derecho à saber la verdad , toda la verdad de lo que ha pasado, para repartir gloria ó vituperio. Los moral y legalmente responsables de los planes que se revelan nada menos que por un agente oficial del gobierno de S. M., deben apresurarse à poner encima de la mesa las piezas de su justificacion, los documentos del gran proceso militar y politico de la pasada guerra civil. Hasta entonces el Sr. AVIRANETA no puede pasar, no pasará por un miserable calumniador.

Réstanos todavía dar la prueba de otra proposición à primera vista aventurada, que sentamos en nuestro artículo de fundo del dia de ayer. Dijimos refiriéndonos à los resultados de la memoria, que hasta en operaciones militares que habian servido mucho, y à que se dió en su tiempo un valor incalculable, el general no habia hecho sino seguir humildemente las inspiraciones del polisón. Hé aqui lo que se lee  en las

                                                                              PAGINAS 60 Y  61.

Radicado de este modo el alzamiento fanático contra Maroto en el pais Basco-Navarro, restaba que el ejército de la Reina á las órdenes del ilustre duque de la Victoria aprovechase con conocimientos de causa el estado de discordia en que se veian los carlistas. EL 16 DE AGOSTO (obsérvese bien la fecha) expuse verbalmente al cónsul que por mi parte y en aquella fecha estaba todo hecho; y era preciso proponer al Sr. Espartero LOS MOVIMIENTOS QUE LE DETALLÉ, Como práctico soy que  en el terreno, y conocedor entonces del verdadero estado del ejército enemigo. El cónsul aprobó mi idea, me recomendó que sin perder momento le estendiera la minuta de la comunicación que iba á dirigir al duque con un confidente; y á la media hora le llevé el papel, cuya copia acompaño bajo el número 29. EL ACERTADO Y RAPIDO MOVIMIENTO DE NUESTRO GENERAL EN GEFE SOBRE VERGARA, DIO POR RESULTADO EL CELEBRE CONVENIO, CON LOS ACONTECIMIENTOS GLORIOSOS QUE A EL SIGUIERON....

El señor AVIRANETA reasume sus servicios en favor de la pacificación de las provincias del Norte en los términos siguientes:

                                                                              PAGINA 77.

"Don Carlos con su familia, la llamada corte, y las reliquias de su mal parado ejército, entraron en Francia a las cinco menos cuarto del referido día 14 de septiembre, Y CON ESTO SE DIO FIN A LA IMPORTANTÍSIMA EMPRESA QUE SE ME HABlA ENCOMENDADO PARA LA SALVACIÓN DE LA PATRIA ; cabiendome la dicha de HABERLA DIRIGIDO Y REALIZADO en los terminos que describo en esta memoria, SIN ALTERAR EN LO MAS MINIMO LA VERDAD."

Y en la

                                                                              PAGINA 88.

En diciembre último (1838) al comisionarme S. M. a Bayona, el estado de la guerra en las cuatro provincias Vascongadas no era nada lisongero; Y AL RETIRARME  DE MI COMISION EN PRINCIPIOS DE OCTUBRE , HAN QUEDADO YA PACIFICADAS.

Por último, inserta el curiosísimo presupuesto siguiente, que andando el tiempo no podrá menos de hacer un estraño contraste al lado de los muchos cientos de millones gastados infructuosa y estérilmente en el mismo negocio.

                                                                Coste que ha tenido la empresa.

Al leer esta .Memoria se creerá qne la empresa confiada á mi cuidado costó millones de rs. al gobierno, como han creído los periódicos de Europa , asegurando que Maroto y sus compañeros fueron comprados por el oro que recibieran en premio de la por ellos llamada traición. Para que en todo tiempo pueda constar lo realmente gastado en la operación, tengo formalizada por menor la competente cuenta que ofrece el resultado siguiente:

 

 

                                                                                                                             Rs. De Vn..

Ha durado la empresa diez meses y  he invertido..………………………        55.034

Mis dietas en los diez meses á razón de dos mil rs. al mes…………….         20.000

Para mi regreso á Madrid………………………………………………….          2.500

 

Total general de lo gastado………………………………………………..         77,554

 

                                               Dinero recibido.

Entregó en varias partidas el cónsul de Bayona á virtud de real orden

comunicada por el ministro de Hacienda D. Pio Pita…………………         50.400

Me remitió en Agosto D. Pio Pita como particular…………………….         60.000

 

Total de lo recibido…………………………………………………………      110,400

 

                                               Resumen general.

Total recibido. . . . 110.400

Total gastado. . . .   77.554

 

Existencias que quedaron en fines de septiembre de 1839…………….      32.816 rs.vn

 

Otro día procuraremos transcribir ha nuestros lectores las reflexiones que se nos agolpan al leer esta interesante publicación.

 

“El correo nacional, 26 de junio de 1841”

 

“En los dos artículos que llevamos publicados hasta ahora sobre la MEMORIÁ del Sr. AVIRANETA, no hemos hecho sino dar una pálida y ligerísima idea dé las graves é importantes revelaciones que acerca de la feliz terminación de la guerra del Norte contiene tan curioso e interesante folleto , destinado à derramar una luz clara sobre aquellos terribles y trascendentales acontecimientos. Simples narradores é imparciáles expositores, hemos querido que él publico leyese las palabras mismas del autor, desnudas de todo artificio oratorio; y como las consecuencias ó deducciones que natural y necesariamente resultaban de esas palabras, podian importar á la gloria ó al menoscabo del mérito de personages colocados à grandes alturas con el Estado, asi como à la verdad de la historia, y á la mayor ilustración de la conciencia del pais, no hemos soltado una sola proposición, sin acompañarla desde luego con su correspondiente cita comprobante.

De esas citas, y de los mas extensos pormenores contenidos en el libro del señor AVIRANETA resulta:

Que la terminación de la guerra del Norte en  cuyo poderoso fundamento estrivan tantas reputaciones elevadas, y tan excelsas posiciones adquiridas, no se debió ni á la valiente espada, ni à las portentosas combinaciones militares del general ESPARTERO, sino al cambio mòral de la opinion en las tres provincias Vascongadas y Navarra, ayudado entre otras causas, de las diabolicas artes e infernales medios de división introducidas en el Real enemigo por la volcánica cabeza, prodigiosa actividad , fecundos recursos dé imaginación y poco escrupulosa  moralidad política de aquel agente secreto del gobierno.

Cinco años largos hacia que la guerra del Norte  no adelantaba un paso , consumiéndose allí como en un pozo sin fondo los tesoros de España, y pereciendo en aquellos hondos barrancos e inatacables precipicios la flor de nuestros mas nobles y valientes hijos. En los primeros tiempos las derrotas sucedían à las derrota; después las batallas à las batallas. Ultimamente ni aun habia batallas; la guerra se hacia à fuerza de inaccion y de parálisis crónica; ó para hablar con mas exactitud, la guerra no se hacia, y nuestros sufridos y valerosos soldados permanecieron meses y mas meses con el arma al brazo , esperando sin duda su general que soplase alguna vez el viento favorable de la fortuna.

Asi permanecieron las cosas durante largo tiempo , aguerriéndose y fortificándose mientras tanto la hueste contraria , y creciendo en bríos y pujanza la insurrección de las otras provincias de Aragón y Cataluña , cuyos principales caudillos, conquistadores de Morella y otras varias plazas fuertes , y poseedores de algunas nuevas que ellos mismos iban ràpidamente levantando á favor de nuestra incuria y abandono, osaban acercarse poco à poco al corazón de la monarquía, por medio de un camino militar llevado á cabo, con pasmosa perseverancia, formando de sus fuerzas y posiciones un estrivo artificial de recíprocos apoyos, y estendiendo asi en silencio y con cautelosa actividad la vasta y desapercibida red en que à poco mas tardar nos hubieramos visto envueltos.,

¿Qué sucedió entonces? El gobierno de S, M. buscó á un hombre atrevido y listo. "He ahí, le dijo, un grande campo para tu ingenio: la nación no puede mas: aquellos pueblos deben estar cansados: estudia sus pasiones, conoce sus instintos, introducete en su corazon , y mira si puedes debilitarlo ó conquistarlo : ya que nada adelantan la sangre y los tesoros de nuestros hijos, ya que  aqui no tenemos una espada vencedora ya  que la España del siglo XIX no produce hombres de la talla del CID o de GONZALO DE CORDOBA; vé tú, inteligencia de demonio. Y mira si puedes alcanzar el resultado que apetecemos, y la paz y el descanso que habemos menester, por otros mas sagaces y siniestros medios.”,

El agente comprendió y aceptó la la misión, y se propuso cumplirla. A últimos de diciembre de 1838 llego de la frontera de las provincias Vascongadas; a principios del 39 ya se había puesto en relación con varios confidentes y jefes del bando enemigo: en el mes de febrero ya estaba tratando de apoderarse D. CARLOS: en el de abril lo hubiera verificado sin los obstáculos y entorpecimientos que se le opusieron: en los meses de mayo , junio y principios de julio habia ­­encendido dé tal modo , con tal destreza y sigilo, y por tan  raros y atrevidos medios, la discordia intestina en el campo enemigo, que D. CARLOS y MAROTO , con sus respectivos cortesanos y amigos , se aborrecían mas y tenian mas ansia de devorarse unos  á otros, que à los mismos partidarios de la Reina. D. CARLOS y los suyos creían que MAROTO estaba vendido à los revolucionarios de Madrid; y á su vez MAROTO estaba firmemente persuadido de que el ex-infante no desperdiciaria la primera ocasión de fusilarlo.  Al primero habia logrado fascinar el Sr. AVIRANETA por medio de una horrible combinación y figurado espediente de correspondencias secretas (este era el SIMANCAS) en que aparecía la existencia en esta capital de un club o sociedad secreta cuya tendencia y objeto era concluir la guerra civil por medio de una traición en las filas rebeldes, club que tenía varias ramificaciones, y en el cual el general de D. CARLOS representaba el papel de presidente del primer triángulo del norte. Y este al mismo tiempo recibía falsos avisos y figuradas confidencias, que le participaban la enemiga disposición y las secretas y sangrientas resoluciones de su amo en contra de él y de sus parciales.

Asi es, que un mes antes de los graves y notorios sucesos que precedieron y pusieron término al CONVENIO DE VERGARA, el Sr. AVIRANETA, dando cuenta del estado de los negocios al cónsul de S. M. en Bayona, le aseguraba terminantemente que CONCLUIRÍA LA EMPRESA.

Y en la misma fecha (29 de j u l i o de 1839) escribía ya à Madrid las notables palabras siguientes que ya hemos copiado en uno de nuestros anteriores números: "Ha llegado el momento critico; la mina reventará; y puede V asegurar á S. M. que según están atados los cabos en el SIMANCAS, el estampido va à ser tremendo, se degollaran horrorosamente, y DAREMOS FIN A LA REBELIÓN. Recogeremos el fruto de tanta meditación y de tanta paciencia como he necesitado hasta llegar á este resultado."

Los acontecimientos que después á breves dias sobrevinieron, abonando los presentimientos y justificando los juicios del agente secreto de S. M , dan un peso terrible á sus palabras, y hacen de su MEMORIA , sino un documento irrecusable, cosa que nosotros hemos estado muy lejos de asegurar hasta ahora, por lo menos un libro digno de la atención y examen de los hombres imparciales , y no el papelucho despreciable y baladí que han querido pintar algunos ardientes amigos del Sr. DUQUE, salidos estos días a hacer el fuego de guerrillas , y defender como puestos avanzados, la disputada fortaleza de las glorias militares de S. A.

Ni ¿cómo, sin un grande conocimiento é influencia en los hechos que allí pasaron , podía el señor AVIRANETA predecirlos y avisarlos con una anticipación y una exactitud jamás desmentidas?¿Cómo, por ejemplo , en las cartas que el 5 de agosto de 1839 escribia á la MATURANA y a MAROTO , cartas que en la memoria dirigida al gobierno de S. M. ocupan los números 25 y 26 , y las cuales antes de remitirse á sus destinos fueron mostradas al Cónsul; cómo no siendo el autor de esas cartas el secreto y hábil director de todo el enredo, podía decir al espresado general que D. CARLOS iba á levantar pendones contra él y marcharse á Navarra, y suceder así exactamente à los cuatro días después?...

Pero no son ciertamente los hechos que en los dos anteriores artículos hemos citado, los únicos importantes que los hombres de buena fé y deseosos de ilustrar su conciencia histórica, encontrarán en la MEMORIA que vamos analizando.

Allí verán , con citas de nombres de personas y casas de comercio bien conocidas , que en los momentos mas críticos para la causa de D. CARLOS estaba ofreciéndosele por particulares ingleses y franceses , y bajo la protección de un alto personage estrangero , nada menos que un empréstito de QUINIENTOS MILLONES, con condiciones mortales para nuestra industria!,,.

Allí verán las primeras bases de transacción (à lo menos conocidas hasta ahora) que con muchos meses de anterioridad al convenio de Vergara, redactó é introdujo en el campo enemigo el agente secreto de nuestro gobierno, y fueron discutidas y tratadas secreta y formalmente en una junta carlista de Tolosa.

Verán el pensamiento avanzado por algunos gefes guipuzcoanos y otras personas de prestigio en el pais, de basar el acomodamiento y paz de las dos causas, con el matrimonio de nuestra legitima Reina doña ISABEL II y el hijo mayor de D. Carlos.

'Verán, en su fin, ya que el movimiento INGLÉS, de septiembre ha hecho una palabra de moda y una bandera de partido de la INDEPENDENCIA NACIONAL, que un agente público del gobierno de la Gran Bretaña, el respetable lord JOHN HAY, estaba en tratos con el enemigo, para declarar la independencia de las tres provincias Vascongadas y de la Navarra. Hecho notable, notabilísimo, que no debiera olvidar el gobierno de S. M. Lección y advertencia que debieran tener muy presente, los que sin intención ni conocimiento seguramente de las delicadas circunstancias en que se encuentra aquel noble y valiente pais, amenazan con imponerle las condiciones del ESTRANGERO, y apenas dejan pasar dia en que no le lancen por sí ó sus agentes una humillación ó un agravio.

Por lo demás (y esta será la única respuesta que daremos á los que desconozcan nuestra buena fé) nosotros repetimos por tercera y última vez, que no abonamos ni negamos los hechos, que no apoyamos ni desmentimos los juicios del señor AVIRANETA. Ahí está su libro, y la nación lo juzgará.

 Observaremos sin embargo : Que ese libro es una MEMORIA OFICIAL dirigida al gobierno de S. M. la Reina : Que el que la escribe, es un AGENTE ASALARIADO DEL MISMO GOBIERNO : Que sus dichos , aparecen apoyados en cuarenta y tantos documentos, cuyos originales deben obrar en los archivos secretos del Estado: Que además llevan el apoyo de multitud de personas, algunas de ellas muy respetables y dignas , que se citan en la relación, y la mayoría de las cuales pertenece ó à la opinión carlista, ó à la liberal exaltada: Que es demasiado minuciosa y detallada la historia de los hechos, y el curso de los dias, y la nota de los individuos , y la relación de los lugares, y la explicación de los trabajos , y el enlace de los sucesos, para que sin grandes pruebas en contrario pueda calificarse todo esto de falsedad. Y por fin, que arguye fuertemente, mientras otra cosa no se demuestre, en favor de la veracidad del escritor, la extraña y sorprendente analogía que guardan los resultados obtenidos, con lo que antes de ellos iba aquel avisado y escribiendo sucesivamente.

 Ahora, si se nos pregunta nuestro juicio acerca de la influencia política ejercida por este personaje en la terminación de la guerra civil, diremos, que ni fué en nuestro humilde concepto tan nula como lo quisieran persuadir algunos, ni tan absoluta y exclusiva como el mismo interesado pretende atribuírsela. Allí concurrieron varias causas, que nosotros no podemos examinarla en este artículo, pero que tal vez procuremos explicar otro dia, y que de todos modos la historia, severa repartidora de premios y castigos, y luz de la verdad, sabrá apreciar .debidamente à su tiempo. Ahora no hace sino oir, recoger datos, y estudiar.,

 Nada añadiremos sobre el carácter mas ó menos pronunciado de la moralidad ó inmoralidad del señor AVIRANETA, acerca de la cual cierto periódico de la tardé que antes, favorecía un señor ministro de la Gobernación, hoy íntimo amigo del señor duque, nos hace decir cosas que nosotros no hemos dicho. Ni hemos “presentado al Sr. AVIRANETA á los ojos del pueblo como un gran criminal", ni hemos dado entera y ciega fé á sus palabras. En todo el periódico defensor del poderoso dice lo que se le antoja. No nos incumbe, repetimos, salir á la defensa del carácter personal del Sr. AVIRANETA. Ahi están sus amigos y corresponsales, el Sr, PITA PIZARRO , hoy diputado de la mayoría del Congreso; el Sr. AMILIBIA, hoy corregidor político de Guipúzcoa; los Sres. ALZATI y ORBEGOZO que según nuestras noticias pertenecen tambien à la bandería dominante;. los cuales podrán emprender si gustan la defensa de su amigo. A ellos se refiere el señor AVIRANETA en apoyo de gran parte de sus servicios.

Ellos, y no nosotros, ni nuestros amigos políticos podrán deslindar el punto de la verdad ó falsedad de lo que en ese curioso é interesante libro se asegura.

 

 

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                                Fuente: BNE.

 

En este momento, ya está lanzado el guante para todos aquellos que de una u otra manera quisieran rebatir con la pluma y con documentos, el “maléfico” libro que ha salido de la imprenta. Para empezar, Aviraneta estaba como decíamos a la espera de la remisión de estos periódicos, para tratar de reflexionar sobre lo que escriben de él y contestar, pero el ambiente esta realmente agitado y es así que sin más demora, al tiempo del último artículo publicado por el correo nacional, entre otros un anónimo militar, conciso y escueto en sus intenciones  y un personaje carlista, conocedor de primera mano de los hechos vividos, asoman en los medios de comunicación, eso así, en aquellos que les son más afines ideológicamente, alzan su voz de la siguiente manera;

 

“COMUNICADO

 

Sres Redactores del Corresponsal*

 

 Muy señores míos: El correo Nacional de los dias 21 y 22, analiza, con su acostumbrado veneno, un escrito publicado por un tal Aviraneta, en el que su autor se propone probar que á sus trabajos fue debido el convenio de Vergara que puso fin á la contienda del Norte.

Jamás pudo ocurrir á ninguno de los que presenciamos aquellos grandes acontecimientos, la peregrina idea de que el señor Aviraneta, desde el Puente de Behovia y bajo su nombre de guerra de Ibargoyen dirigía nuestras acertadas operaciones y distribuía á los españoles los beneficios de la paz. Tan absurda revelación no merece refutarse; los hechos han sido demasiado notorios para que la opinión pública pueda estraviarse, á pesar de los esfuerzos del Correo Nacional: y finalmente cuando se dé a la luz la historia de los principales acontecimientos de la guerra (que creemos sea en breve), se verá probado de un modo irrecusable que la Memoria de Aviraneta, en lo concerniente á tan ridículas pretensiones, es un tegido de falsedades, Agradecerá que den Vds. cabida á estos renglónes en su apreciable periódico. Un oficial del ejercito. Madrid 23 de junio de 1841.”

 

COMUNICADO

 

Sres. Redactores de el corresponsal

Muy señores mios; He de merecer de la atención de ustedes se sirvan insertar en su apreciable periódico la siguiente contestación que doy al Correo Nacional sobre una cuestión de alta importancia que este agitó en los dias 21 y 22 del actual, y á ello les vivirá sumamente agradecido su atento y S. S. Q. V. S. M.

 

JOSÉ M. DE ARIZAGA*.

Sres. Redactores del CORREO NACIONAL.

Muy señores mios: En los números. 1,244 y 1,245 de ilustrado periódico, han llamado Vds. la atención pública hacia la historia de los últimos acontecimientos de la guerra del Norte, tomando ocasión para ello de la memoria reciente que ha dado á luz en Francia D. Eugenio Aviraneta, personage de triste nombradía en las convulsiones políticas de nuestro pais. Los sucesos á que se refiere esta memoria, y que Vds. han querido examinar, interesan demasiado á la nación para que los hombres que en ellos tuvieron alguna parte dejen de sentir la imperiosa necesidad de hablar alto destruyendo las falsas aserciones de aquel que osadamente intenta presentar como obra suya, y logrado por medios poco envidiables á la verdad, lo que fue solo resultado de causas muy distintas y de un orden mas elevado interés general y noble , sin que por eso pueda desconocerse que mi nombre lo exige asi también.

En el primero de los artículos á que aludo han tenido Vds. por conveniente hacerme figurar, aunque de раsо, recordando la memoria político-militar que publiqué en el año último, la cual califican Vds. de "mas rica en datos que bien escrita." Esta crítica no ha herido en manera algúna mi amor propio. Jamás tuve pretensiones de escritor, y asi lo sentía y confesaba cuando dije en el prólogo de mi memoria, que incurriría en defecto de estilo, que se notarían como capitales. Hay, sí, otra calificación que me es personal, que no puedo dejar correr ni un momento sin la debida contestación. Vds. me designan como uno dé los que componen "la legión de pretendientes que con el proceso en la mano vienen á acreditar su derecho en la participación , en los felices sucesos que trajeron la paz á la nación, y por consiguiente á menguar en otra tanta cantidad cuantos por sus respectivos méritos, los méritos que la ignorancia y la baja adulación y la común credulidad habían querido antes vincular en un solo alto y afortunado personage."

Yo, señores redactores, no he pretendido NUNCA  acreditar en mi fávor participación alguna en aquellos memorables acontecimientos; y permítanme Vds. que les diga, que solo en el caso de no haber leido mi memoria pudiera incurrirse en el error que Vds. padecen respecto del auditor general del ejército carlista. En la página 303 de aqnella, dige lo siguiente;"cuando hoy se disputan algunos gefes de D. Cárlos la gloria de haber hecho por si el convenio de Vergara ó de baber contribuido á él con mayor esfuerzo que otros………………. creo hacer un servicio á mi patria demostrando los acontecimientos que produgeron el convenio de Vergara, y las circunstancias en que este se celebró, aunque en ello se consigne la NINGUNA PARTICIPACION que me cupo en este solemne acto, que fue debido en su mayor parte á la sagacidad del duque de la Victoria y á la conducta templada que observó cl ejército imponente que mandaba en un pais que clamaba por paz á toda costa, y entre unos hombres cansados ya de sufrir tantos desengaños."

A la vista de tan esplicita y solemne declaracion cuyo espíritu ademas campea en toda mi memoria, ¿habra quien diga que yo pertenezco á esa legion de pretendientes? Yo no sé si esta legion existe; lo que me interesa es rechazar esa calificación que de mí se hace, y cuya injusticia queda mas probada, y despues derramar alguna luz mas sobre sucesos que creí haber esplicado bastantemente en mi citada memoria, corroborada posteriormente con el testimonio respetable del general Urbistondo en sus apuntes históricos de la guerra de Navarra publicados no há mucho. La nación que ha de fallar en el gran proceso político-militar de aquella guerra verá de qué lado se halla la verdad y sí merece ó no D. Eugenio Aviraneta pasar por calumniador.

Soy incapaz de adular al duque de la Victoria, ni á otra persona alguna por elevada que sea. Jamas conoci á este general, pero testigo yo de los hechos, y conocedor de las negociaciones que prepararon la transacción de agosto 39, creí de mi deber al escribir la memoria, como lo creo ahora, proclamar que el duque de la Victoria con su conducta y hábiles manejos supo llevar á cabo la grande obra de la pacificación, y que por tanto en mi opinion, que algo debiera estimarse en esta cuestión, es el autor principal del célebre convenio de Vergara.

Imposible parecería á cualquiera á no verlo por sus propios ojos, que dos años apenas transcurridos de haberse celebrado con entusiasmo y alegria el resultado de la guerra del Norte, ostentándose mas noble que nunca el noble carácter Español , hubiese un hombre nacido en España , que se levantase y dijese á las naciones extrañas; eso que reis y admiráis no es obra de soldados españoles, que cansados de pelear hermanos contra hermanos , corrieron á abrazarse todos en el altar de la patria, no, ese es el fruto de una concepción infernal, es la OBRA DE LA POLICIA! ¿Qué es estol ¿Dónde estamos! Esto se dice y esta infamia se arroja á la faz de la nación españolal! ¿Cuáles son las pruebas que presenta ese hombre que á tanto se atreve? La delación que hace de si propia como autor de anónimos y proclamas: el carácter de espión que nadie le disputará por cierto, y la Cuenta de gastos de su comision secreta importantes solo 77,000 reales.

Si el honor de tantos españoles que corrieron á los campos de Vergara no se viera ultrajado por ese espión, risa unicamente debieran causar sus pretensiones; porque á la verdad es sobrado necio pretender que las provincias Vascongadas y sus 30000 defensores armados hubieran cedido solo o á la magia oculta de un agente de la policía sin mas auxilio este que su fecunda imaginación y la suma de 77000 reales.  Lo que verdaderamente  me admira es, que los redactores del Correo Nacional que con tanta energia y superioridad de talentos han defendido la causa noble de las Provincias Vascongadas, y remontando á una elevada esfera el convenio de Vergara, como un acto sublime y grandioso, no se hayan apresurado ahora á combatir la calumnia, que sobre ellas arroja la memoria de Aviraneta, destruyendo sus asertos con mejor éxito del que yo pobre escritor pueda lograr. ¿Y todas esas proclamas y esos anónimos que salieron de la pluma de Aviraneta, qué nos prueban? Nos prueban que la mano de ese hombre fue la mano que preparó la crisis espantosa de febrero de 39 en la ciudad de Estella, y la que arrastró al general Maroto á consumar unos actos que no habria concebido siquiera á tener conocimiento del origen del plan de insurrección que el creyó de su deber castigar.

Mas, por ventura de tan maquiavélica trama, ¿obtuvo Aviraneta algún resultado favorable á los deseos que dice tenía de pacificación? Nada de eso: el pais y el ejército se vieron entonces mas unidos que nunca, y se dispusieron á combatir contra el enemigo común, olvidando disensiones que nacieron mucho antes que el famoso Aviraneta fuese á Bayona con la comisión de que hace alarde. Si, es menester decirlo que estas disensiones tuvieron por causa un sentimiento que se habia hecho grato á la generalidad del pais y del ejército, y este sentimiento no era otro que e1 deseo de una transacion honrosa, deseo que comenzó á manifestarse así que el general Espartero tuvo la de conseguir en Luchana una victoria, que presentó ya como incierto, y en todo caso remotísimo, el éxito feliz de la causa de don Carlos.  A la batalla de Luchana se siguió mas tarde con la desastrosa espedicion que dirigió el mismo principe, y durante ella se dieron mas á conocer los efectos de la discordia, de las emulaciones , de las intrigas, y dicho sea de una vez, del desacreditado sistema político, que con mas ó menos variación, sostuvo constantemente Don. Carlos. La célebre alocución de Arciniega de 29 de octubre de 1837, en la que se anunciaba la voluntad enérgica de llevar mas adelanta este sistema de reacción y ciego absolutismo y la proclama de Cabrera alusiva al mismo objeto dieron mas vida al deseo general de terminar la guerra. En aquella época por cierto no había obtenido Aviraneta su comisión, ni mas tarde tampoco, cuando con descrédito de don Carlos tuvieron lugar las prisiones de los generales Elio, Zariátegui y otros, los destierros de Villareal y Laturre, los procedimientos judiciales que convirtieron el ejército en tribunales escepcionales, el bloqueo y rendición de Peñacerrada, el infame asesinato del distinguido brigadier Cabanas, la insurrección del 5.º batallón de Navarra en las inmediaciones de Estella, los sucesos ocurridos en esta misma ciudad y el fusilamiento del teniente coronel Urra. Cuando acontecimientos de tal importancia iban minando el edificio á tanta costa levantado por el ilustre caudillo don Tomás Zumalacarregui, todavia ese espión no hábia recibido el encargo que aparece le fuera conferido en época posterior por el ministro don Pio Pita, y no habrá sin embargo quien pueda contradecirme al afirmar una y mil veces, que aquellas sucesos fueron los que prepararon el terreno á la transaccion. Cuando el general Maroto vino desde Francia á encargarse del mando del ejército, la situación de éste era desastrosa, y los sentimientos del país, que con tanto tesón sostenian la guerra, habian cambiado completamente. Creyóse por todos que aquel general pondría término á las disensiones , y creyese también, que era el único capaz do transigir honrosamente; y esta circunstancia fue quizá la que formó el prestigio con que es notorio, fue recibido entre las tropas.

Ni tampoco Aviraneta ejercía aun su comisión, cuando en Villareal de Alava tuvo lugar una conferencia larga y reservada entre Maroto y un ayudante del conde, de apellido Paniagua; y ciertamente que en aquella ocasión aun no existían compromisos para el general carlista, que le obligasen á salvarse por medio de negociaciones con su enemigo.

¿Acaso figuraba Aviraneta en planes de pacificación, cuando dos gefes carlistas procedentes de un depósito de prisioneros fueron de Zaragoza, con el pretesto de entregar una solicitud á D. Cárlos, á hablar con el general Maroto sobre la nesesidad de un acomodamiento, despues de haberse avistado y conferenciado con el conde de Luchana?

Aquellos prisioneros, cuyos nombres no es necesario citar, desempeñaron su comisión, obteniendo á su regreso muestras señaladas de distinción del conde, y su inmediata libertad. El agente de policia  no era seguramente el que disponía las reiteradas conferencias del mismo Paniagua, que se verificaron mas tarde en Morentin y las que tuvieron lugar en Estella con don Martin Echaide ; y en ellas fué cuando de parte del general Maroto se solicitó del conde de Luchana la posesión de una plaza ó punto fortificado por garantía durante las negociaciones, á lo cual accedió el conde con la condición de que don Cárlos y su familia le fuesen entregados : condición que Maroto irritado rechazó y alejó por entonces toda esperanza de acomodamiento ó transacción. Tal era, á la verdad, el estado de las cosas entre ambos cuarteles generales, cuando sobrevinieron los terribles acontecimientos de Estella. Siguiendo la marcha de los sucesos habré de recordar tambien, para probar contra los asertos de Aviraneta, que el plan de pacificación ha sido solicitado, promovido y llevado á cabo de un campo á otro campo directamente: que hallándose el conde de Luchana en las líneas y fuertes de Ramales y Guardamino, le dirigió el general Maroto al monte de Ubal desde Manzanera, nuevas propuestas de acomodamiento, las cuales repetidas despues con mayor ampliación aceptó el conde contestando al general Maroto, se apresurarse á reunir eu los campos de Sesma, en Navarra, todas sus fuerzas, en donde concurriría él con las de su mando para verificar una reconciliación entre los dos ejércitos beligerantes.

¿Tuvo parte Aviraneta en la conferencia, en la venta de la piedra de Orduña para el mismo objeto? ¿La tuvo en la interceptación de las cartas, verificada en Aragon por un juez de 1.ª instancia, escritas por Cabrera y Arias Tejeiro á don Cárlos, las cuales remitió al general Maroto el duque de la Victoria desde Arciniega? Pues bien, la lectura de estos papeles ejerció una influencia decisiva en el ánimo de todos para una transacción, porque vieron en el príncipe una conducta sospechosa, y desde aquel instante los hombres menos avisados,y aun aquellos indiferentes á todo arreglo, se lanzaron al terreno de las transacciones y agitaron la cuestión sin penetrar en su fondo, y solo el general Maroto podrá explicar hasta que grado tenia él adelantado este proyecto, que esperimento tantas vicisitudes, cuantas diversas fueron las provocaciones que le hacian cada vez mas necesario. ¿Prepara Aviraneta la entrevista de Maroto en Miravalles con el Lord Jonh-Hay? ¿tuvo parte alguna en las propuestas que hizo este al duque de la Victoria ó nombre de Maroto para que consintiese y aprobase el casamiento de la reina Isabel con un hijo de don Carlos, el establecimiento de Cortes por Estamentos, y la instalación de un consejo de estado, que compuesto de sujetos elegidos entre ambos partidos arreglase intereses tan encontrados, diese al pais la paz y quitase en fin á los descontentos todo motivo de nuevas turbulencias favorables á las pretensiones de la rama escluida? ¿Fueron por ventura debidas á Aviraneta las misiones que el brigadier don Jose Martínez partiendo del cuartel general de Salinas, desempeñó en dos dias consecutivos cerca del duque situado ya á la sazón en Villareal de Alava? Si Aviraneta por medio del espediente Simancas, se propuso indisponer á don Carlos con Maroto, alimentando de este modo una intriga, que introdujese la desconfianza entre ambos, esto no pudo lograrlo, porque el principe aprobó en Zornoza el plan de campaña de su gefe de estado mayor, y lo aprobaron, también los generales que concurrieron á la celebración del consejo que allí se verificó, todos los cuales, á escepcíon de don Simon de la Torre, no pertenecen á la clase de adheridos al convenio y se hallan por el contrario emigrados en Francia. En Tolosa podrían existir personas relacionadas con Aviraneta; pero ¿cuál era la influencia de ellas en el cuartel general de Maroto cuando todas temieron ser atropellados por la division guipuzcoana, que amenazó desde Andoain caer sobre aquella ciudad y pasar a cuchillo a cuantas allí encontrase? Yo estuve precisamente aquellos días en Tolosa, presencié cuanto allí ocurrió, y medió con la division guipuzcoana, logrando calmar la irritación de que estaba poseída, y puedo asegurar fui el único que en aquellos días penetré en los cantones de Andoain, impidiendo que se llevara á ejecución el plan de esterminio concebido por los mas acalorados contra todas las personas designadas, como opuestas á la transaccion.

¿Tendria lugar el espediente Simancas en la reconciliación del principe con su gefe de estado mayor en Villarreal y Zumárraga, ni en la voz de union que allí se proclamó? ¿Producirían los manejos de Aviraneta los tratados del general Latorre con el duque, al propio tiempo que en la linea de San Sebastian se gestionaba en el mismo sentido, y era llamado el Lord Jonh-Hay para que interviniese en las estipulaciones? ¿Agitaría Aviraneta la entrevista del duque con Maroto en Abadiano, ni las publicas y notables contradicciones que siguieron á este suceso? ¿Y qué persona que tuviese solo sentido común, y que estuviese instruida de estos hechos y de estas circunstancias no habria podido escribir anunciando el término de la contienda? ¿Qué mérito, pues, hay en los decantados pronósticos de Aviraneta? Los esfuerzos del general Urbístondo para conducir su division á Vergara, dando asi el ejemplo á las otras divisiones, ¿fueron acaso determinados por la conducta y manejos de Aviraneta? Cuando aquel general arriesgaba su existencia en el alto de Descarga para decidir á sus subordinados en favor de la transacción, ¿era Aviraneta el que llevaba como por encanto á los generales y á las masas Carlistas al campo de Vergara? Separado Maroto del campo carlista habiendo abandonado el ejército que mandaba, si el general Urbístondo no hubiera prestado aquel gran servicio que en descarga dió por resultado el grande ejemplo que la division castellana ofreció ala vizcaína, y después a á la guipúzcoana, ¿en dónde podria haberse encontrado la pacificación? D. Carlos sin haber perdido entonces un soldado de su ejército hubiera logrado deshacerse de Maroto, y por cierto que en este caso la situación de Vergara no era la mas ventajosa para consumar la obra de la reconciliación, que es muy probable no habria logrado la nación, á no haber dirigido tan diestramente el duque de la Victoria las negociaciones, y esplotado el compromiso de cuatro generales carlistas. ¿Y Aviraneta preveía estos obstáculos, y ocurría á su remedio con sus intrigas?

Dejo para dias mas oportunos la revelación de otros hechos que son de la mas alta importancia, y creo haber presentado bastantes pruebas y razones para acabar de convencer al público, de que Aviraneta no ha sido autor, ni aun siquiera cooperador en la pacificación de las provincias del Norte.

E1 duque de la Victoria en todo el curso de sus largas conferencias, que dieran por fruto el convenio de Vergara, se mostró siempre propicio á la reconciliación de ambos ejércitos, fué inexorable en sostener la causa que le estaba confiada, y lo fué también en no acceder á estipulación alguna que pudiese alterar las instituciones políticas de la nación. Esta circunstancia es muy digna de atención, porque ella fue la que rompió mas de una vez las negociaciones, la que vino frecuentemente á inutilizar todos los trabajos, la que en fin parecía hacer imposible 1a ansiada pacificación. Las operaciones militares del duque de la Victoria no podian servir de entorpecimiento al tratado de paz, porque fueron emprendidas y ejecutadas cuando ya el general Maroto, el ejército y las provincias tenian contraídos empeños tales, que les era dificil retroceder. Yo no soy militar, ni cumple á mi propósito juzgar del mérito de aquellas operaciones; pero ya que Aviraneta censura que se sometiera la linea carlista por el estremo de su izquierda , diré primero ( lo que ya he indicado anteriormente) que aquellas operaciones se emprendieron por el ejército de la Reina cuando el general Maroto y su ejercito estaban comprometidos á la paz, como lo justificó la débil defensa de Ramales y Guardamino; y segundo, que el ataque á las lineas carlistas por cualquiera otro punto, abstracción hecha de tratos é inteligencias, hubiera costado torrentes de sangre.

Resume solo hablar del trabajo mas importante de la comisión de Aviraneta, de la insurrección del 5.º batallón de Navarra en el valle de Ulzama. No seré yo el que le dispute ei mérito que pudo contraer en promover aquella horrible reacción, pero ¿acaso produjo, ni siquiera aceleró esta el éxito de la contienda? ¿ fue por ventura de contagio para las masas del ejército carlista el ejemplo de los sublevados en la frontera de Francia? La insurrección de aquel batallón en nada contrarió los planes del  general Maroto, y es bien seguro que á no hallarse tan próxima entonces la solución de la crisis por medio de un convenio, un gefe cualquiera que hubiese sido comisionado para reprimir la sedición en nombre de Maroto, lo habria conseguido castigando severamente a los principales promovedores. Yo creo, pues, sin violencia alguna que don Basilio García, el comandante de dicho batallon Aguirre y don Juan Echevarría, obraron instigados por Aviraneta, y quizá de acuerdo con este; pero las sangrientas escenas que ellos ofrecieron al mundo horrorizado de tanto crimen se representaron en momentos en que el ejército con sus principales caudillos comprometidos en la carrera que les abriera el general Maroto, no podia tomar otro partido que aceptar un tratado; y esto sirva también para destruir la gratuita suposición acreditada por algunos de que el general Maroto, entregó el ejército que mandaba Este general no hizo otra cosa que participar a sus soldados desde el cuartel general enemigo las bases de pacificación que con el duque de la Victoria concertaron en Oñate los generales Latorre, Urbístondo y otros jefes (1), y el ejército que ansiaba por la paz, y que por ella se había comprometido, las aceptó y corrió a prestar juramentos, que ha sabido cumplir religiosamente.

Me he extendido mas de lo que me habia propuesto, pero la importancia del asunto lo ha hecho indispensable, y puesto que se ha excitado la atención pública hacia el examen de la memoria de D. Eugenio Aviraneta, justo es que vea la luz esta refutación que considero de algún interés para la nación. Soy de Vds. atento S. S. Q. B. S. M.

*Jose M. de Arizaga.

Madrid 28 de junio de 1841”

 

 

Todos estos comunicados darán pie a Aviraneta a sacar pecho y justificar con su pluma, y a negar la mayor a todos ellos. Pero un hecho nos llama la atención; consultando las más de 1000 reseñas del catálogo de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, no hemos encontrado más que dos comunicados escritos y firmados en la prensa. Desconocemos los motivos  aunque bien merecían según la opinión pública, que por orden superior, se censurasen y filtrasen la publicación de cualquiera de sus escritos, puesto que su sola mención, convulsionaba profundamente la sociedad.

Puestos a teorizar también podríamos pensar que o bien no recibiera en el exilio, como bien comenta anteriormente, prensa alguna y no tuviera comunicado de estas refutaciones; que conociéndolas, no quisiera contestarlas por un fin superior o que utilizara realmente el medio de propaganda que mas se acercara a sus posiciones, para llegar de forma directa a su enemigo, Espartero*.

Retoma aire de nuevo, y escribe otra carta a  Don. P.P.P, indicando en el mes de Agosto de 1841, desde Suiza, que ha enviado al periódico del Correo Nacional, su contestación. Es un documento impreso, un manifiesto desconocido y litográfico, sin pie de imprenta, preparado para su publicación. He aquí la carta y el manifiesto:

 

                       

Ginebra 1 de agosto de 1841

 

 

                “Remito ejemplares de la carta que he escrito a los redactores del correo nacional que según me escribe el amigo dn. P.P.P, al paso que me dan los honores del triunfo, me tratan lastimosamente en sus reflexiones.

He visto la protesta y la carta a Espartero.

La primera se debía haber hecho desde el instante que se llegó a Marsella según aconseje yo.

Hubiera surtido más efecto que el manifiesto que se publicó, y no se hubieran propasado a la segunda parte, destruidos en medio del triunfo de la primera.

En este pais he restablecido enteramente mi salud.

Soy siempre el mismo, y dispuesto a servir hasta morir.”

 A.H.N T4F3372-r6leg 53/11.doc 105

 

                      

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                                         Protesta litografiada al correo nacional, Ginebra 1841.c.p

 

 

 

Ginebra, 2 de Agosto de 1841

Sres. redactores de EL CORREO NACIONAL.

Muy señores mios: Hace dos meses, que contra mi voluntad me vi precisado á salir de Tolosa de Francia y trasladarme á Ginebra. Había acabado de imprimir la memoria que presenté al gobierno en 18 de noviembre de 1839, dando cuenta de la comisión que de orden de S. M. la Reina Regente había desempeñado en las provincias del norte de España, é iba a continuar la impresión de los documentos justificativos que presenté en su apoyo.

En esta ciudad no se reciben periódicos de España, y esta es la razón de que no haya leído ninguno desde mi salida de Tolosa. Un amigo me escribe de Francia informándome que en su periódico de Vds. de 2 1 , 22 y 26 de junio ha leído parte de mi memoria con observaciones de la redacción.

 No sé quien haya podido facilitar á Vds. El ejemplar de que han hecho uso, no habiendo puesto de venta, a causa de no estar impresos todavía los documentos que deben ir en su apoyo. Díceme el mismo amigo que Vds. me tratan lastimosamente en sus reflexiones con los dictados de espión, inmoral, revolucionario,demonio, etc., etc. Esto me ha parecido muy estraño cuando la memoria no da motivo á ello, y son mas reparables todavía espresíones tan malsonantes en boca de personas de educación que han adoptado la moderación por lema del partido que representan, y cuyas doctrinas sostienen y defienden. Que lo hubiesen Vds. hecho así estando yo presente era menos reparable, pero ha habido poca nobleza en estrellarse así de tal manera con un ausente.

No he sido lo que Vds. dicen, ni merezco los epítetos con que me regalan, he sido un comisionado selecto y de la mayor confianza, escogido por S. M. la Reina Gobernadora, como gefe del poder ejecutivo entonces. Con su conocimiento, activo apoyo y aprobación lo hice todo, y este todo no era inmoral, ni cosa que se le pareciese, puesto que no soborné ni envenené, ni hice tracion á nadie. Diriji hábilmente unas tramas que con frecuencia usan lodos los gobiernos, todos los diplómatas y todos los generales que quieren vencer con el arte mas que con la fuerza, y en esto siempre hay un fin de humanidad y moralidad. Esta fue el arma predilecta que usaron los romanos en la mayor parte de las conquistas. En los tiempos modernos tenemos el ejemplo de la guerra civil de la Vendée. Alli fueron sepultados pasados de quinientos mil franceses y se marchitaron las glorias de afamados generales de la república, hasta que el joven y entendido general Hoche fué destinado para su pacificación. En pocos meses y aplicando los mismos medios de que yo he usado, consiguió la pacificación general de aquellas provincias.

Con los clérigos y las mugeres logró dividir y aniquilar los enemigos, siendo màxima constante que las guerras civiles jamás se han acabado en fuerza de armas. Mas agradecido el pueblo francés, no solo no le trató de espión, inmoral, etc. sino que le ha erigido estatuas.

La correspondencia de que hace referencia en la memoria existe y mis cartas, según tengo entendido, después que las leía S. M. las hacia leer á uno de los ministros. Por ellas constan mis planes y los hechos relatados en mi memoria, y son el mejor comprobante de mi conducta moral. Las personas que yo menciono y que me ayudaron en la empresa son todas muy conocidas por su patriotismo y moralidad á toda  prueba.

Si antes he entrado en tramas revolucionarias en las mismas entendieron todos los que figuran hoy en el pais, y en esto me diferencio yo de ellos, en que soy mucho mas desgraciado y tratado con increíble  injusticia, no habiendo tenido tales tramas otro objeto que el que hoy santifican y ensalzan los dominadores.

Al redactar la memoria no fue mi ànimo usurpar ni menoscabar glorias agenas, sino el de dar cuenta de la manera como habia desempeñado la comisión que me confió S. M. la Reina Gobernadora.

Los carlistas, que tan justísimas razones tienen de estar quejosos de mí, me tratan en términos mas comedidos que Vds. lo han hecho. La Gaceta de Languedoc de 28 de junio copia una carta que le dirige su corresponsal de esa capital, fecha 21 del mismo, y entre otras se encuentren las siguientes palabras. "Acaso todavía esta cerca de Vds. el hombre que mas ha contribuido á los desgraciados acontecimientos de 1839 y a la retirada de nuestro rey á Francia. Se lee en esta con extraordinaria avidez un folleto que ha publicado en Tolosa de Francia con el titulo siguiente etc. etc. El señor Aviraneta no dice en él mas que la pura verdad."

Soy de Vds. su atento seguro servidor Q.B.S.M.

 

 

                                                                                                              EUGENIO DE AVIRANETA

 

 

 

Mas directo no podía ser nuestro conspirador; incluso se atreve a nombrarse como “un comisionado selecto” de la mayor confianza de la reina regente en el exilio, Maria Cristina de Borbón. Desde luego, es maestro en el arte de conspirar y la prensa cae en sus redes. El “correo nacional” toma nota de ello y consecuentemente, a raíz del curso que estaría tomando el cruce de los escritos, intenta terminar la discusión de la siguiente manera:

 

La reclamación que antecede da lugar à las siguientes explicaciones. Respecto à las quejas que articula el comunicante, el público es buen juez de que los ataques personales y los improperios á determinadas personas, no son medios de discusión que habitualmente empleamos.

Al caer en nuestras manos la memoria del señor AVIRANETA de la que publicamos extractos , y encontrando en ella que se atribuía à sí y à sus trabajos y gestiones como agentes del ministerio PITA PIZARRO, una parte muy principal en la pacificación de las provincias vascongadas parte hasta entonces atribuida al general en gefe ESPARTERO , nos encontramos en la precisión por una parte de no defraudar al publico del conocimiento de las revelaciones que hacía el Sr. AVIRANETA; por otra, nuestra propia imparcialidad y decoro nos prescribían no tomar cartas por este, ni oponer su dicho como autoridad suficiente para fundar en ella que su competidor en el asunto, el señor DUQUE DE LA VICTORIA, se había revestido con glorias y apropiado méritos que pertenecían el agente secreto. Fuerza nos fue, pues, declarar que meros relatores de la versión histórica que este hacía, no nos constituíamos garantes de su verdad ni dábamos por bueno su testimonio en contra de un personage tan autorizado como el Sr. DUQUE.

No es culpa nuestra que el señor AVIRANETA tenga una reputación dudosa; no hemos nosotros causado su descrédito. Jamás lo habíamos tomado en boca, y forzados à hablar de su escrito, debimos prevenir la crítica de dar a su palabra un peso y una autoridad que hubiera sido atribuida en boca nuestra à pretesto de favorecer su  rival competencia con el Regente del reino.

Insiste el Sr  AVIRANETA en reclamar en el convenio de Vergara la parte que en su publicada memoria se atribuye, y ofrece completar con nuevas pruebas y documentos las proposiciones que ha avanzado.

Estraños somos al debate suscitado, y dejamos a las partes interesadas el que establezcan sus derechos ante el público.

Si el señor duque de la VICTORIA se digna contestar á su contrincante, no se desmentirá nuestra imparcialidad en esta ocasion, y seremos igualmente justos y considerados hacia el vencedor recompensado y triunfante, como hacía el espatriado y quejoso agente.”

 

Así las cosas y con la protesta de la prensa, parecería que las discusiones se habrían apagado, y que el olvido haría su trabajo; pero de nuevo hacia el año de 1842,  resurge el conspirador desde su silencio, la prensa es el medio para mostrar una vez más las protestas fundadas sobre la autoría de quien fue el sujeto que motivó el  convenio de Vergara y de esta manera terminar con la guerra civil. Aviraneta, fiel a sus principios volverá a dejar las cosas claras, por si alguien tuviera duda de que él y no otro fue el único autor de la pacificación; y solo a él y a sus medios, les corresponderían los laureles de la fama. Dice así en carta dirigida a los Redactores de la France en octubre de 1842:

 

“                                                                 Ginebra 8 de Octubre

Sres Redactores de la France. Muy señores mios: En el número 264 de su periódico publican Vds, un artículo que tiene por título REVELACIONES SOBRE ALGUNAS INTRIGAS ESPAÑOLAS, y en él hablan largamente de mí: Dicen Vds que he creado una escuela o sistema de falsificación , y que otros lo han imitado y puesto en práctica.

Para corroborar esta suposición copian Vds, una nota que se publicó en un folleto en París el años próximo pasado bajo el título Espartero, y en la que se dice:”Que de todos los medios empleados por Aviraneta, el que logró los mejores resultados y metió más ruido, fueron unas cartas que con las apariencias mas seductoras, presentaba a la Reina como fatigada de la lucha, y puesta de acuerdo con Espartero para entregar el trono a D. Carlos. Que el pretendiente envió a estas cartas o todos los agentes diplomáticos que tenía en las principales cortes de Europa, encargándoles que las pusiesen en conocimiento de los gobiernos estrangeros. Que todos estos misterios están hoy revelados en las memorias que acaba de publicar el mismo Aviraneta. “

Lo que dice el autor del libro es inexacto, y tiene mas bien los visos de un cuento. En mi memoria presentada al gobierno, no hago mención de semejantes hechos, ni he sido el autor de ellos si realmente han existido

“El sistema que he creado, ha sido el de derribar toda fuera o poder que no tiene por base la justicia de las leyes y el amor de los pueblos. El conjunto y enlace de principios y verdades de este sistema, no puede reducirse a un arte: conmigo nació conmigo morirá.

Yo pertenecía y pertenezco de corazón al sistema de gobierno de Isabell II.

El partido de D. Carlos  y las pretensiones de aquel príncipe al trono de España, eran una usurpación según las leyes y costumbres del reino, y siendo por consiguiente él mi enemigo político y yo el suyo, debí hacer la guerra que le hice y a todo trance procurar su ruina. Yo ví más claro que otros; vi el riego inminente que corría la libertad de mi patria y el trono de Isabel por un bando fanático y a su frente un príncipe que representaba el absolutismo y la intolerancia; vi el errado camino que llevaban los gobernantes en el sistema de guerra que adoptaron, y en 1838 propuse los medios de concluir con el enemigo. No con  los paliativos usados hasta entonces por el gobierno y los generales que mandaron los ejércitos de la Reina, que hacía interminable la lucha, devoraba insensiblemente la población, arruinando el suelo que aquella sufría tan cruel azote, sino empleando mi sistema infernal teniendo presente la máxima de que, a grandes males, grandes remedios.

Hasta principios de 1839 no se tomó en consideración mi propuesta, y entonces el ministro Don , Pio Pita Pizarro, penetrado como yo de la gravedad del mal, me llamó, conferenciamos y me comisionó a nombre de la Reina al vecino reino de Francia. Desde Bayona y en diez meses, poniendo en acción las bases de mi sistema peculiar, que Vds califican de infernal, se consiguieron los portentosos resultados que la Europa entera admiró y todos los españoles consideraron como casi milagrosos. La historia de los hechos, está consignada en mi memoria presentada al gobierno de la Reina el 18 de noviembre de 183, impresa y no publicada todavía. De lo que hice posteriormente por la parte de Cataluña está por escribirse, pero se escribirá a su tiempo.

Según el mismo artículo de Vds., el Sr Arizaga ha publicado un suplemento a su Memoria Militar y política, y dice en ella que la lectura de mi obra, le ha hecho conocer el autor de las proclamas y de los proyectos de transacción que causaron tanto mal en el campo carlista , y que mi confesión de haber sembrado el desorden y la desunión, unidas a otras revelaciones, le explican el origen de los fusilamientos de Estella: Celebro que el Sr. Arizaga, como autoridad tan irrecusable en la materia, haga la justicia debida a las verdades consignadas en mi memoria. Cuando llegue el momento oportuno de que yo la publique con todos los documentos justificativos, su lectura hará conocer sin género de duda (aun a aquellos de mis contrarios mas obcecados) a QUIEN ES DEBIDO EL GLORIOSO SUCESO DE VERGARA Y LA TERMINACION DE LA GUERRA CIVIL Y TODO EL ENLACE Y DESENLACE DE AQUEL GRAN DRAMA.

Verán y leerán el famoso documento num. 29 que sirvió de base y norma al Duque de la Victoria para haber hecho el movimiento tan estratégico  sobre Vergara.

Ella en fin, manifestará a todo el mundo mi sistema infernal en relieve para acabar una guerra civil en tan poco tiempo y a costa de tan poca sangre.

Será la muestra del paño, como se dice en Castilla.

Soy de Vds, Señores redactores, su atento servidor.

                                                                                              EUGENIO DE AVIRANETA.”

 

Al limite

 

El conjunto epistolar recogido en el A.H.N es demasiado amplio como para ir más allá de lo estrictamente necesario para este artículo, y es por este motivo que narraremos ciertas pinceladas de su situación personal en el país helvético en el último periodo.

Anteriormente hemos realizado la alusión al “estatus polìtico” de Aviraneta en Suiza; ciertamente, como comisionado de la reina regente Maria Cristina, pasó a Francia por la orden emitida por el ministro D. Pio Pita Pizarro y pasaporte del gobierno, estableciéndose en este país en el año de 1840 hasta su salida forzosa en 1841. En este periodo de tiempo, Espartero consuma a nivel político su guión; a costa de la reforma de la ley municipal presentada a la regente, la negativa  de la reina a firmar la misma y como último detonante de la tensa relación entre ambos, se fuerza la salida de la reina a la emigración y se convierte en regente del reino y tutor de sus hijas.  Por el contrario, Aviraneta ha enseñado sus cartas y se convierte en el enemigo público número uno del regente; además durante el resto de su vida, apoyará siempre a la reina Maria Cristina, incluso en su camino al exilio, llegando a visitarla en Marsella personalmente en 1840, de ruta a París. La animadversión que tiene con el Duque de la Victoria, fortalece su determinación a trabajar con cualquier causa que lleve a la caída de Espartero y refuerza sus contactos en Burdeos y Toulouse a cuyo fin, incluso entabla relaciones con el Marqués de *Miraflores, embajador de España en Francia, y aportar los medios para este fin.

Pero la estrecha vigilancia a la que es sometido por parte de las autoridades francesas en connivencia con las españolas y la embajada española en Bayona, y el fuerte deterioro de las  relaciones entre España y Francia a consecuencia de los partes irritantes que recibe el gobierno de Espartero de sus actividades en el país vecino,  por la fuerza de la diplomacia, al final expulsan de Francia a Aviraneta y sale hacia Suiza.

En esta situación se encontrará en un país extranjero; pero en que posición ¿Como emigrado político? ¿Refugiado político?

 Legalmente tiene su pasaporte en regla y está aun vigente desde la comisión dictada por la ex­-regente del reino, pero el ministerio y la delegación diplomática en Suiza le irán dando evasivas para retornar a España, ya que el ministerio mantendrá en todo momento la orden de evitar sus reclamaciones y menos de ayudarle en su exilio, que durará hasta la caída del regente espartero, su gran pesadilla. La orden de ESPARTERO es clara; hay que evitar que a toda costa vuelva a España. Y la legación en Suiza cumplirá con creces este precepto.

 

Hacia 1843, pasados dos años desde su entrada en Suiza, dice lo siguiente sobre su situación personal:

 

“                                                                            Ginebra, 3 de Septiembre de 1843

 

Amigo mío: concluido los asuntos de España, había resuelto embarcarme para las Islas Filipinas  si el destino que se me dio en 1839 de la Factoría de Tabacos estaba vacante o a mi nombre. Escribí a Madrid para que lo averiguaran y mi cuñado me dice con fecha 23 del pasado;” Que en el Ministerio de Hacienda,  le han informado, que Espartero mandó el 16 de Junio de 1841 que se me destituyese de él, y en efecto así se mandó y se ejecutó”.

Yo no puedo vivir aquí en el estado de  humillación en que vivo y por mi falta de recursos, ni posibilidad de subsistencia. Nada adelanto en el desgraciado negocio de la casa de Falcon. Antes que entre el invierno, he determinado trasladarme a Madrid y meterme en un rincón a ganar como puedo mi triste subsistencia. He pedido a varios amigos un pico para costear el viaje, y así como lo reciba me pondré en camino.

Espero que usted se sirva en ponerlo en conocimiento del Ama (Maria Cristina de Borbón); y que si no tiene inconveniente, en Madrid pienso publicar la Memoria con todas las adiciones necesarias….

 

                                                              

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                                                               Fuente; a.h.n t4f 3372 r6leg 53/11”

 

 

 

 

Dada la situación política en España tras la caída del general Espartero, Duque de la Victoria como regente del reino y su salida forzosa del país a finales de Julio de 1843, toda la telaraña que se había construido por su orden respecto al conspirador y espión Aviraneta, está muy consolidada y nadie se atreve a deshacer lo realizado. Su situación personal como nos indica es muy crítica; falto de recursos y en estado de subsistencia, no lo quedará mas remedio que picar en las áltas esferas del poder político a través de su apoyo político mas fuerte Dn. P.P.P y aprovechar un cambio de suerte para salir del país legalmente (“… Extracto carta en Ginebra 15 octubre de 1843 ...De ninguna manera pienso salir de aquí sino legalmente y con mi pasaporte legítimo. No quiero ser preso, ni tratado por sospechoso. ...”). Por dos veces al menos se carteará con el secretario del despacho de estado, órgano encargado entre otros asuntos de tramitar y expedir las leyes y reglamentos, sobre la validez de los pasaportes y sus visados a todas las legaciones. En un periodo muy corto se sucederán la aprobación de la mayoría de edad para gobernar de la Reina Isabel II, aprobada por las cortes, el retorno de la reina Maria Cristina de Borbón, la expulsión de Espartero y la subida al poder de *Narváez entre otros, y en este tiempo de cambios, su suerte estará unida a la evolución política del momento.

Envía en septiembre de 1843, el siguiente manifiesto al secretario del despacho de estado, presidido por Frías;

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                                                Fuente: A.H.N 3372 r6leg 53/11

 

 

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                        Excmo Señor

 

En Enero de 1840 salí de Madrid para Francia con una comisión de S.M la reina regente, contra los carlistas de Aragón y Cataluña y con las credenciales necesarias del gobierno. Estube desempeñando la comisión hasta Septiembre de 1840. El 12 de Enero de 1841, en comunicación dirigida a Don. Baldomero Espartero, como a Presidente del consejo de Ministros entonces, y entregado por el Exc. Ministro Don . Pio Pita, le decía lo siguiente “El término de mi pasaporte se concluye el 13 de este mes, y V.E. dispondrá si debo regresar a España o permanecer en el extranjero.”. No merecí respuesta ninguna.

En Mayo de 1841 el ministerio francés tubo por conveniente mandar que saliera de Francia, ignorando todavía los motivos que tubiere para ello, pues no me los notificó, ni me hizo cargos. En junio de 1841 vine a esta república, donde he permanecido desde entonces, sin salir de ella. Por las autoridades de esta, he sido considerado como un proscripto, pues que no se me dio la carta de residencia que se dá a todo extranjero. Para quitar sobre mi semejante ignominia, en virtud del decreto de amnistía que propuso ese ministerio en Mayo de este año y que posteriormente se le dio fuerza de decreto, y a consecuencia del cual han regresado a España todos los emigrados comprendidos en él, escribí a Legación de S.M en Suiza el 24 de Agosto , pidiendo me visase mi pasaporte nacional en virtud del cual me salí de España en comisión del Real servicio, y en respuesta de 26 del mismo mes me decía “Que hasta la fecha no se ha recibido en esta legación orden alguna del gobierno Provisional de la nación , para expadir pasaporte a los emigrados , que haya en Suiza”.

Yo no soy, Exmo Señor, emigrado, ni proscripto en virtud de ninguna ley ni sentencia de tribunal ni comprendido en  ninguna conspiración ni alzamiento; empero si soy víctima del odio implacable y mala voluntad personal que siempre me profesó  Don Baldomero Espartero, por los verdaderos servicios que contraje a favor del trono legítimo y de la nación, y con los que él se engalanó; como todo consta de la memoria que presenté a ese ministerio el 18 de noviembre de 1839.

No obstante, si el gobierno de S.M tuviese que hacerme algún cargo, estoy pronto a contestar ante los tribunales establecidos por las leyes.

Por lo que he merecer a V. E se sirva comunicar a la legación de España en Suiza, la orden para que me vise mi pasaporte nacional, expedido por el jefe político de Madrid el 14 de Enero de 1839, o darme un nuevo para regresar a España, hoy que las leyes han reconquistado todo su imperio.

Dios que guarde a V. E mu años. Ginebra a 4 de septiembre de 1843

Exmo señor    E de A.

Excmo Señor Secretario del despacho de Estado”   A.H.N t4f3372-r6leg53/11

 

 

Pero aun así tendrá que esperar al año de 1844 para que cambie su suerte y vuelva a España. A duras penas consigue salir adelante y vuelve a forzar la situación, pero esta vez, si, la maquinaria diplomática se desatasca y puede comenzar a vislumbrar el visado de su pasaporte y el retorno a España, aunque tendrá que esperar hasta Marzo de 1844 tras cartearse con el ministerio…

 

Señor Don *Luis Gonzalez Bravo:                            Ginebra, 14 de Enero de 1844

 

Muy Señor mio y amigo: mi condiscípulo y amigo me ha trasladado la contestación  que V, se sirvió darle para que me la trasladase; que no se me quiere mal, y que se me hará conocer, utilizando mis servicios.” Esto está muy bien; pero mi posición es muy crítica, no da esperas, no tengo que comer; cuanto tenía  lo he perdido en una quiebra estudiada, hecha por un comerciante de Bayona, amigo y confidente de Espartero.

Yo estoy dispuesto a servir al gobierno de S.M  dentro y fuera de España, con la fidelidad y utilidad que he acostumbrado; siendo mi divisa la Reina y la libertad. La fortuna ha soplado a v, y su mérito personal lo ha elevado al frente del ministerio; mi mal estrella me tiene en la proscripcion y en la pobreza. Sea V, pues, justo y generoso  con el que fue su amigo y hoy es desgraciado. Saqueme V de aquí, para donde quiera.

Escribo a V, lacónicamente como a ministro ocupadísimo.

Doy a v la enhorabuena, y mande lo que guste  a este su atento seguro servidor y amigo q.b.s.m

                                                                       E de A.

 

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 fuente A.H.N.

 

Finalmente su amigo P.P.P confirma por carta hacia el 4 de febrero de 1844, que en poco tiempo saldrá del estado helvético como así sucedió…

 

“.. Ayer no pude lograr el hablar con el presidente (Luís González Bravo). Ahora vengo de  vengo de verle. Ha leído tu carta. En apoyo de tu reclamación he añadido yo razones fundadas y sentidas. En el acto ha llamado al mayor y le ha dicho. “… tome V. esa carta para memoria. Ponga V. luego una órden a *Aillon para que de pasaporte y los auxilios que necesite  a A. (AVIRANETA) a fin de que venga en derechura a Madrid a recibir órdenes del gobierno.” Creo que esta vez no habrá engaño y sea enhorabuena. Sobre el artículo de auxilios tu sabrás los que necesitas o te convenga aceptar…”.

 

El regreso

 

El anhelado regreso es un hecho y por fin se encuentra Aviraneta en España tras pasar casi 4 años en un país extranjero, obligado y olvidado, sin poder salir legalmente y controlado a todas horas por las autoridades del país helvético y por la legación de España en Suiza, por estricta orden de Espartero; ha sufrido durante años en propia carne, la realidad del “limbo” diplomático. Así las cosas, da parte de su regreso en la siguiente carta dirigida al Sr. *F. M:

 

 

Madrid 29 de Marzo de 1844

 

Amigo mío: El 19 llegué bueno a Madrid y hoy que he pasado a verme con Pta para pedir audiencia a la @ he sabido que v se halla en esa y le escribo.

En Ginebra recibí puntualmente la letra de mil fr. Que fue pagada exactamente por lo que le doy las mas expresivas gracias. No escribí a V. acusándole el recibo, ni participándole mi partida por haber visto en los papeles de Paris la salida del @ con toda la casa e ignorante que V. se hubiera quedado, dejé de escribirle por prudencia.

Ocho días hace que estoy en Madrid y han sido los suficientes para orientarme de este teatro. Esto es en verdad un batiburrillo y un caos de confusiones sin que nada se entienda ni sepa lo que mas convenga; en fin una situación excepcional de la que todo el mundo quisiera salir pero sin acertar con los verdaderos trámites.

La situación del día, es la mejor del mundo, y acaso la única que se ha  presentado para el establecimiento y afianzar el poder Real bajo bases indestructibles.

El poder absoluto no es ya posible en España por que el mismo partido moderado  conspiraría contra él. Continuar con el estado excepcional o bajo el poder militar tampoco es posible sin gran riesgo o continuo peligro de la situación creada por los mismos que hasta ahora la han sostenido. Hay gran división en el mismo partido moderado que hace difícil sino imposible el establecimiento de su sistema de gobierno.

Lo que hoy hace falta es un sistema gubernamental y daré a v. mi opinión acerca del mejor que conviene adoptar hoy en medio de las difíciles circunstancias  que nos rodean para sostener y transformar la tranquilidad e ir consolidando el orden.

El ministerio actual debe conservarse hasta el establecimiento del sistema, por tener el merito y la gloria de haberlo creado en parte y estar tan comprometido e interesado en sostenerlo.

Este gobierno debe convocar las cortes actuales. Reunidas que están, viendo el gobierno que no hay suficiente número de diputados para botar las leyes por haber admitido empleos en gran parte de Senadores y Diputados. Y la @ las manda disolver y convocar otras nuevas para dentro de tres o cuatro meses.

En las elecciones de los nuevos diputados debe echar el resto el gobierno, el partido moderado y los amigos de la situación para ganarlos completamente. Mientras esto suceda debe mantenerse el mismo gobierno que mantendrá el órden con mano fuerte.

Reunidas en esta las nuevas Cortes debe presentarse ante ellas el Gobierno, tomando la iniciativa y proponiendo las bases de reforma de la constitución de 1837 con las que se fortifiquen el poder real, como por ejemplo la cámara de Senadores haciéndolos de nombramiento de la Corona, vitalicio y de número ilimitado. Tal  sentido que debe ser el tránsito a un sistema de gobierno que vaya dirigido  a la nación.

Los progresistas y republicanos han llamado a mi puerta y llorado sus lastimas y miserias. Quisieron otra vez buscar por bandera  a la @ en contraposición a los que ellos titulan tiranos del día. Les he calentado las orejas a unos y a otros y dichos que son indignos de la libertad en el nuevo hecho de haber conspirado  contra la @, haber entronizado al mas ingrato de los hombres, y sostenido al mas imprudente traidor que es Olózaga.

Trabajan e intrigan para hacerse Santos de la deboción del @ y deseo verla para decirle que se guarde de caer en semejantes lazos.

Muchos de los moderados contribuyen a ello; parte por ignorantes y parte por cobardes temiendo caer de nuevo y estar sujetos bajo de su feudo.

La conservación de los resultados de la revolución y lo existente en el día, consiste en el mantenimiento de la unión y concordia del partido moderado y los jefes militares.

Si falta esta unión, se undirán todos y de hecho tiene V. otra vez el entronizamiento de la anarquía. Mucho han trabajado y trabajan para poner desacuerdo entre Narváez y Concha, y muchos aseguraron que existen rivalidades entre ambos. Críticamente este era el punto final de que quería hablar a la @ para aconsejarla que tratase de reconciliarlos y unirlos estrechamente y nadie mejor que la @ haría esto, y sería un bálsamo de salud para la causa de su hija y evitar disturbios en el reino.

Todas son intrigas; todos quieren ser ministros  sin conocer lo crítico de la situación y lo peligroso de las circunstancias.

No tengo tiempo para decirle a V. mas por hoy; lo dejo para la primera que escriba a v.

A ningún ministro he visto todavía, ni pienso verlos hasta que vea a la @  que será después de Pascuas, según me ha manifestado el S.r Pta.

Conservese V. bueno y mande lo que guste y ocupe como pueda y en lo que quiera  a este su aftsimo amigo.

                                               E. de Ibargoyen”

 

 

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Fuente;A.H.N DIVERSOS TF 3377 REG LEG 62/4

 

 

 

 

 

Ahora que a regresado habría que pensar en intentar obtener ciertas respuestas con el propósito de conocer como se organiza y se integra en  la vida social tras el cambio político producido en el país a raíz de su exilio forzoso; recordemos que Espartero pertenece en exilio, Isabel II reina en España y ha regresado su madre, la ex­-regente del reino, Maria Cristina de Borbón, a la que  siempre la llamará su “@ma”. Pero también publica esta vez, si, la segunda edición de su libro Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España edición de Madrid de 1844 con los apéndices y documentos justificativos relativos a sus planes para terminar con la guerra carlista en el norte.

Pero por el momento, como no es pretensión en este artículo abrir más puertas en la vida de Aviraneta, puesto que cada nueva misiva que consultamos, nos resulta mas interesante que la anterior y  no entra en el ámbito de lo que queríamos resaltar, después de poner en valor los nuevos datos que hemos obtenido, si diremos  al menos que, al margen de retomar sus contactos, de comenzar a planear nuevos movimientos políticos y de alianzas, realizar partes de policía (la carta anterior es buena prueba de lo que apuntamos ya que trabajó en la policía realizando informes entre otros a Fernando Muñoz, esposo de Maria Cristina de Borbón, Duque de Riansares, como consta en el archivo histórico nacional; incluso es noticia en la prensa que se encarga de avisar a los lectores  a través de notas editoriales “...Se nos ha asegurado que el señor Aviraneta está nombrado superintendente general de policía. Ignoramos que destino es este”. El eco de comercio 12/10/1844), de inmiscuirse a fondo en los partidos políticos y de sus situaciones tanto a nivel nacional como en el extranjero(caso del partido carlista) y en los ministerios realizando informes de los ministros y de los diputados, seguirá carteándose  con la ex­-regente Maria Cristina de Borbón, y entrará en nómina como agente directo de la reina, como último destino a sus apreciados servicios de información y a su fiel apoyo; Aviraneta por su parte, en cuanto tiene la oportunidad de congraciarse con la @ma, así lo hace. De esta forma, no pierde la oportunidad de dirigirse a ella como en el momento en que ha publicado su segunda edición de la Memoria y de una manera muy familiar, directa, sin titubeos y hasta en cierto punto orgulloso, como no podría ser de otra manera en Aviraneta, le envía la siguiente carta:

 

 

Señora

 

Tengo el honor de remitir a V. M tres ejemplares encuadernados de la Memoria completa que he impreso, o la misma que el 18 de Noviembre de 1839, tube la honra de presentar manuscrita a V. M.

Un ejemplar es para el uso de V. M; y los otros dos, el uno a fin de que se digne entregar a su excelsa hija Dª Isabel 2ª. mi reina y señora; y el otro a la Serenísima Señora Infanta Dª. Maria Luisa Fernanda.

Al mismo tiempo suplico a V.M, recomienda a su augusta hija, que en los momentos desocupados que le dejen libre las obligaciones sagradas del reinado, se digne leer las cortas páginas de ese libro, que encierra la historia verdadera de la manera con que se libertó milagrosamente su corona de la usurpación, habiéndome atraído persecuciones inauditas y la miseria en que me veo; al paso que muchos de los encarnizados enemigos del trono, están lleno de honores y riquezas.

La mayor satisfacción y gloria que pueda caberme, es la de haber sobrevivido y ver impresos los hechos que confundirán y llenarán de oprovio eterno a los enemigos del trono de la augusta hija de V. M.

Ahí los tiene impresos, que los nieguen y desmientan; aun vivo yo para saber sustentar la verdad, que siempre salió de mi boca y de mi pluma.

Nuestro señor guarde la importante vida de V. M muchos años.

Madrid 10 de Junio de 1844.

                                                           Señora

                                                   A, L, P, de V, M

 

                                               Eugenio de Aviraneta”

 

 

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Fuente: A.H.N.t4f 3372 r6leg 53/11

Como resultado final, con el apoyo del @ma,  fiel a sus invariables principios liberales, a Isabel II y al @MA, y a su inquebrantable postura en defensa de la monarquía y del trono, serán sus próximos servicios en la policía del reino “…Mañana voy a ver a Narváez que ha manifestado deseoso de verme y conocerme, y voy con Cordova. Según le digo a aquel que quiero encargarme de la Superintendencia General de la Policía del Reino, que la admitiré y serviré con felicidad y fidelidad y utilidad del servicio, siempre que se trate  de buena fe de la defensa de mi @ma, bajo cuyo principio únicamente puede hacerse en el día el bien de la Patria…Madrid 25 de Agosto de 1844. “A.H.N t4f 3372 r6leg 53/11), donde mejor desarrollará sus habilidades conspiratorias, ejecutar comisiones y elaborar concienzudos informes, como maestro de las intrigas decimonónicas; si bien esta será otra historia en la vida del agente espión y conspirador.

 

 

 

 

                                 

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Agradecimientos:

 

Quiero dar las gracias a Jesús Arrate por sus comentarios siempre acertados en la elaboración del trabajo que presentamos.

 

 

 

*El correo nacional:

Tras acabar el diario El Español su primera época, el 31 de diciembre de 1837, su fundador, Andrés Borrego (1802-1891), que lo había abandonado el 15 de agosto de 1836, creará y dirigirá también este nuevo diario, que aparecerá el 16 de febrero de 1838, como el gran periódico del moderantismo liberal y reformista de este periodo, “continuación y herencia” del anterior, y en el que Borrego alcanzará la cima de su excepcional carrera (Gómez Aparicio: 1967). Será el más firme defensor de la Constitución de 1837 (fruto transaccional de moderados y progresistas), y, desde una opción política partidaria monárquico-constitucional, aunque al principio no se identificara oficialmente con el reaccionarismo del Partido Moderado, al final se pondrá al servicio de su causa. Será contrario a exaltados y progresistas, y siendo defensor de la reina gobernadora doña Cristina, ocupará la vanguardia de la lucha contra la Regencia de Espartero, por lo que padecerá el rigor de las normas de imprenta del 18 de diciembre de 1840 y 9 de septiembre de 1841.

 

Será tirado en la Imprenta de la Compañía Tipográfica, en entregas de cuatro páginas, compuestas a cuatro columnas. Formalmente, seguirá también la pauta de El Español, aunque con un formato más reducido (que variará) y con suscripciones más baratas, siendo asimismo un periódico profundamente renovador no sólo en su diseño y técnica sino también por sus contenidos, con cuidadas noticias, tanto nacionales como extranjeras, aunque con menor información económica y escasos anuncios comerciales (Seoane: 1983). El faldón de su primera plana estará ocupado por boletines bibliográficos, científicos, industriales o literarios, que después serán sustituidos por un folletín.

 

Borrego incorporará a su redacción a muchos de los redactores y colaboradores de El Español, como Juan Donoso y Cortés, Joaquín Francisco Pacheco, Alejandro Oliván, Juan Bravo Murillo, o Manuel Pérez Hernández. También en sus páginas estaban iniciando sus tareas y colaboraciones periodísticas Antonio Benavides Navarrete, Ramón de Campoamor, Gabriel García Tassara o Francisco Navarro Villoslada. Y a ellos se sumarán veteranos como Antonio Alcalá Galiano, Santos López Pelegrín (Abenámar) o Antonio María Segovia (El Estudiante). También aparecen entre sus redactores Antonio Benavides, José Gómez de Santaella y José de Zaragoza (Hartzenbusch: 1894). En la amalgama ideológica de sus articulistas, se encuentra asimismo Joaquín Abréu, representante del fourierismo.

 

Su más destacado contrincante ideológico será el diario progresista El Eco del comercio (1834-1849), con el que polemizará. Según Gómez Aparicio, no están claras las razones por las que dejó de publicarse en pleno éxito el órgano más cualificado del partido moderado. María Celia Fórneas (1999) señala que fue víctima de un golpe de mano de los propios moderados por ser demasiado liberal. A finales de 1841, El Correo nacional había quedado en manos del joven Luis José Sartorius (futuro primer conde de San Luis, y tras publicar su último número el 15 de junio de 1842, fue remplazado al día siguiente por otro gran título de la prensa conservadora: El Heraldo (1842-1854), que funda y dirige el propio Sartorius.

 

Para este título damos también como referencia bibliográfica la monografía Andrés Borrego: periodismo político liberal conservador (1830-146), editado por Castellote, en 1972.

Fuente: hemeroteca biblioteca Nacional de España.

 

* El corresponsal:

Vespertino fundado y dirigido por el escritor, economista y político de origen catalán Buenaventura Carlos Aribau y Farriols (1798-1862), que se había trasladado a la capital de la monarquía, en donde más tarde ocupará altos cargos públicos. Estuvo publicándose desde el uno de junio de 1839 hasta el catorce de mayo de 1844, formando parte de la prensa que se enfrentó a la Regencia de Espartero (1840-1843), en este caso desde los principios monárquico-constitucionales conservadores del Partido Moderado, llegando a ser el órgano más representativo de este sector político. Estuvo financiado por el noble catalán Gaspar Remisa (1784-1847).

 

Aribau ya había sido redactor y colaborador de otros periódicos y en El Corresponsal será autor de artículos en los que defenderá el proteccionismo económico, estando acompañado, principalmente, en la redacción de este diario por el también economista y político catalán Luis María Pastor (1804-1872); el escritor costumbrista, crítico taurino y arabista Serafín Estébanez Calderón –El Solitario– (1799-1867); el jienense Diego Coello y Quesada (1821-1897), que inicia aquí su carrera periodística, y el periodista Ignacio José Escobar, que se encargará de la crítica teatral, y en marzo de 1843 mantendrá un enfrentamiento dialéctico con el actor romántico Julián Romea (1813-1868), que acabará en duelo, aunque sin consecuencias físicas para ambos. Además, colaborarán en sus páginas el industrial y político catalán José Sol y Padrís (1816-1855), Julián Manzano, Esteban Sayró y Pascual Madoz.

 

Será un diario formalmente típico de la época, en números de cuatro páginas, compuestas a cuatro columnas en la Imprenta de la Compañía Tipográfica, que después se denomina Imprenta de J. Rebollo y Compañía, apareciendo indicados como editores responsables, sucesivamente, R. Varela y Ulloa, A. Guerrero Blanco y Rafael Pazos de Linares.

 

Se estructura en secciones fijas, entre las que se encuentran Parte doctrinal (con editoriales, artículos políticos, de economía, agricultura, sociedad, etc.); Parte política, subdivida en Administración Pública (con extractos de la Gaceta de Madrid), Crónica estrangera y Crónica española (contó con corresponsales y correspondencia propia) y Parte de estadística, mercantil e industrial (con informaciones bursátiles y sobre los precios de los productos de consumo).

 

También publica un folletín en los faldones de las dos primeras páginas, así como secciones de Cortes, Espectáculos (programación teatral), Periódicos de la mañana (especie de revista de prensa) o A las tres de la tarde, con las noticias o informaciones de última hora. También publicará, en su cuarta plana, anuncios comerciales.

 

Se considera al vespertino El Corresponsal como el precursor de El Heraldo, que comenzará a publicarse como matutino en junio de 1842. El 14 de mayo de 1844, el primero publicará su último número y anuncia su fusión con el segundo, en un momento en el que este saca dos ediciones, una por la mañana y otra por la tarde, convirtiéndose en el diario conservador más representativo de la Década Moderada (1844-1854), favorable a Narváez y contrario al Partido Progresista, y en el que el citado Coello será su redactor-jefe y formará parte de su redacción el también citado Ignacio José Escobar, fundador el primero de La Época (1849-1936), que pasará después a ser propiedad del segundo.

Fuente: hemeroteca biblioteca Nacional de España.

 

*Baldomero Espartero

Fernández-Espartero Álvarez de Toro, Joaquín Baldomero. Príncipe de Vergara (I). Granátula de Calatrava (Ciudad Real), 27.II.1793 – Logroño (La Rioja), 8.I.1879. Militar y político.

El último de los nueve hijos del matrimonio formado por Antonio Fernández Espartero y Josefa Álvarez nació en Granátula de Calatrava, que por entonces era una pequeña población de unos tres mil habitantes dependiente de Almagro, en cuya Universidad, regida por los dominicos, estudió. De origen humilde y rural, vivió en un ambiente artesanal, pues su padre ejercía el oficio de carretero. Sus fieles milicianos nacionales, en la biografía que le dedicaron en 1844, destacaban entre sus virtudes la honradez, probidad y ciudadanía. “La patria en peligro” fue el grito de guerra ante la invasión francesa de 1808 al que Espartero, como otros muchos, respondió ingresando en las milicias y participando ya en la batalla de Ocaña. Es por entonces cuando comienza a firmar como Baldomero Espartero, olvidando su nombre de Joaquín Baldomero Fernández Álvarez.

En 1810 ingresa en la Academia Militar de Ingenieros, recién instalada en la Isla de León (Cádiz), de donde salió al año siguiente con el grado de teniente.

Pero su verdadera escuela fueron las guerras en que participó, la de la Independencia, la de América y la Carlista.

En la guerra americana se integró en 1815 en la expedición de Morillo y tomó parte en las campañas venezolanas, lo que le marcó como ayacucho, aunque no participó en la batalla de Ayacucho, la gran victoria de Sucre, símbolo de la liquidación de los virreinatos españoles en América del Sur.

En 1826 vuelve a España, a Pamplona. Se casa en 1827 con Jacinta Sicilia (1811-1878), hija única de un rico propietario y comerciante de Logroño, donde, en 1828, se halla destinado. En enero de 1834 es nombrado comandante general de Vizcaya y el 16 de septiembre de 1836, jefe supremo del Ejército del Norte (virrey de Navarra). Por tres veces es nombrado en 1837 ministro de Guerra y una presidente del Ministerio de la Regencia, pero en ninguna de las cuatro toma posesión. Capitán general en 1838, su brillante participación en la Guerra Carlista culmina el 31 de agosto de 1839 con el denominado “Abrazo de Vergara” con Maroto, que pone fin a una guerra de siete años. La Reina le concede por ello el título de duque de la Victoria (I).

El frente carlista de Levante, capitaneado por Cabrera, fue también reducido, éxito por el que recibió el título de duque de Morella (I) y el Toisón de Oro (se le nombró caballero el 3 de junio de 1840 y fue investido el 28 de agosto siguiente). Ya en la Presidencia del Consejo de Ministros (del 16 de septiembre de 1840 al 20 de mayo de 1841), Espartero, que gozaba de una extraordinaria popularidad, era para muchos el “salvador de España”. Se había convertido en el adalid del liberalismo progresista. Con él comenzaba un fenómeno nuevo: el acercamiento a la política de algunos militares llamados a desempeñar papeles políticos fundamentales gracias a su prestigio, ganado en el campo de batalla.

Tras la decisión de doña María Cristina de “renunciar a la regencia del reino por interés de la nación” (12 de octubre de 1840), la solución de las Cortes fue una nueva regencia única. Realizada la votación pertinente, Espartero logró 179 votos, frente a los 103 de Agustín Argüelles. Ésta fue la Revolución de 1840, a la que los progresistas denominaron “La Gloriosa”, que llevó al poder por aclamación a Espartero.

Fernando Garrido la valoraba así: “La revolución de septiembre era para los iniciadores el vaivén oscilatorio que venía a poner en equilibrio la balanza fuertemente inclinada hacia las reales prerrogativas que se llevaban de corrida los derechos populares. Era el deseo de orden y moralidad [...] Era el orgullo herido de algunos, la ambición no satisfecha en otros, para el pueblo era una revolución de su derecho y su autonomía, la reintegración del ser en la plenitud de su existencia” (F. Garrido, 1854).

Del 10 de mayo de 1841 al 30 de julio de 1843 ocupa la regencia Espartero, que la prensa y los medios políticos denominaban “el Conde-Duque”; era el verdadero “espadón” progresista y del régimen liberal, el brazo armado. Se convirtió en uno de los símbolos del intervencionismo militar en el proceso político español del siglo XIX; con él, escribe Romanones, “comienza el largo período del militarismo en España”. Vivía entonces un momento de máximo reconocimiento social, gozaba de una popularidad que él dejaba fomentar mediante retratos y estampas que ocupaban lugares de honor en las casas de muchos madrileños. Era, sin lugar a dudas, un ídolo popular.

Su fallo, sin embargo, fue presentarse como brazo armado de un grupo, pues, como explica José Luis Comellas, “la alianza entre Espartero y el partido progresista era tan convencional como la antigua alianza entre María Cristina y los moderados”. Además, una cosa era ganar la guerra y otra, bien distinta, gobernar.

Así lo vio el conde de Romanones: “Espartero, en su larga experiencia de la guerra, había adquirido cabal conocimiento de los valores militares; pero al llegar al campo de la política su ignorancia acerca de los hombres civiles era completa”.

El propio Espartero hizo, años más tarde, una valoración de su obra doliéndose de no haber podido ejercer el poder personal de forma dictatorial al estilo de César o de Napoleón: “No me ilusionaba la perspectiva de la regencia en que no pensé, hasta que doña María Cristina, con sentimiento mío y de mis compañeros de gabinete en Valencia la renunció [...] yo bien presagiaba que esta magistratura en la menor edad de la reina me iba a consumir, porque bien sabía que tenía que guardar en mi conducta consideraciones a la que se sentaba en el trono que no embarazan a los dictadores [...]. Ni Alejandro, ni César, ni Cronwell, ni Napoleón, fueron regentes de una Reina niña. Obraron de su cuenta como soberanos unos y como omnipotentes otros. Yo no lo podía hacer y tenía que ajustarme a un modelo dado”.

En contra de lo que cabía esperar, la gestión de Espartero hizo surgir pronto el descontento, cuando no las revueltas. También cundió el malestar en el Ejército, por la mala situación que tuvo que atravesar.

Conspiradores fueron O’Donnell, Diego de León, Concha, Prim, etc. Los pronunciamientos surgieron por doquier: Pamplona, Bilbao, Vitoria, Zaragoza, Madrid. En la capital de la nación se pretendió dar un golpe de Estado y apoderarse de la niña Reina.

Comandaba las tropas Diego de León, conde de Belascoaín. Las tropas de Espartero paralizaron la acción y las represalias fueron tremendas. El cordobés Diego de León, general de enorme prestigio, al que se conocía como “la primera lanza de la reina”, fue fusilado el 15 de octubre de 1841, tras un consejo de guerra, sin que el regente hiciera uso del indulto.

Espartero fue sintiendo día a día el enorme vacío que se forjaba a su alrededor. A la pérdida de apoyo del Ejército se unió pronto su fracaso en Cataluña —que le había alzado al poder— a causa de las medidas librecambistas. Las revueltas surgidas se acallaron con el bombardeo de la ciudad desde la ciudadela de Montjuich: casi quinientas casas fueron destruidas. Y de Reus salió un nuevo pronunciamiento, en 1843, encabezado por Prim y Lorenzo Milans del Bosch.

En Andalucía, las revueltas habían comenzado en 1842. Guichot llama la atención sobre el hecho de que fueran las provincias del mediodía las elegidas por los contrarrevolucionarios, pues es éste, dice, “el primer ejemplo en la historia de nuestras revoluciones contemporáneas, de tomar la liberal Andalucía la iniciativa en un movimiento político de carácter reaccionario en materia de libertad constitucional”.

Las elecciones de febrero de 1843 pusieron de relieve las profundas disensiones entre los progresistas y el regente, disensiones que también se hicieron sentir en el gabinete, que duró diez días, presidido por Joaquín María López, quien diseña así la situación: “[...] apenas creado ese poder empezó a desmoronarse, pasando el pueblo que había creado el ídolo, de la idolatría al entusiasmo; del entusiasmo a la adhesión; de la adhesión al respeto; del respeto a la indiferencia; de la indiferencia al odio y del odio a lanzarle a tierras extrañas donde pudiera entregarse al olvido de sus funestos errores o al melancólico recuerdo de sus glorias pasadas”.

Mediado el año 1843, la regencia esparterista vivía sus últimos días. Moderados y progresistas unidos, con el respaldo armado de Narváez, Serrano, O’Donnell y Prim, eran ya los dueños de la situación.

La Junta Revolucionaria de Málaga lanzó el 23 de mayo el grito de guerra al que se unieron primero las fuerzas progresistas andaluzas y luego el resto del país. Mientras, llegó a Valencia un grupo de generales moderados que había emigrado tras la intentona de octubre de 1841. La Junta Revolucionaria de Valencia les permitió repartirse los mandos militares de las provincias insurrectas. De este modo, fue nombrado general en jefe de las tropas de Andalucía el general Manuel de la Concha.

El ejército formado por De la Concha no tuvo tiempo de enfrentarse con el gubernamental de Van-Halen, porque la decisiva acción de los moderados desde la llegada de Narváez a Valencia terminó con el simulacro de combate de Torrejón de Ardoz, el 17 de julio, y la entrada del general Narváez en Madrid, seis días más tarde. Espartero huyó a Cádiz y se embarcó el 30 de julio de aquel 1843 en el vapor Betis. El 3 de agosto zarpaba hacia Lisboa en el barco inglés Malabar que le ofreció asilo a bordo. El 17 llegaba a Lisboa y desde allí viajó en el Prometheus, de bandera británica, hasta Portsmouth, de donde se trasladó posteriormente a Londres.

Narváez, como primera medida, ordenó que Espartero fuera despojado de “todos sus títulos, grados, empleos, honores y condecoraciones”, que en 1846 le fueron devueltos. En 1849, Espartero regresó a su casa de Logroño. En El pensamiento de la Nación, que dirigía Jaime Balmes, se concretan los resultados de la Revolución de 1840 no sin ironía: “Sustituir a una regencia por otra regencia, a unos cortesanos por otros cortesanos, a unos empleados por otros empleados; los tribunos de Cádiz perdieron repentinamente su horror a los palacios y a la Corte; los hombres que más se habían señalado por sus doctrinas democráticas vistieron con orgullo la librea de la casa Real”.

Tras once años de gobierno moderado, con Narváez como brazo armado, los envites de la Revolución Francesa y europea de 1848 se traducen en España en la Revolución de 1854 en que se conjugan fuerzas diversas que demandan un cambio. Los progresistas promueven juntas revolucionarias y a la de Zaragoza acude Espartero que vive retirado en Logroño. A partir de ese momento, el mito Espartero parece renacer, sin que nadie se explique las razones, como Carlos Marx escribe en el New York Daily Tribune. El 29 de julio, los madrileños reciben con júbilo al general, aclamado por los milicianos nacionales como símbolo de la democracia y árbitro de la situación.

El gobierno Espartero-O’Donnell no tenía demasiado futuro, dada la dificultad de conjugar a progresistas y moderados, y el general manchego vio pronto que era simplemente utilizado para calmar las demandas de los progresistas, en una posición difícil de mantener entre el radicalismo de las masas y la Milicia Nacional y el moderantismo de O’Donnell, preponderante a lo largo del bienio. La situación explotó en julio de 1856 con las violentas jornadas de enfrentamiento entre O’Donnell y la Asamblea y Milicia Nacional. Espartero, cansado y desmoralizado, optó por no intervenir y volverse a Logroño, vencido y amargado, de donde no salió ya en los veinticuatro años que le quedaban de vida.

Sin embargo, se le presentó una nueva ocasión de volver al protagonismo político. La Revolución de 1868 trajo consigo un Sexenio que vivió experiencias diversas de forma de gobierno, desde una regencia hasta una monarquía o una república. Las Cortes eligieron como regente al general Serrano, duque de la Torre, que nombró jefe de Gobierno al general Prim, verdadero hombre fuerte de la situación. La principal labor del nuevo jefe de Gobierno, además de mantener el orden, consistía en encontrar un rey que se adecuara a las exigencias españolas. Entre los candidatos figuraron Antonio de Orleans, duque de Montpensier, propuesto por los unionistas y por el general Serrano; los progresistas, que soñaban con la Unión Ibérica, veían en Fernando de Coburgo, rey viudo de la reina María de Portugal, la persona idónea para lograr esa unión. También se pensó como posibles candidatos en Leopoldo de Hohenzollern, casado con María Antonia de Braganza-Coburgo, hija de Fernando de Coburgo; en don Alfonso, hijo de Isabel II, que fue vetado por Prim; en el general Serrano, que no aceptó la propuesta, y en Espartero.

¿Por qué se pensó en el general Espartero? Un opúsculo escrito en 1868 se tituló precisamenteBaldomero I, Rey de España. Entre abril y mayo de 1870, Prim preguntó a Espartero formalmente, a través de Pascual Madoz, “si podría contarse con la aceptación de V. A. para Rey de España”. El general respondió: “Siempre estaré dispuesto a sacrificar mi vida por la libertad y ventura de la patria; pero un deber de conciencia me obliga a manifestar respetuosamente que no me sería posible admitir tan elevado cargo, porque mis muchos años y mi poca salud no me permitirían su buen desempeño”.

No faltaron insistencias y manifestaciones en Madrid defendiendo que sólo él podía ceñir la corona porque “los que como Espartero reinan en el corazón nacional son reyes de derecho en el alto sentido moral de constitucionalismo democrático”. Pero él, con sus setenta años, prefirió el tranquilo retiro de Logroño.

En reconocimiento a su persona el nuevo rey, Amadeo de Saboya, le concedió el título de Príncipe de Vergara con tratamiento de alteza real, título que le fue respetado por el Gobierno de la República. Y Alfonso XII, a su vuelta de las victoriosas operaciones del norte, lo visitó en Logroño. En esta visita, Espartero, desprendiéndose de su Cruz Laureada —que había recibido en 1838—, se la impuso al Rey. El llamado Washington de España” ha dejado para nuestra historia una conocida frase, expresión por excelencia del sentido democrático: “Cúmplase la voluntad nacional”. El mejor resumen de su biografía se encuentra en la placa que le recuerda en su sencilla casa manchega de Granátula. Ésta es su leyenda: “27-11-1793. S. A. Sma. D. Baldomero Fernández- Espartero y Alvarez: Vizconde de Banderas, Conde de Luchana, Duque de la Victoria, Duque de Morelia, Grande de España; Gran Cruz: de Isabel la Católica, de San Hermenegildo, de Carlos III, de San Fernando, de la Orden del Baño, de la Torre y Espada, de la Orden de la Encina, de San Juan de Jerusalén, Toisón de Oro, Gran Cordón de la Legión de Honor. Capitán General, Ministro de la Guerra, Presidente del Gobierno, Regente del Reino, Príncipe de Vergara”Y termina con esta frase: “Y no quiso ser rey de España (15-V-1870)”.

La leyenda marcó a este manchego como “valiente, patriota y honrado liberal”. Si ha habido un personaje popular —“general del pueblo” le denomina el conde de Romanones— en la historia española, ése ha sido Espartero. Así lo captó Carlos Marx que lo dejó escrito en 1854: “El general Espartero es popular porque procede del pueblo”. Su historia fue, según Pirala, “la más popular; ninguna se proclamó en más folletos y artículos ni produjo las manifestaciones tan numerosas como espontáneas”. Otros juicios de contemporáneos suyos no son tan positivos; Fernando de Lesseps, por ejemplo, lo retrata como ambicioso e indolente, generoso o vengativo, según las circunstancias, y recalca su condición de bravo soldado, general mediocre y lleno de vanidad. Fuente :R.A.H Luis Palacios Bañuelos.

 

*Ramón María Narváez y Campos.

Narváez y Campos, Ramón MaríaEspadón de Loja. Duque de Valencia (I). Loja (Granada), 5.VIII.1799 – Madrid, 23.IV.1868. Militar y político, jefe del Partido Moderado en el reinado de Isabel II.

Segundón de una noble familia de Loja (Granada), hijo de José Narváez y Porcel, maestrante de Granada, y de Ramona de Campos y Mateos. Ramón María Narváez abrazó la carrera de las armas en 1815 ingresando en el regimientos de Guardias Valonas, y fue oficial de la Guardia Real en 1821, precisamente cuando la Ley Constitutiva del Ejército acababa de configurar a las fuerzas armadas no sólo como garantes de la libertad del país frente a la amenaza exterior, sino también como valedoras de la soberanía nacional y del régimen de libertades reimplantado en 1820.

En la jornada del 7 de julio de 1822, que presenció el pronunciamiento de los guardias reales contra el sistema constitucional, el joven Narváez, enfrentándose con sus camaradas, se batió en las calles de Madrid junto a las fuerzas liberales de las que era nervio la milicia nacional. Consecuente con esta actitud, se distinguiría luego, a las órdenes de Espoz y Mina, en la brillante campaña desarrollada por éste en el Pirineo contra las partidas que actuaban a favor de la llamada Regencia de Urgel. Al producirse la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, Narváez siguió la suerte del general guerrillero, y quedó internado en Francia tras el derrumbamiento de la resistencia liberal.

Reintegrado a España, tras un acuerdo hispano-francés, en 1824, permaneció Narváez en el retiro de Loja hasta el final de la llamada Década Ominosa. Su digna actitud durante esta época contrasta con el oportunismo del que luego sería su gran rival político, Espartero, quien se sometió al obligado juramento de fidelidad al realismo restaurado, para integrarse en la oficialidad del nuevo Ejército depurado desde 1824.

La carrera militar de Narváez no habría de reanudarse hasta 1834 —el año anterior había ascendido a capitán—, cuando, definitivamente liquidado el absolutismo fernandino, se abrió con la Primera Guerra Carlista el capítulo decisivo para el afianzamiento del régimen liberal.

En la batalla de Mendigorría (julio de 1834), uno de los grandes hitos de la campaña en el País Vasco, coincidieron Luis Fernández de Córdova y Narváez; aquél, como general en jefe, y ascendido éste a teniente coronel en premio a su arrojo temerario. Desde entonces, aparecen cada vez más estrechamente unidos los dos personajes; la camaradería de las armas forjó una amistad que selló su identificación ideológica. Fernández de Córdova había sido en 1822 alma de la conspiración de la Guardia Real, pero se hallaba, ya entonces, muy lejos de un planteamiento absolutista. Buscaba una solución liberal moderada, superadora de los radicalismos del trienio, y se afirmó en esta postura al poner su espada al servicio de la Reina en 1833. Por su parte, Narváez, liberal convencido, se sentía cada vez más en desacuerdo con las estridencias progresistas: su amistad con Fernández de Córdova sería decisiva para situarle en el “justo medio”.

En la batalla de Arlabán (1836) volvió a distinguirse por su arrojo, siendo herido en la cabeza. Ascendido a brigadier, en calidad de tal y destinado al frente de Aragón, derrotó a las huestes de Cabrera en Pobleta de Morella, dispersándolas. Cuando en 1837 se produjo el desbordamiento revolucionario impulsado por la sargentada de La Granja, Córdova —hasta entonces el jefe más destacado en el campo liberal— prefirió alejarse del país. Narváez comenzó a convertirse en esperanza de los moderados, en los momentos en que el progresismo exaltaba la figura de Espartero, vencedor en Luchana y elevado a la jefatura del ejército del Norte. En las elecciones de 22 de septiembre de 1837, Narváez fue elegido diputado por la provincia de Cádiz con 1.894 votos, más de la mitad de los 3.481 emitidos. La designación del caudillo de Loja como jefe y organizador de un proyectado Ejército de Reserva, encerraba, sin duda, en el propósito de los moderados —por entonces en el poder—, un intento de contrarrestar la temible plataforma militar que estaba convirtiendo a Espartero en árbitro de la situación. La rivalidad Espartero-Narváez jugó todavía en el contexto más amplio de la rivalidad Córdova-Espartero. Fue este último —flamante conde de Luchana— quien impuso la anulación del nombramiento de Narváez —ya mariscal de campo— como general en jefe del proyectado ejército de Reserva. Y también fue él —o el círculo progresista que le utilizó ya como ariete— el beneficiario de la oscura trama de Sevilla (1838), episodio en que Narváez y Córdova se verían envueltos bajo la acusación de haber intentado un pronunciamiento; acusación sin fundamento claro, pero que serviría para eliminarlos, de momento, de la escena política. Narváez buscó refugio en Gibraltar, y Córdova acabó por marchar a Lisboa, donde murió dos años más tarde. El primero permaneció en el exilio durante toda la etapa en que, concluida la guerra civil, Espartero, ya duque de la Victoria, fue elevado a la dignidad de Regente —tras la renuncia de la Reina gobernadora— y tradujo en un personalismo dictatorial el progresismo del que se decía valedor entusiasta.

La ocasión —el desquite— de Narváez llegó en 1843, a través de un nuevo pronunciamiento en que se fundieron, bajo la fórmula de la Unión Sagrada, el progresismo enfrentado con la conducta dictatorial de Espartero y el moderantismo desplazado desde 1840. Narváez, que se había casado en París el 21 de marzo de 1843 con Marie Alexandrine Tascher de La Pagerie —hija del par de Francia, conde de Tascher y dama de la Orden de María Luisa, con quien no tendría sucesión—, desembarcó en Valencia y decidió el enfrentamiento en la acción de Torrejón de Ardoz, en que derrotó al esparterista Seoane: este triunfo le abrió las puertas de Madrid. Ascendido a teniente general el 22 de julio —“atendiendo al distinguido mérito y relevantes servicios [...] y singularmente al que ha prestado a la causa nacional en los campos de Torrejón de Ardoz en la feliz jornada de este día”— se le confió la Capitanía General de Castilla la Nueva y fue nombrado senador por la provincia de Cádiz el 27 de octubre siguiente. El 9 de noviembre se le concedió, como recompensa de sus servicios militares, la Cruz de Carlos III, a la que prefirió renunciar, “para continuar desembarazadamente concurriendo a las sesiones [del Senado]”. Pero la debilidad de la Unión Sagrada se pondría de manifiesto en 1844 cuando, ya declarada la mayoría de edad de Isabel II, Salustiano Olózaga trató de reconducir lo que era una difícil concentración de la izquierda y de la derecha, hacia una situación estrictamente progresista. Fracasado el intento y desterrado Olózaga, fueron los moderados los que se hicieron con el poder, y ellos convertirían en presidente del Gobierno a su “hombre fuerte”, Narváez, ya de hecho jefe del partido.

Por espacio de diez años —la llamada Década Moderada—, el general Narváez, duque de Valencia, en el poder o fuera del poder, fue el eje indiscutible de la política española. La obra de “reconstrucción del Estado” que el moderantismo llevó entonces a cabo fue el gran legado histórico de la época isabelina, forjadora de la organización administrativa —con matiz muy centralizado— que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. Desde el punto de vista político e ideológico, Narváez trató de cimentar la pacificación definitiva del país, mediante una aproximación a la España vencida en la guerra civil, así como el progresismo se había afirmado en la ruptura tajante con aquélla. Su primer Gobierno —cuyo Consejo de Ministros presidió desde el 3 de mayo de 1844 hasta el 11 de febrero de 1846— culminó en la Constitución típicamente doctrinaria (modificación restrictiva de la de 1837) de 1845, y entonces también se pusieron las bases de lo que sería el Concordato de 1851, clave para cerrar el grave desgarramiento provocado en la sociedad española por la desamortización eclesiástica. Lo que no se logró fue una absorción del carlismo, ahora encabezado por el conde de Montemolín, y de nuevo vencido tras su intentona subsiguiente a las bodas de Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda (1846). El tercer Gobierno —el llamado “gran gobierno” de Narváez (del 4 de octubre de 1847 al 10 de enero de 1851)—, reforzó el prestigio internacional de aquél con su triunfo sobre la versión española de los movimientos revolucionarios europeos de 1848 —encarnados en nuestro país por el ala democrática del progresismo, y estimulados desde Londres por la diplomacia británica—. Por entonces, Fernando de Lesseps —embajador de Francia en Madrid en el crítico año 1848—, describió así a Narváez: “Espíritu audaz y práctico [...]. Gran facilidad de entendimiento. Gran poder de imaginación. Rapidez para intuir y observar. Vigor en la ejecución. Facilidad de palabra. Deseo y hábito de lucha. Todas estas cualidades de espíritu están limitadas por los defectos inherentes a la energía de su carácter [...]. Tiene pocos amigos y muchos partidarios”. El 26 de noviembre de 1847 había sido titulado duque de Valencia con Grandeza de España.

Por espacio de cinco años, a partir de 1851, el duque de Valencia permaneció alejado del poder. Aunque encabezó la reacción parlamentaria contra el “autoritarismo civil” de Bravo Murillo, evitando sus proyectos involucionistas, no se sumó al nuevo pronunciamiento de O’Donnell (la Vicalvarada), pronunciamiento inspirado por el deseo de dar mayor autenticidad al liberalismo de base moderada, muy desprestigiado por las inmoralidades administrativas del conde de San Luis. Sólo en 1856, después del paréntesis progresista abierto en sus últimas consecuencias por la Vicalvarada, volvió Narváez al poder —presidió el Consejo de Ministros durante un año: del 12 de octubre de 1856 al 15 de octubre de 1857—, encarnando una derecha muy definida — sin connotación centrista— como alternativa de la Unión Liberal (un centro izquierda estructurado por O’Donnell e inspirado por el joven Cánovas del Castillo). La década de 1860 contempló, como contrapartida, la ruptura del progresismo —ahora conducido por Prim— con el régimen, embarcado en un proceso cada vez más restrictivo con respecto a las libertades públicas, precisamente cuando la “nueva democracia” empezaba a movilizar a las masas. El gobierno Narváez de 1864 (del 16 de septiembre de ese año al 21 de junio de 1865) implicó, muy significativamente, una grave ruptura con los medios universitarios (sucesos de la noche de San Daniel). Luego, el declive hacia la pura reacción se produjo en la última etapa del reinado de Isabel II. Fue entonces cuando, lanzado a la conspiración el progresismo, y retraído O’Donnell después de su última experiencia de gobierno, el Partido Moderado se convirtió, al monopolizar el poder, en único valedor del trono: momento crepuscular de Narváez (del 10 de julio de 1866 al 23 de abril de 1868) durante el cual éste intentó todavía, inútilmente, captar a Prim para reconstruir un turno capaz de normalizar la vida parlamentaria ya reducida a pura ficción.

La muerte del duque de Valencia, el 23 de abril de 1868 a las siete y media de la mañana, anunciaría la liquidación de la Monarquía isabelina; el moderantismo, sin su caudillo, carecía, bajo la férula de González Bravo, de fuerza alguna para sobreponerse a la gran revolución incubada mediante el acuerdo de todas las fuerzas políticas desplazadas o marginadas por aquél, y unidas contra los llamados “obstáculos tradicionales”.

El 27 de abril de 1847 fue elegido caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, y, aunque se le autorizó a ponerse el Collar por sí mismo en París, donde residía entonces, el 17 de mayo siguiente fue investido formalmente. Era, además, comendador mayor (1864) y clavero de la Orden de Alcántara, maestrante de Granada y tenía las Grandes Cruces de las Órdenes de Carlos III, Isabel la Católica, San Fernando y San Hermenegildo.

La actuación política de Narváez ofrece, pues, un contraste entre dos etapas: una primera constructiva, eficaz, basada en el empeño integrador inspirado por la idea del “justo medio”; y una segunda en que el Partido Moderado, desplazado de su antigua vocación centrista por la Unión Liberal, y acentuadas sus divergencias con respecto al progresismo, se convierte en instrumento de pura reacción. Ahora bien, conviene no confundir el talante ideológico de Narváez con el de su sucesor en el poder, González Bravo. El duque de Valencia nunca desmintió su liberalismo, por el que había derramado su sangre; siempre trató de conciliarlo con el orden, que era una de sus preocupaciones máximas; buscaba, pues, un equilibrio entre las doctrinas en que el credo liberal rompía su inicial unidad. Pero los grandes principios —las grandes ideas en que podría convertirse en sistema su obra de gobierno— las recibía de otros: Córdova, Balmes, Donoso... y más concretamente, Pidal. La historia documentada permite estimarlo, con todos sus defectos, muy por encima de los otros “espadones” isabelinos —Espartero, O’Donnell, Serrano— con cualidades de gobernante sólo superadas por Prim. Enérgico hasta la dureza, pero capaz de generosidad y comprensión para sus adversarios, con un gran talento organizador y un alto sentido de la dignidad del Estado que encarnaba, nadie como Galdós supo definir las luces y las sombras de esta compleja personalidad: “Es un gran corazón y una gran inteligencia; pero inteligencia y corazón no se manifiestan más que con arranques, prontitudes, explosiones. Si mantuviera sus facultades en un medio constante de potencia afectiva y reflexiva, no habría hombre de Estado que se le igualara”.Fuente: R.A.H Carlos Seco Serrano.

 

 

* Maria Cristina de Borbón(el @ma).

María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Palermo (Italia), 27.IV.1806 – Sainte-Adresse (Francia), 22.VIII.1878. Reina gobernadora de España.

Hija de Francisco I, rey de las Dos Sicilias, y de María Isabel de Borbón, infanta de España. Fue la cuarta esposa del rey Fernando VII, con el que contrajo matrimonio tras quedar viudo de su tercera esposa, la reina María Josefa Amalia de Sajonia.

María Cristina era sobrina carnal de Fernando VII, ya que su madre, la infanta María Isabel de Borbón, era hermana de éste, por lo que para poder realizarse el matrimonio hubo que solicitar al Vaticano las oportunas dispensas, gestión que realizó el embajador de España en Roma Pedro Gómez Labrador, quien también fue el encargado de pedir la mano de María Cristina en nombre del rey Fernando VII, al rey de las Dos Sicilias.

El 30 de septiembre de 1829 salió María Cristina desde Nápoles hacia España, acompañada por sus padres y por su hermano menor, Francisco de Paula, conde de Trápani, pasando por Roma, donde fueron recibidos por el papa Pío VIII, y atravesando Italia y Francia, país en el que fue vitoreada por los liberales españoles emigrados, quienes anhelaban que aquel matrimonio sirviera para suavizar de algún modo el absolutismo de Fernando VII, anhelos que se vieron cumplidos tres años más tarde, con la amnistía concedida por María Cristina en octubre de 1832.

El 8 de diciembre llegó la comitiva a Aranjuez. La impresión que causó al Rey su sobrina fue muy positiva, pues, además de contar con su juventud —tenía veintitrés años—, María Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias, era hermosa, elegante y poseía un carácter abierto y dulce. Sin duda, no causó el mismo efecto en el ánimo de la joven María Cristina su tío y esposo, que tenía cuarenta y cinco años —era veintidós años mayor que ella— y estaba envejecido prematuramente a causa de su precaria salud.

La boda se celebró en el Real Sitio de Aranjuez el 9 de diciembre de 1829, siendo ratificada a su llegada a Madrid, el día 11, en la basílica de Nuestra Señora de Atocha, prolongándose las fiestas nupciales durante varios días con un despliegue de suntuosidad sin precedentes.

Desde el principio, el matrimonio fue muy mal acogido por los ultra-realistas, partidarios del hermano de Fernando VII, el infante Carlos María Isidro, quien influido por éstos y por su esposa la infanta portuguesa María Francisca de Braganza, había concebido la esperanza de suceder en el trono a su hermano, pues éste, a pesar de sus tres matrimonios anteriores, no había conseguido tener sucesión (solamente su segunda esposa, María Isabel de Braganza, le había dado dos hijas, que no se habían logrado: la infantita María Luisa, que murió a los cuatro meses y medio de nacer, y otra infanta nacida muerta).

El 8 de mayo de 1830, la Gaceta hizo pública la noticia de que la reina María Cristina había entrado en el quinto mes de embarazo. Tres meses antes, el 29 de marzo, el rey Fernando VII, en previsión de que fuese una hija la que naciera, había decidido hacer pública la Pragmática Sanción, que derogaba la ley semi-sálica dada por Felipe V en 1713, la cual excluía a las mujeres en el acceso al trono de España en tanto hubiese descendencia masculina directa o colateral. La Pragmática Sanción, dada por Carlos IV en 1789 y respaldada por las Cortes —pero que al cerrarse éstas precipitadamente por los acontecimientos políticos de Francia en aquella fecha no dio tiempo a que se hiciese pública—, ponía de nuevo en vigencia el orden sucesorio de las Leyes de las Partidas, restableciendo la tradición de la Monarquía española según la cual las mujeres podían reinar.

Con la decisión de Fernando VII de hacer pública la Pragmática Sanción, se disiparon las esperanzas de reinar de su hermano Carlos María Isidro, alentadas por su camarilla, los legitimistas —los carlistas—, iniciándose el enfrentamiento que provocó la lucha dinástica que azotó España tras la muerte de Fernando VII durante gran parte del siglo xix: las Guerras Carlistas, en las que se enfrentaron carlistas e isabelinos. Aunque en realidad, más que un problema dinástico, aquél fue un pretexto para desencadenar el conflicto que existía entre dos tendencias políticas que no aceptaban convivir: absolutistas y liberales.

El 10 de octubre de 1830, la reina María Cristina dio a luz a su primera hija: la princesa Isabel, futura Isabel II. Y trece meses después, el 30 de enero de 1832, nació otra niña, la infanta Luisa Fernanda.

Mientras la felicidad inundaba a María Cristina por haber conseguido dar a Fernando VII la tan ansiada sucesión, las esperanzas de reinar del infante Carlos María Isidro se desvanecían por completo.

En el mes de septiembre de 1832, estando la Corte en La Granja de San Ildefonso, el Rey sufrió uno de sus ataques de gota, pero esta vez tan grave, que se temió por su vida.

Los partidarios del infante Carlos María Isidro, que ocupaban posiciones claves en el Gobierno de la nación, como el ministro de Justicia, Tadeo Calomarde, y el ministro de Estado, conde de Alcudia, aprovecharon este agravamiento de la salud del Rey para pintar ante la reina María Cristina —a la que Fernando VII había encargado la Regencia mientras durase su enfermedad— un panorama tan desolador y con el fantasma de la guerra civil de fondo, que la Reina pidió a su esposo que revocase, por medio de un codicilo, la Pragmática Sanción. La firma de este documento (18 de septiembre de 1832) supuso la derogación de la Pragmática Sanción y el restablecimiento de la legitimidad sucesoria en la persona del hermano del Rey.

Apenas recuperada la salud, Fernando VII mandó iniciar los trámites para anular el codicilo que derogaba la Pragmática Sanción. Calomarde fue desterrado y al conde de Alcudia se le obligó a reincorporarse a su actividad diplomática fuera de España.

Pocos días después, la reina María Cristina, a la que su esposo había facultado para gobernar conjuntamente con él, firmaba un decreto de amnistía que afectó a un gran número de personas, incluidos los exiliados (15 de octubre de 1832).

El 31 de diciembre de 1832 tuvo lugar, ante una nutrida representación de personalidades, el acto solemne de la lectura por parte del Rey del documento derogatorio del codicilo que contenía la derogación de la Pragmática Sanción, que restablecía los derechos sucesorios de su primogénita, Isabel, quien seis meses más tarde, el 30 de junio de 1833, fue jurada por las Cortes princesa de Asturias y heredera del trono, en la madrileña iglesia de San Jerónimo.

Tres meses después, el 29 de septiembre de 1833, murió en el Palacio Real de Madrid el rey Fernando VII a consecuencia de un fulminante ataque de apoplejía. Como su sucesora, Isabel II, cumplía tres años el 10 de octubre, el testamento del Rey disponía que la Reina viuda ejerciera como regente y gobernadora, asesorada por un Consejo de Gobierno, hasta que su hija cumpliera los dieciocho años.

El 1 de octubre, el infante Carlos María Isidro lanzó desde Abrantes (Portugal) un manifiesto en el que no reconocía los derechos al trono de su sobrina Isabel y se intitulaba Carlos V, rey de España. De este modo se inició la guerra civil —Primera Guerra Carlista (1833-1839)— y la Regencia de la reina María Cristina, que duró siete años (1833-1840) y estuvo marcada por graves dificultades desde sus comienzos, pues además del grave problema interno que supuso el estallido de la guerra civil —que incidió profundamente en la vida del país y forzó la actitud de los distintos gobiernos moderados y liberales— en el exterior la reina María Cristina no fue reconocida más que por Francia e Inglaterra, y hubo que esperar hasta 1834 para que las relaciones exteriores de España se mejorasen con la firma del tratado de la Cuádruple Alianza.

La Guerra Carlista dividió al país en dos bandos: los cristinos, liberales partidarios de la reinita Isabel II y de la Reina gobernadora, en los que ésta únicamente podía apoyarse para sostener los derechos de su hija al trono, y los carlistas, realistas partidarios de Carlos María Isidro.

Mientras en el norte de España, Vascongadas, Navarra y Cataluña, a partir del mes de octubre de 1833 ardía la Guerra Civil, la Reina gobernadora comenzó a gobernar dando al país —a instancias de Cea Bermúdez, presidente del Consejo de Ministros— el Manifiesto del 5 de octubre, verdadero programa del primer gobierno de la Regencia.

Dos eran las líneas básicas de actuación contenidas en el Manifiesto: la firme voluntad de salvaguardar el poder de la Corona y la promesa de acometer reformas administrativas. Pero el Manifiesto, recibido con frialdad, no gustó a nadie y el propio Consejo de Gobierno —que Fernando VII había dispuesto en su testamento para asesorar a su esposa— aconsejó a la Reina gobernadora que iniciara un ensayo liberal.

El Gobierno de Cea Bermúdez tenía sus días contados: los liberales al unísono se le opusieron y los capitanes generales Llauder y Quesada, de Cataluña y de Castilla la Vieja, respectivamente, elevaron a la Regente sendos escritos reclamando la inmediata reunión de Cortes como punto de partida de una reforma política que estuviera por encima de la mera administrativa que se propugnaba en el Manifiesto.

La reina María Cristina comprendió que no podía mantener ni un minuto más a Cea Bermúdez y en enero de 1834 pasó a sustituirle por Francisco Martínez de la Rosa.

En Martínez de la Rosa, militante del viejo liberalismo de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal —aunque su entusiasmo de entonces lo habían enfriado la adversidad y el exilio—, se vio al hombre capaz de iniciar un ensayo liberal. En aquellos momentos mantenía una postura liberal moderada que quedaría plasmada en su programa político, el Estatuto Real de 1834, primer texto constitucional del reinado de Isabel II.

El Estatuto Real, que tenía sus antecedentes en la Carta Otorgada de Luis XVIII y era simplemente una convocatoria de Cortes, satisfizo solamente a los sectores más moderados del liberalismo español, aunque a su amparo vivieron cuatro Gobiernos: el de Martínez de la Rosa, hasta junio de 1835; el del conde de Toreno, hasta septiembre de 1835; el de Juan Álvarez Mendizábal, hasta mayo de 1836, y el de Istúriz, hasta agosto de 1836.

A excepción del Gobierno presidido por el liberal progresista Mendizábal —que logró sacar adelante su Decreto desamortizador de 1836 y dejó preparada la Ley desamortizadora de 1837—, los otros tres Gobiernos eran de signo moderado, por lo que tuvieron que gobernar con el fantasma del pronunciamiento y de la conspiración de los progresistas contrarios al Estatuto Real.

En el verano de 1836 se desencadenaron una serie de levantamientos que se iniciaron en Málaga, propagándose muy rápidamente por Granada, Cádiz y demás provincias andaluzas, pasando después a Aragón y Valencia y luego al resto de España. Finalmente, la noche del 12 de agosto de 1836, en el Real Sitio de La Granja —donde la reina María Cristina y sus hijas se encontraban pasando el verano— se consumó el pronunciamiento de los sargentos, siendo obligada la Reina gobernadora a restablecer la Constitución de 1812 poniéndose fin de este modo al Estatuto Real de 1834.

Tras el triunfo del pronunciamiento de los sargentos de La Granja, la reina María Cristina encomendó el poder a los progresistas. El nuevo presidente del Consejo de Ministros fue Calatrava, y éste nombró a Mendizábal ministro de Hacienda, quien pudo entonces sacar adelante su Ley desamortizadora de 1837.

Inmediatamente se convocaron Cortes Constituyentes, que abrió la Reina gobernadora en octubre de 1836, para revisar la Constitución de 1812 o en caso necesario proceder a la elaboración de una nueva. Se designó una Comisión encargada de la reforma constitucional presidida por Agustín Argüelles y cuyo secretario fue Salustiano Olózaga, la cual, tras seis meses de trabajo, elaboró un nuevo texto constitucional: la Constitución de 1837, que fue sancionada por la Reina gobernadora el 18 de junio de 1837.

Con los progresistas en el poder, el Partido Moderado se convirtió en oposición escindido en dos posturas: la de los que deseaban participar en el juego político y la de los que preferían hacerlo desde la clandestinidad.

A causa de la postura de estos últimos, el Gobierno Calatrava —que había durado casi un año— cayó el 18 de agosto a causa del pronunciamiento realizado por los oficiales de la brigada Van Halen, en Aravaca, a las afueras de Madrid.

A consecuencia de esta inestabilidad política, los carlistas aprovecharon para reiniciar su ofensiva, llevando a cabo personalmente el pretendiente Carlos la llamada Expedición Real, llegando a las puertas de Madrid con sus tropas en septiembre de 1837. Pero Carlos no atacó Madrid, pues venía con la intención de pactar con su cuñada y sobrina María Cristina, quien le había hecho llegar sus propuestas por mediación del rey Fernando II de Nápoles.

Para la Reina gobernadora, los sucesos de La Granja del mes de agosto de 1836 habían supuesto una humillación y causado tal alarma que, desde entonces, pensó en la posibilidad de hacer un acuerdo secreto con Carlos María Isidro, ofreciéndole para su hijo, la mano de Isabel II. Pero María Cristina se arrepintió y no abrió la capital a Carlos, quien tuvo que abandonar Madrid sin pacto alguno y en su retirada, sufrir la derrota en Aranzueque (Guadalajara), causada por el general Espartero.

Al caer Calatrava, la Reina gobernadora ofreció el Gobierno a Espartero, pero éste lo rechazó con el pretexto de tener que ponerse al frente del ejército que combatía a los carlistas. Se sucedieron entonces tres gobiernos moderados: el de Eusebio Bajardí, Ofalia, duque de Frías, y Pérez de Castro. Este último inició un programa reformista con vistas a modificar el sistema político pero manteniendo la Constitución.

Los tres puntos fundamentales de su reforma fueron: la limitación del sufragio a través de la Ley Electoral de 1840; el proporcionar medios legales al Gobierno para combatir a la prensa y, el tercero, reforzar el poder central en los municipios, por medio de una nueva Ley de Ayuntamientos.

Acababa la Guerra Carlista, el general Espartero, ya conde de Luchana y ahora duque de la Victoria tras el abrazo de Vergara, era considerado el héroe de la Guerra Carlista y el militar de máximo prestigio del momento. Por eso, la reina María Cristina, aunque conocía su identificación con el progresismo, quiso sondearle para saber si podía contar con él para apoyar el nuevo programa de Pérez de Castro.

Con el pretexto de que los médicos habían aconsejado a la reinita Isabel que tomase baños de mar, la Reina regente decidió viajar con ella y con la infanta Luisa Fernanda a Barcelona, ciudad que contaba entonces con el mayor número de elementos conservadores y que a ella le ofrecía garantías de orden. La primera entrevista de la Reina gobernadora con el duque de la Victoria fue en Lérida, y en ella la reina María Cristina ya se dio cuenta claramente de que Espartero se había convertido en el hombre fuerte del progresismo.

En su segunda entrevista, que tuvo lugar en Esparraguera (Lérida), Espartero comunicó a la reina María Cristina su tajante oposición al Gobierno Pérez de Castro, a la sanción de la Ley de Ayuntamientos y a las Cortes que la respaldaban. La Regente le contestó que estaba dispuesta a un cambio en la composición del Gobierno que podría presidir Istúriz, y del cual el propio Espartero podría formar parte, una vez dominados los últimos reductos de la Guerra Carlista que, al mando del general Cabrera, aún coleaban en el norte de Cataluña.

Por fin, la Reina gobernadora y su hija Isabel II llegaron a Barcelona el 30 de junio de 1840. Lo sucedido en la Ciudad Condal a la llegada de éstas dejó bien patente el enfrentamiento que existía entre la postura de María Cristina, identificada por completo con los moderados, y la de Espartero, vinculado totalmente a los progresistas, pues aunque las Reinas fueron recibidas con entusiasmo, el Ayuntamiento de Barcelona —de clara filiación progresista— se encargó de engalanar las farolas de las Ramblas con el artículo de la Constitución de 1837 relativo a la Ley de Ayuntamientos, y el capitán general, Van Halen, cabeza visible del progresismo barcelonés y brazo derecho de Espartero, presionó personalmente a la reina María Cristina con la amenaza de un estallido popular si Pérez de Castro seguía al frente del Gobierno. La Reina contestó a Van Halen que nunca se atentaría contra la Constitución y que pensaba cambiar el Gobierno, pero que primero deseaba conocer el programa del nuevo diseñado por Espartero.

La toma de Berga y Hort supuso el final de los últimos reductos del carlismo a los que se combatía en el norte de Cataluña. Y desde Berga, Espartero envió a la Reina regente su programa en forma casi de ultimátum: disolución de las Cortes, convocatoria de nuevas elecciones y la anulación de la Ley de Ayuntamientos.

Estaba claro que la postura de la Reina regente y la del duque de la Victoria no eran compatibles, pues pocos días después la reina María Cristina sancionó la Ley de Ayuntamientos, lo cual supuso la inmediata ruptura con Espartero, quien dimitió de todos sus cargos, incluido el último, el de jefe de la Guardia Real, que le había sido concedido por la Regente el mismo día en que ella firmaba el texto de la Ley de Ayuntamientos.

A partir del día 16 de julio, una marea de manifestaciones y protestas contra la Ley, perfectamente orquestadas, hicieron caer al Gobierno de Pérez de Castro. La reina María Cristina tuvo que dar paso a un nuevo Gobierno de carácter progresista presidido por Antonio González —afín a Espartero—, que el 6 de agosto juró su cargo, siendo la primera decisión de este Gobierno dejar en suspensión la Ley de Ayuntamientos y la disolución de las Cortes.

Ante el cariz de los acontecimientos la Familia Real decidió marcharse a Valencia y, estando en esta ciudad, estalló el 1 de septiembre de 1840 en Madrid primero y después se propagó a toda España un movimiento revolucionario que cristalizó en la creación de juntas revolucionarias de gobierno. Ante la gravedad de los acontecimientos, María Cristina llamó a Espartero y le pidió que pusiera fin a aquella revolución, a lo que Espartero contestó que no podía hacerlo porque él se sentía plenamente identificado con ella.

La Reina gobernadora se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que abdicar la Regencia en la persona del general Espartero, decidida a no iniciar de nuevo la guerra civil y con el convencimiento de que en aquellos momentos el duque de la Victoria representaba la garantía de seguridad para el trono y el sostenimiento de los derechos de su hija Isabel II.

El 12 de octubre de 1840, María Cristina hacía pública su renuncia en el palacio Cervellón de Valencia y cinco días más tarde, el día 17, abandonaba España, dejando a sus dos hijas, Isabel II, la reina de España, que tenía diez años, y a la infanta Luisa Fernanda, que aún no había cumplido los ocho, que —sin entenderlo— se veían de golpe despojadas del cariño y los cuidados insustituibles de una madre. Embarcada en el vapor Mercurio, se acogió a la hospitalidad que le brindaron sus tíos, el rey Luis Felipe de Francia y su esposa la princesa Amalia de Borbón, tía carnal de María Cristina, y el 8 de noviembre, desde Marsella, explicó a los españoles en un manifiesto los motivos de su importante decisión.

Pero, junto a todos estos motivos políticos, existían otros motivos personales en la renuncia a la Regencia de María Cristina. Tres meses después de la muerte de Fernando VII, se había casado con el capitán de la Guardia de Corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez- Funes. Este matrimonio, mantenido en secreto, pero sabido en toda España, restó mucha popularidad a la Reina regente, que sólo podía serlo de su hija Isabel II en tanto era la Reina viuda, según constaba en el testamento de su esposo el rey Fernando VII.

De este matrimonio morganático nacieron ocho hijos, de los cuales cinco lo hicieron en España, mientras la Reina fue regente: María Amparo, María de los Milagros, Agustín, Fernando María y María Cristina.

Estos nacimientos hicieron muy difícil la situación de la Reina gobernadora, que debía ocultar a los ojos de la Corte y de todo el país sus embarazos y partos, sin lograrlo, lo que dañó fuertemente su reputación y le valió ser el blanco de graves críticas. Los otros tres hijos, Juan María, Antonio y José María, nacieron ya en París, después de haber tenido que abandonar la Regencia.

En el exilio María Cristina, basándose en la pretensión de conservar al menos la tutoría de sus hijas —que las Cortes habían concedido al político Agustín Argüelles—, impulsó el primer pronunciamiento moderado surgido para derrocar a Espartero en octubre de 1841, del que fueron alma el general O’Donnell —presidente de la Junta de exiliados que se formó en París nada más llegar a esta ciudad María Cristina— y el general Diego de León, conde de Belascoaín, y que tuvo su momento culminante el 7 de octubre. El plan era una sublevación militar que empezaría en las provincias vascas y Navarra, raptarían en Madrid a las reales niñas y al Regente y volverían a proclamar la Regencia de la reina María Cristina.

Pero la conspiración fue abortada y sus protagonistas, a la cabeza de los cuales se encontraba el general Diego de León, fueron sometidos a juicio sumarísimo y fusilados por decisión inapelable de Espartero, que con esta demostración de dureza inició la caída de su popularidad.

El pronunciamiento incruento de Torrejón de Ardoz, del 22 de julio de 1843, puso punto final a la regencia del duque de la Victoria, quien tuvo que abandonar España el 30 de julio y refugiarse en Inglaterra.

Los moderados, con el general Narváez a la cabeza, llegaban de nuevo al poder y era proclamada reina de España Isabel II, a los trece años, adelantándose cinco años su mayoría de edad.

Con los moderados gobernando, la reina María Cristina regresó a España el 23 de marzo de 1844, sin pensar en corregir el gran error que la había conducido al exilio: identificarse por completo con el Partido Moderado, además de constituirse en un apoyo básico para la exclusión política del Partido Progresista, lo que a la larga le trajo graves consecuencias.

En el mes de octubre su hija Isabel II legitimó su matrimonio clandestino con Fernando Muñoz y a los ocho hijos que tuvo con él. De este modo quedaba resuelto el espinoso tema que a la reina María Cristina había tanto atormentado, pues, tras haber estado once años ocultando su matrimonio, ya podía exhibirse en público con el hombre al que verdaderamente amó durante cuarenta años y al que su hija la reina Isabel II le otorgó el título de duque de Riansares con Grandeza de España, le ascendió a teniente general de los Ejércitos Reales y le condecoró con el Toisón de Oro y con la Gran Cruz de Carlos III.

A su regreso del exilio, la reina María Cristina, que fijó su residencia habitual con su esposo, el duque de Riansares, y sus hijos Muñoz-Borbón, en el palacio de la madrileña calle de las Rejas —próximo al Palacio Real—, ejerció una gran influencia sobre su hija Isabel II, interviniendo directamente en muchos temas políticos durante la Década Moderada (1843-1853), temas que no eran de su competencia sino de su hija, reina constitucional de España. Uno de los asuntos en los que influyó de forma decisiva fue en el desgraciado matrimonio de su hija Isabel II con su primo hermano Francisco de Asís de Borbón, que, de todos los candidatos posibles —y que no fueron vetados por Francia e Inglaterra—, fue el menos adecuado para Isabel II, ni como Reina ni como mujer.

La violencia extrema con que se vivieron las jornadas revolucionarias de julio de 1854 se cebó —además de en los tres ministros moderados más odiados: Sartorius, Esteban Collantes y Doménech, cuyas casas fueron asaltadas, así como la del banquero Salamanca— en María Cristina, a quien los revolucionarios culpaban de la prolongada permanencia en el poder de los moderados, y para hacérselo pagar se expolió e incendió su palacio de las Rejas, teniendo que refugiarse con su familia en el Palacio Real. Finalmente, controlada la situación, su antiguo enemigo, el general Espartero —a quien la reina Isabel II había llamado para contener la revolución— permitió que fuese puesta en la frontera con todas las garantías de seguridad. El día 28 de agosto de 1854, la Reina madre, con su esposo el duque de Riansares, abandonó Madrid con destino a Portugal, quedando anulada su pensión de Reina madre y confiscados todos sus bienes.

María Cristina se volvió a instalar con su familia en Francia y, aunque su hija Isabel II, durante el Gobierno Largo de la Unión Liberal (1858-1863), pidió al general O’Donnell que autorizase la vuelta de la Reina madre a España, el duque de Tetuán se opuso a ello. Quedaba muy lejos la antigua identificación del joven general O’Donnell con la Reina gobernadora, que no volvería ya nunca a España.

En Francia, María Cristina adquirió el castillo de la Malmaison, desde donde se trasladaba frecuentemente a París. En esta ciudad conoció en 1868 la noticia del destronamiento de su hija Isabel II; asistió en el palacio de Castilla al solemne acto de abdicación de la reina Isabel II a favor de su hijo el príncipe Alfonso (25 de junio de 1870), y tuvo la noticia de la restauración de la Monarquía borbónica en la persona de su nieto el rey Alfonso XII (29 de diciembre de 1874).

La reina María Cristina murió el 22 de agosto de 1878 a los setenta y dos años en la ciudad francesa de Sainte- Adresse. Sus restos fueron trasladados a España y, por haber dado descendencia a la Corona, está enterrada en una urna funeraria frente a la del rey Fernando VII en el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. Fuente: R.A.H Trinidad Ortúzar Castañar.

 

 * Fernando Muñoz( FM)

Muñoz y Sánchez, Agustín Fernando. Duque de Riansares (I). Tarancón (Cuenca), 4.V.1808 – Saint-Adresse (Francia), 13.IX.1873. Militar, segundo esposo de la reina gobernadora María Cristina de Borbón Dos Sicilias.

Procedía de una familia sencilla aunque con cierto desahogo económico, pues sus padres Juan Antonio Muñoz y Funes y Eusebia Sánchez y Ortega, que tenían como negocio familiar un estanco en el pueblo conquense de Tarancón. Por línea paterna, Fernando Muñoz era nieto de Eugenia Funes, quien había sido en 1775 nodriza de la infanta Carlota Joaquina, primogénita de los entonces príncipes de Asturias, Carlos y María Luisa de Parma. Según la costumbre impuesta por Carlos III de ennoblecer a las nodrizas de los infantes, así como a sus esposos y descendientes, el 30 de mayo de 1780, se concedió a Eugenia Funes el Privilegio de Hidalguía, lo que le valió al joven Muñoz para llegar a la Corte e ingresar en la Compañía de Guardia de Corps, avalado por el hecho de ser nieto de la nodriza de Carlota Joaquina, que entonces era ya reina de Portugal.

Siendo capitán de la Guardia de Corps, fue destinado a la escolta personal de la reina regente María Cristina de Borbón, quien puso sus ojos en él por su gallardía, afabilidad y juventud —tenía veinticinco años y ella veintisiete—, enamorándose ambos y contrayendo matrimonio morganático y secreto, en el Palacio Real de Madrid, el 28 de diciembre de 1833, tres meses después del fallecimiento del rey Fernando VII. El matrimonio se realizó a las siete de la mañana en el Palacio Real de Madrid y fue oficiado por un amigo de Muñoz, Marcos Aniano González, sacerdote recién ordenado que, tras el matrimonio, se convirtió en el capellán de Palacio. Este matrimonio, que impedía a María Cristina ocupar legítimamente la Regencia y que no tenía validez ni desde el punto de vista canónico ni desde el civil, dadas las condiciones en que se hizo, restó mucha popularidad a la Reina Regente, que sólo podía serlo de su hija Isabel II en tanto era la Reina viuda, según constaba en el testamento del rey Fernando VII. Además, puso en peligro la reputación de la Regente, que se convirtió en el blanco de graves críticas al tener que ocultar a los ojos de la Corte y de toda España sus embarazos y partos, sin lograrlo.

Fernando Muñoz, inalterable consejero privado de María Cristina desde 1834, vivió junto a ella todos los sucesos políticos del país. Cuando la Reina tuvo que renunciar a la Regencia y abandonar España (17 de octubre de 1840), dando paso a la regencia del general Espartero, Muñoz se reunió con ella en Francia, donde el rey Luis Felipe y su esposa la princesa Amalia de Borbón, tía carnal de María Cristina, les dieron hospitalidad. En 1842 adquirieron el castillo-palacio de La Malmaison —a 15 kilómetros de París—, que se convirtió en un foco anti-esparterista, encabezado por el propio Muñoz, y desde el que los moderados se propusieron terminar con la regencia del duque de la Victoria.

Terminada la regencia del general Espartero, quien tuvo que abandonar España el 30 de julio de 1843 y refugiarse en Inglaterra, los moderados, con el general Narváez a la cabeza, llegaron de nuevo al poder siendo proclamada reina efectiva de España, Isabel II, a los trece años, adelantándose cinco años su mayoría de edad. Con los moderados gobernando, la reina María Cristina regresó a España el 23 de marzo de 1844. Volvió sola, pues aunque su deseo hubiese sido hacerlo en compañía de Fernando Muñoz, era necesario antes, obtener de su hija la reina Isabel II, la legitimación de su matrimonio secreto con Muñoz y los ocho hijos habidos con él.

El 23 de junio de 1844, la reina Isabel II concedía a su padrastro Fernando Muñoz el título de duque de Riansares con Grandeza de España de 1.ª Clase. A principios de agosto llegó éste procedente de París, y el 12 de octubre María Cristina y él contrajeron matrimonio en una ceremonia privada, con la sanción real y el consentimiento papal. También esta vez se realizó el casamiento en la capilla del Palacio Real de Madrid, pero el oficiante fue el obispo de Córdoba, Juan José Bonel y Orbe. El flamante duque de Riansares, tras esta ceremonia, fue ascendido por su hijastra la reina Isabel II, a teniente general de los Ejércitos Reales, condecorado con el Toisón de Oro y con la Gran Cruz de Carlos III, y recibió en adelante la asignación económica correspondiente. Además, a partir de la legislatura de 1845-1846 fue nombrado senador vitalicio. Posteriormente el 30 de mayo de 1846, Isabel II le concedió el título de conde de San Agustín.

La numerosa familia de Muñoz, trasladada a la Corte desde que se realizó el casamiento secreto y considerada por la reina María Cristina como si fuese la suya propia, se vio muy favorecida con la legalización del matrimonio. El padre del duque de Riansares, Juan Antonio Muñoz y Funes, fue nombrado el 25 de agosto de 1846 I conde de Retamoso; su tío, Juan Gregorio Muñoz y Funes, fue encargado de Negocios y cónsul general en Caracas desde 1847 hasta 1850, e intervino en el absurdo proyecto del general Juan José Flores —ex presidente de la República de Ecuador—, para instaurar el fallido reinado de Muñoz en Ecuador. Su sobrino, Lino Muñoz, diplomático, aspiró al cargo de secretario de la embajada de Roma.

A su regreso del exilio, el duque de Riansares y la reina María Cristina fijaron su residencia habitual con sus hijos Muñoz-Borbón, en el palacio de las Rejas de Madrid, muy próximo al Palacio Real. Muñoz, dotado de gran habilidad para los negocios, logró hacer una gran fortuna en torno a las empresas promotoras del ferrocarril y, como los sucesivos gobiernos moderados crearon un marco que favoreció sus empresas económicas, se convirtió en un rico miembro de la alta burguesía, como Salamanca, Carriquiri y Heredia.

Durante las violentas jornadas revolucionarias de julio de 1854, el palacio de las Rejas fue asaltado e incendiado, teniendo toda la familia Muñoz-Borbón que refugiarse en el Palacio Real. Del mismo modo fueron asaltadas las casas de los tres ministros moderados más odiados: el conde de San Luis, Esteban Collantes y Doménech, y la del banquero Salamanca. Los revolucionarios los culpaban, como a la reina María Cristina y al duque de Riansares, de la prolongada permanencia en el poder de los moderados y los relacionaban con los escándalos económicos del tema de los ferrocarriles. Finalmente, el 28 de agosto de 1854, la ex Reina Gobernadora con el duque de Riansares y su familia abandonaron Madrid, siendo confiscados todos sus bienes.

Desde 1854 Muñoz volvió a residir con María Cristina y sus hijos en Francia, en su castillo-palacio de La Malmaison, que vendieron en 1861 a Napoleón III, para adquirir una nueva posesión de Saint-Adresse, donde residió hasta su fallecimiento a los sesenta y cinco años, cinco años antes que su esposa María Cristina.

Del matrimonio morganático entre Fernando Muñoz y la reina María Cristina nacieron ocho hijos, a los que su hermanastra Isabel II concedió a cada uno de ellos un título nobiliario. Estos hijos fueron: María Amparo, condesa de Vista Alegre, nacida en 1834; María de los Milagros, marquesa de Castillejo, nacida en 1835; Agustín María, duque de Tarancón, nacido en 1837; Fernando María, vizconde de la Alborada, nacido en 1838 (y que, tras la muerte de su padre y de su hermano Agustín, se convirtió en el II duque de Riansares); María Cristina, marquesa de La Isabela, nacida en 1840; Juan María, conde del Recuerdo, nacido en 1841; Antonio María nacido en 1842 y fallecido al poco tiempo de nacer; y, por último, José María, conde de la Gracia, nacido en 1844. De estos ocho hijos, cinco nacieron en España mientras la reina María Cristina fue regente. Los tres últimos nacieron en París, después de que María Cristina se viese obligada a abandonar la Regencia.

El duque de Riansares fue mecenas de varios artistas de su época, entre ellos de Mariano Fortuny, al que le unía una gran amistad. En Tarancón (Cuenca), su pueblo natal, compró en subasta tras la Desamortización de Mendizábal, tierras situadas en torno a la ermita de la Virgen de Riansares, construyendo un palacio con jardines y un panteón en el que actualmente está enterrado. Además, en el casco antiguo de Tarancón, el duque de Riansares se construyó otro palacio —que fue en el que más habitó—, que actualmente es el edificio consistorial.

En 1847, el rey Luis Felipe de Francia le concedió el título de duque de Montmorot y la Legión de Honor. Fuente: R.A.H Trinidad Ortúzar Castañar.

 

 

*Pio Pita Pizarro. (P.P.P)

Pita Pizarro, Pío. Benavente (Zamora), 5.V.1792 – San Sebastián (Guipúzcoa), 3.IX.1845. Político y ministro.

Su padre se llamó Agustín Pita y Cervantes, siendo el nombre de su madre Antonia Pizarro y Sanz. Emparentó con el conde de Montalbán, a cuya nieta desposó durante su época de residente en la ciudad de Cádiz.

Estudiante de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela cuando estalló la Guerra de la Independencia, se enroló en el famoso Batallón Literario —del que sería abanderado— y tomó parte activa en distintos hechos de armas. Continuó su carrera militar hasta alcanzar el grado de coronel, desempeñando los cargos de secretario de la Capitanía General de Castilla la Nueva en 1822 y oficial de la Sección de Guerra en 1823, pero finalmente sustituyó la milicia por la actividad política, que desarrolló en las filas del liberalismo progresista. La represión fernandina le alcanzó de lleno en la ciudad de Cádiz, donde fue arrestado, y supuso un largo cautiverio en la cárcel de Granada, que no acabó sino tras la amnistía decretada en 1832.

Con la muerte de Fernando VII llegó la época de su promoción política. Tras ocupar el cargo de subsecretario de la Delegación de Fomento en Zaragoza (1833), Logroño (1834), La Coruña (1835) y Barcelona (1836), fue nombrado gobernador civil de Madrid en septiembre de 1836, presidiendo la Diputación Provincial madrileña entre esa fecha y marzo del año siguiente. Accedió entonces, ese mismo mes de marzo, a la cartera de Gobernación, firmando como titular de ese Ministerio la Constitución de 1837.

Sólo cinco meses más tarde, el 28 de agosto, recibía su primer nombramiento como ministro de Hacienda, cargo al que volvería a ejercer con Pérez de Castro en 1839, cuando también asumió la cartera de Gobernación, y una vez más en septiembre de ese año. Desde allí impulsaría la desamortización llamada de Mendizábal, que también él concebía como un medio de allegar recursos a las arcas del Estado, y haría aprobar el decreto que prorrogaba los presupuestos correspondientes al año 1838.

Bien conocido por sus actividades al frente del espionaje, destaca en su currículo la operación encargada al conspirador Eugenio de Avinareta en 1839 que ascendió a 77.554 reales en diez meses y facilitó sobremanera la firma del Convenio de Vergara que puso fin a la Guerra Carlista.

Fue diputado electo por la provincia de Zamora en las elecciones que convocó José María Calatrava el 2 de octubre de 1836, pese a que también salió elegido por las provincias de Pontevedra y La Coruña.

Ocupó cargo de senador por la provincia de Pontevedra entre 1837 y 1839. De nuevo salió elegido por Zamora y Pontevedra en los comicios celebrados el 1 de febrero de 1841, optando una vez más por la representación zamorana. Dos años más tarde, las cosas serían diferentes. Para empezar, hubo discusión en torno al acta de Benavente, que la Junta del escrutinio se negó a considerar válida, aunque finalmente la Comisión del Congreso decidió computar los votos de ese distrito. No sirvió de nada, ya que, elegido también por Lugo y Pontevedra, decidió representar a esta última provincia tanto en la legislatura que va del 3 de abril al 20 de mayo como en la inaugurada tras las elecciones celebradas el 15 de septiembre de ese mismo año. En su lugar, representarán a Zamora José María Campana y Ramón González respectivamente.

Tomaría parte muy activa en la proclamación de la mayoría de edad de Isabel II.

Condecorado con las Grandes Cruces de Isabel la Católica y Carlos III, mientras su esposa recibía la Banda de Damas Nobles, rehusó el título de marqués de Vergara que le fue ofrecido por su contribución al Convenio del mismo nombre.

Desplegó una muy intensa aunque desigual actividad parlamentaria, combinando años en los que — caso de la legislatura correspondiente a 1842— apenas si formó parte de dos comisiones, y una de ellas tan poco laboriosa como es la organizada para felicitar a Su Majestad, con otros en los que pronunció más de una decena de discursos y participó en un número similar de comisiones. Mostró especial interés —como no podía ser de otra forma— por las cuestiones de naturaleza económica y de manera específica lo relativo a contribuciones, presupuestos y temas hacendísticos, a los que dedicó buena parte de su esfuerzo como miembro de comisiones parlamentarias —destacando en este sentido su pertenencia a la de Presupuestos, que además presidió, en varias ocasiones— y también como orador. En esta última faceta cabe reseñar sus intervenciones con motivo de la presentación y discusión de los Presupuestos para 1843, al debatirse la organización de las diversas dependencias de la deuda pública durante la legislatura de 1841- 1842 y cuando de la emisión de billetes del tesoro se trató. Otras veces el objeto de la discusión parlamentaria era él mismo, tal como ocurrió cuando en julio de 1837 el Congreso hubo de entender en la solicitud presentada por el Ayuntamiento madrileño pidiendo responsabilidades al ministro de Gobernación o cuando dos meses más tarde se le plantea un voto de censura que el diputado Vázquez de Parga argumenta con referencias a su actuación ministerial recordando entre otras cosas “la declaración de una bancarrota la más escandalosa, el pedir el voto de confianza más amplio que nunca pidió Ministro, el lanzamiento de una tea encendida en nuestras posesiones de Ultramar, el alarmar a la Nación y el arruinar nuestro crédito”; pero sin ocultar en ningún momento la previa desconfianza que ya le había producido su nombramiento, el hecho para ser más exactos de que aceptara tamaño encargo siendo una persona que —dice— “tenía pendientes tres acusaciones por casos de responsabilidad [...] , había dicho pocas horas antes de ser nombrado ministro que no entendía una palabra de hacienda y [...] sabía que no encontraba simpatías en la mayoría del Congreso”. El asunto se zanjó en una apretada votación nominal, celebrada el 20 de septiembre, que terminó desestimando la proposición por cincuenta y siete votos frente a cincuenta y cinco.

Aquejado de gota, murió en San Sebastián, donde había ido buscando alivio para su dolencia. Fuente: R.A.H María Concepción Marcos del Olmo.

 

* Luis González Bravo

González Brabo López de Arjona, Luis. Ibrahim Clarete. Cádiz, 8.VII.1811 – Biarritz (Francia), 1.IX.1871. Político y periodista, presidente del Consejo de Ministros.

Hijo de Manuel González Brabo, que había sido subsecretario de la Secretaría del Despacho de Hacienda, y de María Antonia López de Arjona, hidalga granadina, Luis González Brabo nació en el turbulento Cádiz de la Guerra de la Independencia, al haberse trasladado su familia a esa ciudad andaluza tras la llegada de los invasores franceses. Allí residió hasta que en 1824 toda la familia se trasladó a Madrid. Ya desde estos años, siendo apenas un adolescente, comenzó a demostrar su adhesión a las ideas liberales más radicales. Para alejarle de malas compañías, su padre decidió enviarle a estudiar Jurisprudencia a la Universidad de Alcalá de Henares. A pesar de culminar sus estudios, jamás llegó a ejercer la profesión de abogado puesto que prefirió centrar sus esfuerzos en el ámbito político y periodístico.

En efecto, desde mediados de la década de 1830, comenzó a publicar diversos artículos en El Español,caracterizados por su mordacidad y dureza, estilo que se alejaba bastante de la línea editorial de este periódico, por lo que en 1839 decidió fundar su propio periódico, El Guirigay, publicación satírica donde publicaba sus hirientes comentarios, no todos verdaderos. Nada ni nadie se libraba de las famosas “cencerradas” de Ibrahim Clarete, seudónimo bajo el cual emprendió una campaña infamante contra los moderados, centrando sus ataques en la Reina Regente, a la que llegaría a llamar “ilustre prostituta”, lo que motivó el cierre de su periódico el 7 de julio de ese mismo año. Muy adicto en un principio a la causa de Espartero, participó como capitán del 8.º batallón de la milicia nacional en el pronunciamiento de septiembre de 1840, que supuso el cambio de regencia. Este cambio en las riendas del poder le permitió sentarse en el Congreso como diputado por la provincia de Jaén en la legislatura 1841. Sin embargo, una vez sentado en su escaño, intrigó continuamente en contra de los progresistas, especialmente en contra de Espartero. Si audaz e incisiva era su pluma, su lengua no se quedaba atrás, como demostró en numerosas ocasiones en el Congreso. Una de sus más destacadas intervenciones como orador fue su condena contra el levantamiento moderado encabezado por los generales De la Concha y Diego de León, aunque su discrepancia con lo que formalmente supuso dicha acción, no le impidió escribir la defensa de los mismos, a pesar de que ésta fuera pronunciada por Roncali, implorando su perdón, aunque no logró obtenerlo.

En 1843 participó en la coalición formada por moderados y progresistas que tenía por objetivo derrocar a Espartero, siendo un hombre muy cercano a los promotores del alzamiento en contra del regente, especialmente a Joaquín María López. Por ello, no es de extrañar que el Gobierno provisional le nombrase para distinguidos cargos, como el de vocal de la recién creada Comisión de Códigos (19 de agosto de 1843), asignándole a la sección reunida de procedimientos. Nuevamente diputado por Jaén en la legislatura de 1843 (tercera), formó un grupo parlamentario conocido como la “Joven España”, que sirvió a los moderados para arrinconar paulatinamente a los progresistas y expulsarles de los círculos de poder. De esta forma, cuando Olózaga fue acusado de obligar a la Reina a firmar el decreto de disolución de las Cortes, González Brabo le atacó duramente y, como notario mayor del reino que era, al haber asumido interinamente el Ministerio de Gracia y Justicia, el 1 de diciembre de 1843, leyó la famosa acta de acusación contra el mismo, sustituyéndole al frente de la presidencia del Consejo de Ministros, a la vez que asumía el Ministerio de Estado. El corto gobierno de González Brabo, que finalizó el 3 de mayo de 1843, fue un gobierno transitorio, encargado de tomar las más drásticas e impopulares decisiones como, por ejemplo, la disolución de la Milicia Nacional, la persecución y encarcelamiento de todo tipo de progresistas por el mero hecho de serlo, incluyendo a sus propios compañeros de la Comisión de Códigos Pascual Madoz y Manuel Cortina, la implantación de la censura en la prensa... Incluso, llegó a solicitar el regreso de la Reina madre, a la que tan duramente había criticado y a cuya caída tanto había contribuido. Sus tiránicas medidas le obligaron a presentar su dimisión, pero el objetivo se había cumplido. Narváez llegaba al poder tras haber hecho desaparecer del plano político a los progresistas pero sin llegar a manchar sus manos con su sangre. Todo se lo debía a un González Brabo no del todo consciente de que había sido utilizado para hacer el trabajo sucio. Sin embargo, Narváez sabía lo poderosa que podía ser la pluma de González Brabo y de su talento para la intriga política. Quería tenerle contento pero lejos, por lo que en la primavera de 1844 decidió enviarle a Lisboa como ministro plenipotenciario, a pesar de su nueva elección como diputado por Jaén (legislaturas 1844-1845 y 1846-1847), otorgándole a la vez la Gran Cruz de Carlos III por sus valiosos servicios (13 de diciembre de 1844).

En la capital portuguesa permaneció hasta 1847. El 5 de abril de ese año fue nombrado consejero real ordinario, aunque este trabajo, excesivamente burocrático, no satisfizo demasiado al inquieto González Brabo, que el 22 de junio siguiente presentó su dimisión. Tras pasar una temporada en Francia en 1848, regresó a sus actividades periodísticas, colaborando con El Faro (Madrid, 1847-1852), pero viéndose marginado de las altas esferas políticas. En enero de 1850 tuvo lugar su famoso duelo con Antonio de los Ríos Rosas, como consecuencia de un enfrentamiento dialéctico en el debate de la Ley de Presupuestos. La puntería de Ríos Rosas estuvo cerca de costarle la vida a González Brabo, aunque una vez repuesto, sorprendentemente ambos se convirtieron en grandes amigos. Nuevamente elegido diputado por la circunscripción de Úbeda, provincia de Jaén, en las legislaturas de 1851-1852 y de 1853, pero cansado de su marginación política, en la primavera de 1851 solicitó su nombramiento como embajador ante el rey de las Dos Sicilias, lo que obtuvo del ministro de Estado, Beltrán de Lis, aunque al ser éste sustituido por Miraflores, conocido enemigo de González Brabo, prefirió presentar su dimisión antes de que su nombramiento fuese anulado. Nuevamente volcado en su faceta periodística, también en esta época participó activamente en ciertas corporaciones destacadas, como el Ateneo de Madrid, del que fue socio toda su vida, impartiendo la cátedra de Historia, Origen y Progresos de los Gobiernos Representativos en 1852 y a finales de 1853 fundó, junto a Cánovas del Castillo, el diario nocturno El Murciélago.

Al comenzar la Revolución de 1854 temió por su vida, pero lamentablemente no disponía de demasiado dinero para partir al exilio, por lo que solicitó a su amigo Joaquín Francisco Pacheco, recientemente designado ministro de Estado, que se le nombrase ministro plenipotenciario en Viena, lo que a pesar de la oposición de Espartero logró Pacheco gracias a la intermediación de O’Donnell el 23 de agosto de 1854. Cuando a finales de noviembre, Pacheco fue sustituido por Claudio Antón de Luzuriaga, el cual había sido ministro de Gracia y Justicia con Olózaga, González Bravo presentó su dimisión y partió hacia Biarritz, donde permaneció hasta el final del bienio progresista. En el otoño de 1856, con Narváez a la cabeza del Consejo de Ministros, solicitó y obtuvo su nombramiento como embajador en Londres (11 de septiembre de 1856), experiencia que le entusiasmó al entrar en contacto con la más pura doctrina liberal. Regresó al año siguiente, siendo nombrado Medalla n.º 27 de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (29 de septiembre de 1857). Desde ese momento, participó activamente en la vida parlamentaria como diputado por la circunscripción de Úbeda (legislatura de 1857); de Valdemoro (Madrid) (legislaturas de 1858-1860 y 1864-1865); de Almagro (Ciudad Real) (legislatura de 1863-1864); y de Cádiz (legislatura de 1867), consolidando en estos años su fama como orador audaz que hasta sus enemigos le reconocían. Tanto es así que a nadie le sorprendió cuando el 1 de marzo de 1863 fue recibido en la Real Academia Española, ocupando el sillón correspondiente a la letra C.

Narváez volvió a recurrir a él en los últimos años del reinado de Isabel II, nombrándole ministro de Gobernación y encargándole de forma interina los ministerios de Marina y Estado durante algunos días cuando formó gobierno el 16 de septiembre de 1864. Precisamente en este mandato tuvieron lugar los trágicos sucesos que se conocieron como la noche de San Daniel, acaecidos el 10 de abril de 1865, siendo González Brabo el responsable de la brutal represión de una manifestación estudiantil opuesta a las medidas que el Gobierno había tomado contra Emilio Castelar por haber publicado el famoso artículo titulado “El rasgo” y contra el mismo rector de la Universidad Central, Juan Manuel Montalbán, que había sido depuesto por negarse a cesar al anterior en su cátedra. Este suceso contribuyó a la caída de este Gabinete, siendo sustituido por otro encabezado por O’Donnell, que al año siguiente dimitió, tras el enfrentamiento entre Isabel II y el conde de Lucena por considerar la Reina que la sublevación de sargentos de San Gil, acaecida el 22 de junio de 1866, no se había reprimido con la dureza necesaria. Narváez volvió a encabezar el Gobierno el 10 de julio de 1866, eligiendo otra vez como ministro de Gobernación a González Brabo, el cual asumió la presidencia del Consejo de Ministros a la muerte de Narváez el 23 de abril de 1868. González Brabo adoptó unas medidas excesivamente duras que lograron que se ganara la enemistad de todos y cada uno de los sectores de la sociedad, incluidos los militares, lo que precipitó no sólo su caída, sino también la de la Reina. Esta vez, muertos O’Donnell y Narváez, no existía una alternativa que permitiese reconducir la situación, por lo que en septiembre de 1868 estalló la llamada Revolución Gloriosa.

Al partir hacia el exilio, decidió instalarse en Biarritz y así seguir de cerca los acontecimientos que se sucedían en su país. Paulatinamente, fue radicalizando su postura como reacción al cambio político que se estaba experimentando en España. Él, que se sentía profundamente patriota, quería una España liberal, no democrática, y pensó que ese proyecto era más realizable desde las filas del conservadurismo más radical, por lo que a principios de enero de 1871 se declaró carlista. A lo largo de ese año, la salud de González Brabo se fue debilitando, falleciendo en Biarritz el 1 de septiembre de 1871, en una situación bastante precaria. Ciertamente, a pesar de que había dedicado toda su vida a la política, jamás se había lucrado con ella, por lo que no pudo dejar nada a sus dos hijas, habidas del matrimonio con una hermana del actor Julián Romea. Así murió el “hombre de las apostasías”, como le denominaría el periodista Juan Martínez Villergas. Fuente:R.A.H Blanca Sáenz de Santamaría y Gómez-Mampaso.

 

*Arizaga García, José Manuel de

Personalidad de origen vasco (Soraluze-Placencia de las Armas) nacida en Osuna (Sevilla). Consejero del Supremo de Guerra y auditor general del ejército carlista. En 1840 publica una Memoria militar y política sobre la guerra de Navarra; los fusilamientos de Estella y principales acontecimientos que determinaron el fin de la causa de D. Carlos Isidro de Borbón, y en 1842 un Suplemento a dicha memoria. Fuente: Enciclopedia Auñamendia

 

 

* Luis López de la Torre Ayllón o (Aillon)

De padre español y madre alemana, inició en 1817 la carrera diplomática, a la que también pertenecía su padre, como traductor de la legación de España en Suiza. En 1823 pasó a ocupar la secretaría de dicha legación. Pasó luego por las legaciones de Turín, Viena, Nápoles y Berlín hasta llegar en 1833 a ocupar la secretaría de la embajada española en París. Ministro plenipotenciario posteriormente en Berna, Lisboa y Viena a la vez que ocupaba algunos cargos en la secretaría de Estado y escaño de senador vitalicio de 1851 1 1868.1 En 1868, al estallar la revolución de septiembre, acababa de ser nombrado embajador español ante la Santa Sede por la reina Isabel II, cargo que no llegó a ocupar y, en su lugar, se retiró a Suiza primero y a Madrid finalmente, donde falleció. Fuente: Enciclopedia Auñamendi.

 

*Nota del marqués de Miraflores relativa a Aviraneta y la guerra civil, extractada de sus memorias: “..existió en la frontera muchos meses un agente  del gobierno español, llamado Don Eugenio Aviraneta, cuya travesura fue de alta utilidad a la causa a favor de cuyos intereses trabajaba.

Este agente celebre en la historia de nuestras agitaciones políticas desde 1833, se había constituido en Bayona y tomado sobre sí fomentar con habilidad estrema las disensiones en el campo carlista, aprovechando ser natural del país y sus relaciones. La memoria que este agente presentó al gobierno de S.M con fecha 13 de Noviembre de 1839, es uno de los documentos curiosos de la época, y un curso completo del arte de conspirar. Aviraneta, por medio de ardides escitó y acaloró pasiones que pudieron contribuir grandemente a disolver la causa carlista. En un mismo día hacía temer a Don Carlos la que llamaba traición de Maroto, y Maroto el veneno y puñal de los apostólicos. A la vez escitaba a los apostólicos desterrados por Maroto contra aquel jefe, como le hacía a él temer lo que los apostólicos fraguaban contra su enemigo. Legitimista francés para don Carlos, le hacía singular confianza de una conspiración secrete de Madrid en comunicación de otra que decía existir en Azpeitia, a cuya cabeza se hallaba Maroto, y ni la sociedad de Madrid ni la de Azpeitia  existian mas que en la cabeza de Aviraneta, el cual había fingido signos, esferas, sellos, triángulos que había hecho llegar con destreza ingeniosa a poder de Don Carlos por el intermedio de Marco del Pont, enagenado de gozo de llegar a su rey tan preciosos descubrimientos. Aviraneta otras veces, en vez de legitimista francés aparecía solo vizcaino, esparcía proclamas en vascuence que debieron contribuir a escitar los deseos de paz, y otras conspirador activo y diestro, atizaba la revolución en los momentos decisivos en la linea de Andoain, ejerciendo su influencia hasta sobre los batallones insurrecciónales…”

 

*”…Mucho se ha dicho estos días acerca de la misión del señor Aviraneta, suponiendo cada partido lo que mejor le parecería para desacreditar al contrario. Lo que de cierto hay en este asunto es lo siguiente. Creyó el gobierno que la persona del señor Aviraneta era muy a propósito para desempeñar cierta comisión en el extranjero, y al efecto le llamo y dio las oportunas instrucciones, expidiéndole pasaporte el señor jefe político de esta provincia. Provisto de estos requisitos y de algunas ordenes para nuestros cónsules en el país a que se dirigía salio de la corte; pero algunos sujetos por oficiosidad o mala intención escribieron al duque de la Victoria que Aviraneta pasaba al cuartel general a  introducir la discordia en nuestras filas. El señor duque, con estas noticias, tomo las disposiciones oportunas a fin de apoderarse de Aviraneta, cosa que se logro fácilmente como que viajaba con su propio nombre y en la diligencia: de-tenido en Zaragoza, le tomo declaración aquel jefe político y en vista de que llevaba pasaporte en regla e iba encargado de una importante comisión, solo le ocurrió la duda de si serian verdaderos los documentos presentados por Aviraneta. Para cerciorarse de ello consulto al gobierno y detuvo entre tanto a aquel, pero es de suponer haya continuado su viaje tan luego como el jefe político haya recibido contestación a su consulta…”Fuente: B.N El Castellano.

 

 

                              

 

 

 

 

 

Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Román Garrido Yerobi