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Soldados españoles en Cuba, con el típico uniforme de rayadillo en 1898
El último acto de la tragedia española en Cuba comenzó a finales de 1897, cuando el gobierno provisional de Azcárraga que se había encargado del poder tras la muerte de Canovas del Castillo, cedió el paso a los liberales, encabezados por Práxedes Mateo Sagasta. El primer reto para el nuevo gabinete fue la amenazadora nota enviada al Gobierno español por el presidente norteamericano Mckinley, en la que amenazaba con el reconocimiento de los insurrectos si España no pacificaba Cuba. Ofrecía además su ayuda para alcanzar un acuerdo con los independentistas y pedía a España medidas eficaces para que la mediación norteamericana pudiera realizar con justicia y dignidad y que se hallase una solución perdurable y beneficiosa tanto para Cuba como para España y justa para Estados Unidos.
Sagasta satisfizo inmediatamente buena parte de las demandas de Mckinley, pues los liberales eran contrarios a la política del general Weyler en la Capitanía General de Cuba y lo reemplazaron por un militar contemoporizador, dócil y blando, un vulgar oficinista, que trajo el caos al ejército español en Cuba. Un militar que no supo enfrentarse a los rebeldes y acabar con la insurrección de una vez por todas. Una de las tácticas utilizadas por Weyler, fueron los campos de concentración, palabra inventada por los españoles, ya que se dispersaba a la población en las zonas rurales internándola en campos custodiados por el ejército, de esta manera se privaba a los rebeldes de establecer posibles contactos de abastecimiento en los pueblos bajo su control. España tenia un ejército de más de 200.000 hombres en Cuba, naturalmente gran parte estaba debilitado por las enfermedades, y la otra parte siguiendo la majestuosa estrategia de los militares liberales, se quedaba en sus acuartelamientos. Ramón Blanco y Erenas, concedió la amnistía a los sublevados de Cuba y Filipinas, que entregaron las armas, finalmente, el 26 de noviembre se aprobaron las Constituciones que regirían Cuba y Puerto Rico, en las que España se reserva únicamente la representación exterior y la defensa. Estados Unidos aceptó las medidas del Gobierno de Madrid, pese a la oposición de los independentistas tanto quienes se acogieron a la amnistía como contra la autonomía aprobada por Madrid. Esta entró en vigor en Cuba el primero de enero de 1898 con el nombre de Consejo de Secretarios, bajo la Presidencia de José Maria Gálvez. No satisfacía a nadie; no era más que otra patraña política de los liberales, que ya no sabían que hacer para estabilizar la situación en la “Joya de la Corona” española en el Caribe. Así llaman los españoles a Cuba. Pero aquel Gobierno había llegado con unos años de retraso. No satisfacía a nadie: ni a los más conservadores, defensores de la hispanidad de la isla, ni a los militares más beligerantes, ni a los mambises que ya sólo aceptaban una solución independentista. La indisciplina de un grupo de oficiales, o quizá el patriotismo exaltado que llevó a diversos oficiales a asaltar las redacciones de varios periódicos sirvió de pretexto para que los intervencionistas norteamericanos creasen una atmósfera ficticia de inseguridad en la capital cubana y Washington se quitó la presión de su opinión pública enviando a la Habana a su acorazado Maine, que serviría de garantía a los norteamericanos de Cuba con el pretexto de una amistosa visita. A la muy delicada situación se unió en el mes de febrero la carta que el embajador español en Washington, Dupuy de Lôme , escribió al diputado José Canalejas injuriando al Presidente Mckinley. Imprudentemente la confirió al correo normal y alguien la interceptó entregándola al diario de Journal, que la publico el 9 de febrero. Aquello hizo dimitir al embajador. Se pidieron a España las correspondientes disculpas, y el 15 de febrero, cuando todo parecía volver a su cauce, el Maine salto por los aires. Mientras se formaban comisiones investigadoras y se averiguaban las causas del siniestro, Washington planteó la alternativa de que España le vendiera Cuba o intervendría militarmente.
Mapa del Imperialismo norteamericano a finales del siglo XIX
Madrid, rechazó la venta y Washington se decidió por declararnos la guerra: El Congreso voto un presupuesto de 50 millones de dólares para acoger armas y adiestrar a sus hombres: días después, su misión investigadora concluyó que el Maine había sido hundido por una mina y acusaba a España de su colocación. Gran error ya que investigaciones posteriores han matizado que la explosión fue interna, debido a una combustión en la sala de calderas. Consecuencia de ese veredicto fue que el 23 de marzo el embajador norteamericano en Madrid, Woodford, plantease a Pió Gullón, ministro de Ultramar, un ultimátum: España debía pacificar Cuba inmediatamente; de lo contrario el Presidente Mckinley consultaría al Congreso acerca de la adopción de acciones concretas sobre el asunto. Como la única purificación posible en aquellas circunstancias hubiera sido el abandono de Cuba, Sagasta sintió que aquella era una amenaza inmediata de guerra. El Gobierno trato de encontrar mediaciones que intentaran un acuerdo con Washington, pero el peso español en el mundo era muy escaso y sus relaciones internacionales muy descuidadas. Al tiempo de beligerancia norteamericana y en España la temeridad de muchos militaristas bravucones, periodistas exaltados y estrategas de café abogaban, también por la guerra, maniatando al Gobierno.
El 18 de abril Senado y Congreso norteamericanos aprobaron una resolución según la cual Cuba es y debe ser libre e independiente; a la vez proclamaba que Estados Unidos tendría el deber de exigir a España la inmediata renuncia a su gobierno en Cuba y la retirada de sus fuerzas terrestres y navales de las tierras y mares de la isla. Era una declaración de beligerancia en toda regla. Sagasta presentó la situación a la Reina Regente, que le confirmó en el cargo: tenía la autorización para declarar la guerra, lo que sucedió fatalmente al anochecer del 23 de abril, aunque según la documentación norteamericana, la contienda ya habría comenzado el día 21. Tres meses después, hundidas las escuadras españolas del Pacífico y del Atlántico y aisladas las fuerzas coloniales, España aceptaba su derrota. Era el final del imperio que habría durado cuatro siglos. El recuerdo del desastre de 1898.
UNA DERROTA ANUNCIADA
Victoria imposible es la expresión que resumiría el estudio de factores que cualquier político o militar haría sobre la situación española cuando el conflicto con Estados Unidos se acercaba a pasos agigantados. Síntesis de factores que se concretaba en: impotencia política y militar para, después de tres años de guerra, resolver la cuestión cubana, con el consiguiente desgaste, falta de apoyos de las grandes potencias para disuadir la intervención norteamericana, consecuencia de la imprevisión de la política exterior de España; y, sobre todo la enorme superioridad de EEUU, potencia emergente que buscaba ocupar un lugar que le correspondía en la historia, con un potencial demográfico, económico, industrial y naval que minimizaba al español. Estaban empeñados en Cuba 216.000 soldados peninsulares y 32.000 en Filipinas. Era el mayor esfuerzo bélico, desde la época de Napoleón, que una potencia europea efectuaba, más allá de sus fronteras en este caso a miles de kilómetros de la metrópoli. España tenía destacados cerca de 250.000 soldados en las colonias, y para ese año el ministerio de la guerra quería aumentar a 60.000 el número de soldados destacados en Filipinas. aumentando así a 310.000 los soldados españoles sirviendo fuera de la metrópoli. El desgaste, pese a que los gobiernos afirmaban que se mantenía un presupuesto de paz, era importante y la guerra parecía que no iba a acabar. La política norteamericana se había hecho más exigente con España, desde la toma de posesión del Presidente Mckinley en marzo. La aceptación para las Cámaras para la propuesta de Morgan, el 20 de mayo, que reconocía a los insurrectos el derecho de beligerancia, era un síntoma. El mensaje que el nuevo embajador Woodford comunicó al ministro de Estado, durante la entrevista que mantuvieron a su llegada a España en septiembre: la guerra debía de terminar antes del 1 de noviembre o en caso contrario intervendrían los EEUU. Antes había pasado por París y Londres donde, previsiblemente, confirmaría que España estaba sola ante la crisis, como más tarde demostrarían los acontecimientos. La advertencia lo daría en persona el propio Mckinley, en su discurso anual al Congreso el 6 de diciembre. Pues, aunque reconocía que el nuevo Gobierno español --constituido tras el asesinato de Cánovas -- se había comprometido en reformas, clemencia y autonomía anunciaban los blandos liberales y masones que gobernaban la España de entonces. Destruyendo en sus inexpertas y corruptas manos todo aquello que durante tantos siglos de sangre y sudor costo a los valerosos españoles el forjar un imperio. Descubrir, colonizar, conquistar y cristianizar en nombre de Dios y del Rey.
Mapa de las operaciones militares en Cuba 1898
Como mencionaba anteriormente, el Gobierno de los masones que gobernaba España en 1898, anunciaba que, si no se alcanzaba un paz justa, la exigencia de una acción posterior por parte de EEUU permanecería. Al comienzo de 1898, muchos aseguraban en España que los norteamericanos no entendían del arte de la guerra, que su ejército solo sabía combatir contra los indios y, si llegaba al conflicto apenas serían capaces de maniobrar su flota. Sólo unos pocos eran conscientes de la realidad del problema, como ya anticipaba, en marzo de 1896, el almirante Cervera: “El conflicto con los EEUU parece conjurado ó al menos aplazado, pero puede resucitar cuando menos, y cada día me confirmo más en que sería una gran calamidad nacional“. Cervera, fue tachado por unos de cobarde y derrotista y por otros de héroe. Al enfrentarse con una flota, como la del Atlántico, a una escuadra muy superior en buques y en armamento como la norteamericana. Más que una heroicidad, fue una locura militar, un suicidio a toda regla. Como no tenemos apenas escuadra, a donde vaya ha de ir toda, porque fraccionarla sería en mi juicio el mayor de los disparates, pero lo segundo sea quizá enviarla a las Antillas; dejando indefensas nuestras costas y el Archipiélago filipino. Los hechos dejarían cortas las previsiones del almirante. España no preveía la evolución del mundo en aquel fin de siglo. Por una parte, se estaba imponiendo una redistribución colonial entre las grandes potencias industriales, que eran capaces de mantener armadas potentes flotas más allá de sus fronteras naturales; y EEUU quería imponer su propio imperio colonial a costa de las posesiones de España. Los norteamericanos emergían imparables como nación poderosa, deseosa de ocupar su lugar en la historia. En este marco general, dado el previsible teatro de operaciones, la guerra habría de decidirse en batallas navales. La victoria se incluiría hacia quien mejor hubiese planificado su estrategia y política navales. La doctrina Monroe de América para los americanos, vigente en el pensamiento estadounidense desde el primer cuarto del siglo XIX, pasó a manifestarse de forma activa, en los años 1895-1896, durante el contencioso planteado entre Venezuela y Gran Bretaña por una cuestión de límites de la Guayana británica. La firme intervención del Presidente Cleveland, apoyado por el Senado y el Congreso norteamericanos, obligó al Gobierno de Londres a aceptar una comisión de arbitraje en el pleito. España no tomó nota que la primera potencia naval mundial había rehusado la confrontación, lo que indicaba que algo estaba cambiando en América y en el mundo
Soldados norteamericanos en Cuba 1898
EL DESTINO DE LOS ESTADOS UNIDOS
La clave del cambio, por parte de Estados Unidos, era el convencimiento de su necesaria expansión internacional, consciente de su destino manifiesto tal y como expuso John Fiske, en 1895, en su obra Manifest Destinity. El destino de EEUU estaba más allá de los mares, como escribiría cinco años más tarde Maham en The Influence of Sea Power Upon History: Detenidos en el sur por los derechos de una raza tolerante ajena a nosotros, y en el norte por un grupo de Estados con tradiciones similares a las de nuestros hombres, cuya libertad para elegir su propia asociación respetamos, hemos llegado al mar, durante nuestra infancia sólo hemos desplazado nuestras fronteras hasta el Golfo de México. Hoy en día, la madurez nos mira en el Pacífico. ¿Tenemos derecho o no a pregonar el progreso en cualquier dirección ? Norteamérica miraba al Pacífico y en él estaban, como dominios de una potencia menor, una serie de islas españolas, entre ellas las Filipinas, un trampolín para el comercio con Asia. Por ello, el propio Mahan precisaba que el correcto uso y control del mar no es más que un eslabón en la cadena de intercambio mediante la cual se acumula riqueza; pero es el eslabón central que se engarza con la contribución de otras naciones en provecho de aquella que la sujeta y que, según la historia parece querer confirmar, que es, con toda seguridad, lo que más riquezas consigue. Mahan, Capitán de navío, que fue nombrado director del Naval War College en Newport en 1866, creó las bases de la estrategia naval de Estados Unidos a finales del siglo XIX. Estableció que el objetivo en el mar debía ser la destrucción de la fuerza enemiga en una batalla decisiva; es lo que sucedió con las escuadras españolas, en 1898, en Cuba y Filipinas. Al servició de esa estrategia se planteó la política de la Big Navy para, aprovechando el desarrollo industrial estadounidense, construir una moderna y poderosa escuadra a partir de 1888. La protección y potencia artillera de los buques que la integraban la convirtieron en una de las primeras del planeta, apenas en diez años. Lo hicieron posible la firme resolución del Gobierno, una política presupuestaria adecuada, una administración ágil y un anticipado plan de campaña.
POBRE Y MAL ORGANIZADA
Todo lo contrario sucedió en España. No hubo una política naval firme por parte de los gobiernos, ni constancia en política presupuestaria, ni diligencia administrativa para gestionarlos, ni se acertó en la elección del tipo de buque adecuado para enfrentarse a la potencia americana. El plan español optó por un mayor número de buques de pequeño tonelaje, con tubos lanzatorpedos, que por cruceros acorazados. El plan de la Escuadra sufrió constantes demoras que retrasaron la puesta en servicio de las unidades. De tal manera que, cuando llegó la guerra, la flota no estaba preparada. El presupuesto de Marina, que en 1895-96 fue de 24.505.763 pts. se redujo en los dos ejercicios siguientes y pasó respectivamente a 23.603.763 y 23.373.696 de pesetas. Durante el mismo período, 1896 y 1897, las partidas presupuestarias en los Estados Unidos ascendieron a 146.555.810 pesetas y 171.079.680 pesetas: 6,76 veces superior. Tampoco existía una industria superior y suficiente para apoyar un programa de construcción naval, que pudiese superar en breve tiempo el precario estado de la flota en la década de los noventa; consecuencia de una política que no se había preocupado a lo largo de todo el siglo de la creación y mantenimiento de una fuerza naval que defendiese los intereses nacionales. Como afirma Cerezo, junto a la inoperancia del sujeto Estatal para defender su función política naval, poco pueden hacer los refuerzos realizados por el órgano armado, es decir por sus desorientados representantes, ante la innecesidad que de él parece sentir la política nacional; discontinua y cambiante, merced a los frecuentes relevos ministeriales. Porque si lo político no dice que qué quiere obtener de la Armada, difícilmente podrá ésta determinar correctamente el cómo y con qué ha de prestar los servicios de que ella requieren. No es posible, sin una política definida, establecer una estrategia operativa adecuada en caso de enfrentarse armado. La política española no parecía tener en cuenta por dónde iba el pensamiento estratégico naval del momento. Según Fernando Bordejé, que analiza conjuntamente la teoría de Mahan y la de Philip Colombs fundador de una escuela de pensamiento naval típicamente inglesa--, ambos coincidían en que el fin único de toda fuerza naval era alcanzar el dominio del mar, pues de él se derivaría el dominio de las comunicaciones y que sólo la batalla decisiva otorgaba al vencedor aquel dominio, denegándoselo al adversario. El resultado de la guerra hispano-norteamericana, según la doctrina anterior, se resolvería en el mar. Si España perdía la Escuadra, sería muy difícil romper el bloqueo con la frecuencia necesaria para mantener el apoyo de sus integrantes. Por desgracia, la pérdida de la flota se presumía con sólo comparar los efectivos entre los dos contendientes.
Plano de la Batalla Naval de Santiago de Cuba
SEGURIDAD ABRUMADORA
Los analistas hacen diversas valoraciones sobre la relación de fuerzas entre ambas escuadras. Algunos se limitan a comparar simplemente el número de buques, clase y protección; otros añaden, a lo anterior, el grado de eficiencia y eficacia militar y la potencia de fuego. Todos ellos coinciden en la supremacía naval norteamericana. Para Cerezo, utiliza el segundo sistema --, que compara sólo los buques que contaban ambas naciones al comienzo de la guerra, la relación de potencia global artillera entre ambas fuerzas navales resultaba favorable a los estadounidenses en un 5 a 1. Si se suma la mayor protección y desplazamiento de los buques norteamericanos, la superioridad como afirma Cerezo, es tan abrumadora que impide cualquier clase de comentarios ampliatorios. Aunque en un punto no estoy de acuerdo con Cerezo, en que, si Cervera hubiera dispuesto en sus buques rápidos de torpedos, de tal manera que aprovechándose de la oscuridad hubiera podido utilizar una nueva táctica de combate naval golpeando con los torpederos a los buques americanos, y apoyados por la artillería naval de la punta del moro. La lástima es que los torpederos estuvieran faltos de torpedos y las piezas de artillería naval de la costa no tuvieran munición. Por lo que parece, todo estaba en nuestra contra. Los buques disponibles para construir las escuadras de ambos adversarios eran: por parte española, 4 cruceros acorazados, 11 cruceros diversos --entre ellos algunos protegidos, pero no comparables a los de esta calificación de Estados Unidos por su diferencia de tonelaje y capacidad de armamento-- 2 cruceros de madera, 9 cañoneros, 3 destructores y 3 torpederos; los norteamericanos contaban con 5 acorazados, 2 cruceros acorazados, 6 monitores, 8 cruceros protegidos, 14 cruceros diversos, 5 cañoneros y 6 torpederos. Además, a lo largo de la guerra, la marina americana incorporaría 4 cruceros protegidos, 4 torpederos y un cañonero; otros cinco acorazados y varios cañoneros en construcción podrían entrar en servicio en el plazo de un año. De esta manera su potencial se duplicaría. En aquellos momentos el almirante Cervera hacía su valoración personal, en una carta fechada el 7 de marzo de 1898, al ministro de marina: “Nuestras fuerzas en el Atlántico son próximamente a mitad de los Estados Unidos, tanto en el tonelaje y la potencia de su artillería, y las de las Filipinas no tienen fuerzas que oponerles, ni aún parecidas como una sombra.”Además, anticipaba al ministro que, aunque se diese lo improbable, es decir, una victoria, no por eso, cambiaría el resultado final de la campaña, porque el enemigo no se daría por vencido: y es insensato que pretendiéramos vencer en riqueza y producción a los Estados Unidos, que se repondrían mientras nosotros organizábamos, aún victoriosos, dando lugar a que el resultado final fuese un desastre. La apreciación resultaba acertada, máxime si la guerra se alargaba o prolongaba. El peso específico de EEUU inclinaría irremisiblemente la balanza a su favor. Su población ascendía, en 1898 a 75.994.000 habitantes; producían 10.640.000 toneladas de acero --en 1890, con 9.200.000 habían superado con creces la producción de acero de Gran Bretaña (7.900.000 toneladas) y de Alemania (4.580.000 toneladas). -- Por su parte, España contaba con 18.450.000 habitantes y producía 200.000 toneladas de acero. Las debilidades españolas no quedaban sólo en lo expuesto. Como expresa Ramón Salas, los medios disponibles, tanto terrestres como navales, eran más que suficientes para enfrentarse con éxito a unos rebeldes pobremente armados y mediocremente organizados y encuadrados, aunque su extinción resultara prácticamente imposible en el apoyo que encontraron en los EEUU, porque el Ejército y la Armada carecían de la fuerza, la preparación y el adiestramiento precisos para desalentar a los norteamericanos. Los buques españoles entrarían en combate con muchas deficiencias en su armamento y munición. Respecto al adiestramiento, las dotaciones no realizaron los ejercicios correspondientes debido a restricciones de carbón y municiones. Si su flota de guerra tenía problemas, el ejército en Cuba, después de tres años de combates, no era una fuerza muy poderosa. Aunque su número superaba los 200.000 soldados, y aún se estaban esperando más refuerzos. Las enfermedades los tenían reducidos a 62.000 soldados efectivos, a todas luces insuficientes para hacer frente, con posibilidades de éxito, a los esfuerzos conjuntos de los insurrectos --estimados en unos 50.000 rebeldes--, y del ejército expedicionario norteamericano, que se preveía alcanzase, en un plazo no muy largo, los 100.000 hombres. Además las posibilidades de movilización y de apoyo logístico al teatro de operaciones eran muy superiores por parte de Estados Unidos, lo que se acentuaría con la pérdida de la escuadra española. A la inferioridad manifiesta de España se unía la incuria y la imprevisión nacionales. Como dice Ramón Salas: “ Si hubiera habido una mínima previsión, los planes de la escuadra y las reformas militares se hubieran orientado a la creación de una fuerza si no capaz de vencer a los Estados Unidos, si de disuadirles de una empresa que les podría haber costado excesivamente caro.”
Batalla de la Colina de San Juan
CRONOLOGÍA DE LA DERROTA
Los Estados Unidos declararon oficialmente la guerra el 25 de abril de 1898. Las palabras de Cervera fueron proféticas y lo demuestran los acontecimientos.
22 de abril: Comienza el bloqueo naval de Cuba impuesto por Estados Unidos; a la declaración de guerra se daba carácter retroactivo. del día 21.
1 de mayo: Destrucción de la flota española en Filipinas, mandada por el almirante Montojo. Fue destruida con un balance desolador. Las bajas españolas fueron 6 viejos cruceros y 3 cruceros acorazados. Las bajas, 167 muertos y 214 heridos; las pérdidas norteamericanas no llegaron a la docena de heridos y a ligeros desperfectos en los buques.
1 de junio: La escuadra norteamericana bombardea por primera vez la bahía de Santiago; los buques del almirante Cervera quedan atrapados.
21 de junio: Desembarco en Daiquiri de marines norteamericanos. Comienza la batalla terrestre de Cuba.
3 de julio: Batalla naval de Santiago. A las nueve de la mañana la escuadra española salía de la bahía de Santiago a mar abierto. Cuatro horas más tarde todos los barcos --4 cruceros acorazados y dos destructores-- habían sido incendiados, hundidos por el fuego norteamericano o embarrancados por sus comandantes. Las bajas españolas fueron de 323 muertos y 150 heridos; los prisioneros 1.720 hombres, el almirante Cervera entre ellos. La escuadra yanki tan sólo tuvo un muerto. Algo incomprensible, desde el punto de vista militar y de la estrategia llevada a cabo por el almirante Cervera, de salir de aquella ratonera a plena luz del día, y sin la protección de la artillería de costa que no disparó ni un sólo proyectil para cubrir a la escuadra. Para los americanos fue un auténtico tiro al plato.
17 de julio: La bandera norteamericana ondea en Santiago de Cuba, cuya capitulación se había producido el día anterior.
18 de julio: El duque de Almodovar del Río, ministro de Estado, solicita, a través del embajador español en París la mediación del gobierno francés para poner fin a la guerra. El presidente Mckinley recibe el 26, de manos del embajador de Francia en Washington, el mensaje del gobierno español solicitando el fin de las hostilidades.
12 de agosto: Se firma en la capital estadounidense el protocolo del armisticio, que sirvió de base para la discusión del tratado de paz definitiva, rubricado en París el 10 de diciembre. España renunció a su soberanía sobre sus territorios en las Antillas y el Pacífico, excepto las islas Carolinas, Marianas y Palaos, que, en febrero de 1899, serían vendidas a Alemania, por un gobierno débil, liberal y cobarde, que vendió la historia de siglos, de conquista, la forja de un imperio llevada a cabo por valerosos y aventureros en gran medida, que construyeron a base ímpetu y constancia, lo que otros destruyeron en una década. La derrota se había consumado, pese a la heroicidad de la escuadra y la tenaz resistencia del ejército en Santiago. España, barrida la flota, no podía seguir las aspiraciones en tierra con posibilidades de éxito. Para la época puede considerarse que el conflicto fue una especie de guerra relámpago -- Las hostilidades apenas duraron apenas 100 días--. A partir de ahí se sentarían, de acuerdo con la estrategia de Mahan, las bases futuras de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos. Una gran potencia debe apoyar dicha política en una poderosa marina de guerra que, capaz de plantear la batalla decisiva lejos de las costas nacionales y garantizar el necesario dominio del mar, le permita proyectar fuerzas terrestres a teatros de operaciones lejanos y asegurar, al mismo tiempo, la alimentación del combate.