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Probablemente muy pocas artes están dominadas por la tradición como el arte militar (1) . Esta actitud ha estado tan generalizada que pensadores militares de la categoría de sir B.H.Lidell Hart consideraban a la Edad Media como una etapa oscura y gris (2) : los caballeros se lanzaban a la batalla, en pos de la gloria personal, en violentos combates individuales, donde imperaba la fuerza sobre la táctica.
La guerra medieval, a pesar de la imagen popular creada, no se basaba en las batallas (3) ; las guerras de asedio y defensa de plazas, las cabalgadas en territorio enemigo –con su equivalente musulmán de las razzias-, las acciones de pillaje y saqueo, etc. eran las formas más comunes de la acción bélica. En la época se usaba una expresión para referirse a este concepto, la “guerra guerreadora” (4) , basada en la conquista de plazas y ciudades (5) , en emboscadas, correrías y cabalgadas (6) , en la destrucción de los puntos y zonas de avituallamiento del campo enemigo, etc. En términos estrictamente militares, la guerra medieval es una guerra limitada, cuyas características prevalecerán en Occidente hasta el siglo XVIII -con la irrupción de la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte-; supone la intervención de efectivos relativamente reducidos, con unos objetivos limitados (corregir fronteras, someter a un vasallo, prestigio personal), sin la finalidad de una guerra de aniquilación. Con todo, la batalla campal, la confrontación en campo abierto era considerada como el clímax de la guerra, el acontecimiento que daba sentido heroico a una campaña, y el punto culminante de las aspiraciones de los contendientes. Independientemente de los protagonistas que afectaba, una batalla era un acontecimiento de entidad y relevancia independientes de cualquier otro hecho, digna de ser contada. La abundante literatura que ha pervivido hasta nuestros días indica de la aceptación de este fenómeno; a su vez, el detalle con que determinados hechos son descritos –hazañas de los reyes, lances de los caballeros- mientras que otros detalles de los combates son prácticamente obviados en las crónicas –como la composición y tamaño de las fuerzas, acciones de los peones, asedios, correrías, etc.- son reveladores del interés y motivación personal y social de los cronistas. La imagen del choque frontal entre masas de caballería e infantería ha pervivido en el imaginario, doctrinal y popular, durante generaciones; acciones heroicas, cargas de caballería, confusos combates, duelos singulares a espada, rápidas cabalgadas, etc. vienen a nuestra mente cuando rememoramos un combate medieval. Y sin embargo, esta manera de ensalzar la batalla no se correspondía con la realidad de la guerra medieval. Los estudios histórico-militares revelan cómo los conflictos medievales no se basaban en confrontaciones campales, y que sólo en contadas ocasiones éstas se constituían en decisivas en los conflictos.
Sin embargo, el hecho que las batallas fuesen acontecimientos excepcionales e infrecuentes no es óbice para que no sean tenidas en consideración; en ocasiones las batallas tuvieron consecuencias políticas y estratégicas de muy largo alcance:
• en la consolidación (los Capeto en Bouvines, 1214) y destrucción (los Hohenstaufen en Benevento, 1266) de dinastías, • en la formación de reinos (la batalla de Vouillé, entre francos y visigodos, 507), • en la conquista de nuevos territorios (Guillermo de Normandía en Inglaterra, en la batalla de Hastings, 1066), el avance de las fronteras (los reinos cristianos frente al-Andalus, en la batalla de las Navas, 1212), • reafirmación de la soberanía nacional (la batalla de Courtrai, entre franceses y flamencos, 1302), etc. |
Las circunstancias y consecuencias que rodeaban la batalla hacían que un jefe experimentado en la mayoría de las ocasiones, rehuyera plantear combate campal y prefiriera acciones tácticas como asedios, cabalgadas, etc. Una derrota en el campo de batalla podía comportar consecuencias irreversibles: muerte de un monarca, destrucciones en el país, imposición de tributos, pérdida de territorios y de soberanía e incluso la aniquilación de una determinada sociedad, etc. La aceptación de batalla sólo podía obedecer a dos circunstancias: aprovechamiento de una ventaja táctica o una necesidad extrema; en Muret, las fuerzas enfrentadas se encontrarían cada una por su lado, ante tales condicionantes, las lecciones que enseñaba el Epitoma Rei Militaris de Flavio Vegecio (7) , el tratadista militar romano de mayor influencia en la Edad Media, indicaban que la batalla campal, para el perdedor, significaba la destrucción de todas sus esperanzas y posibilidades; en cuestión de horas se podía perder la labor de meses, años y generaciones enteras. Otra de las imágenes estereotipadas de la guerra en la Edad Media es la correspondiente al tamaño de los ejércitos; tradicionalmente se consideraban como ciertas las cifras relativas a miles y miles de combatienets por bando. Fue J.F. Verbruggen en su The Art of Warfare in Western Europe during the Middle Ages, quien se cuestionó el valor de los datos presentados por los historiadores, fundamentalmente anglosajones, puesto que según él, tendían a exagerar el tamaño de los ejércitos medievales –además de reducir conceptualmente las batallas medievales a simples peleas, desorganizadas, basadas sólo en combates individuales y en que falta cualquier coherencia táctica-. Para Verbruggen las fuerzas militares eran mucho más pequeñas que las consideradas anteriormente, que los guerreros montados luchaban en pequeñas unidades tácticas, y que los comandantes mostraban habilidad táctica considerable en la maniobra y la ordenación de sus unidades. Pero, por muy cuidadosas que fueran las acciones preparatorias del combate, disponer de un terreno favorable para el despliegue táctico, poseer información fehaciente sobre el enemigo, mantener una logística adecuada, presenciar presagios favorables, reunir a fuerzas suficientes y adecuadas, etc. el desenlace final de una batalla era impredecible; cualquier pequeña circunstancia o imprevisto (8) podía decantar la balanza hacia un contendiente o el otro. Los guerreros conocían que, a veces, la fortuna podía contar en una batalla tanto como la experiencia, la disciplina, el valor, o la justicia de la causa, por lo que, dentro del fervor religioso de la época, se invocaba la intersección divina para alzarse con la victoria.
Las tácticas
La guerra medieval se basó principalmente en la toma de fortalezas y zonas de recursos del enemigo; era una guerra estática, de posiciones, y no de maniobras. Las operaciones campales estaban muy limitadas en la práctica. No obstante, y puesto que este libro trata de la batalla de Muret, nos centraremos en esbozar las principales líneas operativas de las tácticas militares en los albores del siglo XIII. El elemento definidor por antonomasia de la táctica en este período es el papel de la caballería feudal, por un doble motivo: por su profesionalidad y por su potencia de choque. A pesar de su reducido número en relación con el resto de fuerzas de un ejército (lanceros, arqueros, especialistas, etc.) la caballería será el elemento vertebrador de la mayoría de los ejércitos feudales. Su papel de liderazgo militar apareció tras la batalla de Andrianópolis (378) y se incrementará con el paso de los siglos, siendo el inicio de su apogeo el ejército de Carlomagno (s.VIII); la caballería consistía en el núcleo de cualquier ejército medieval, y la carga de la caballería pesada era por definición la expresión máxima de la guerra feudal. A ello hay que añadir que la elite de la sociedad feudal era la que nutría las filas de la caballería (9) . No será hasta que se consoliden fuerzas profesionales de infantería cuando la caballería pierda su supremacía en el campo de batalla: en las guerras de asedio, la infantería y los especialistas siempre habían mantenido su papel principal.
El camino que había llevado a la caballería a ser el elemento de choque de un ejército medieval se centraba en la introducción de mejoras tecnológicas, como la introducción en Europa del estribo, que había acrecentado enormemente la importancia de la caballería; ésta dejará de ser una fuerza apta sólo para operaciones de reconocimiento o de combate contra otras fuerzas de caballería o de hostigamiento de la infantería, para convertirse en una auténtica arma independiente, capaz de derrotar por sí misma a cualquier tipo de fuerzas. El siglo XI fue muy importante en la historia militar de la Edad Media, especialmente en lo referente a la caballería, por la introducción de la táctica de la lanza a la couched; hubo pocas modificaciones substanciales desde el siglo XI hasta mediados del siglo XIII, y los cambios provinieron básicamente por las modificaciones en el armamento, fundamentalmente en que las armaduras se hicieron más complejas y pesadas, y los caballos ganaron en peso y defensas. No obstante, tradicionalmente la historiografía ha considerado la figura del caballero pesadamente armado como el arquetipo de la guerra medieval, generalizando y sintetizando en él la naturaleza de los ejércitos de la época. Las fuentes son las primeras que conducen al error; no hay que olvidar que nos encontramos en un período donde la profunda estratificación social conlleva la separación en mundos radicalmente opuestos y prácticamente incomunicados entre sí; los cronistas medievales, en sus diferentes facetas, no escriben para el conjunto de la sociedad, si no para un selecto y reducido grupo: es a ellos a los que van dirigidos los cantares, crónicas, romances, poesías, etc. y se les proporciona el tipo de diversión que desean y esperan recibir de los hombres a su servicio. Es por ello que tanto la literatura como las manifestaciones pictóricas consagraron la figura del caballero medieval, de su liturgia y de su espíritu (10) ; fuese que los artistas estaban al servicio o formaban parte de esta elite social, conocían perfectamente que los destinatarios de estas obras deseaban ver retratado su propio mundo, idealizado. Es por ello que los protagonistas indiscutibles –prácticamente absolutos- fueran los caballeros, prescindiendo de los detalles, obviando la figura y el papel de otras clases sociales (11) . Por todo ello, la imagen de las batallas campales, resueltas con una irresistible carga de caballería pesada, donde las hazañas individuales de los caballeros, combatiendo en lances arriesgados, constituyen el elemento esencial de la acción, no son más que idealizaciones y simplificaciones de la guerra medieval, sólo justificadas por las circunstancias anteriormente explicadas. Un análisis más detallado de la realidad y contexto medievales indica que los hechos históricos, tal y como se narran en las crónicas, sólo reflejan una parte de lo acontecido:
1. Debido a la escasez de recursos y a la concepción y mentalidad medievales, de sus objetivos estratégicos y tácticos, la búsqueda de la resolución del conflicto mediante una batalla campal no era la prioridad en las operaciones militares feudales. Las guerras buscaban la conquista de territorio enemigo y no la destrucción y aniquilación de las fuerzas contrarias, (12) y una batalla campal implicaba demasiados riesgos, que un jefe experimentado sólo asumiría en contadas ocasiones. La guerra se resolvía mediante una combinación de conquistas de plazas y castillos enemigos, con operaciones de destrucción de villas, quema de cosechas, sometimiento de la población civil, etc.
2. La caballería pesada no constituía el elemento principal de los ejércitos medievales, incluso en ciertos países su papel era meramente testimonial. La infantería constituía el núcleo esencial de las fuerzas, y la proporción en la que se encontraba con respecto a las fuerzas de los caballeros se situaba alrededor de 5:1, si no en porcentaje mayor. Aunque relacionásemos también las otras fuerzas de caballería –como los sargentos, escuderos y otros auxiliares-, la proporción seguiría siendo elevada a favor de la infantería.
3. La idea de choque mediante el empleo de la carga de caballería supone una simplificación de la táctica medieval, porque en numerosas ocasiones los caballeros combatían a pie; no hay que obviar el hecho que los nobles constituían una fuerza tremendamente acorazada, y su uso a pie firme no era despreciable para un jefe experimentado (13) .
4. El empleo de la carga de caballería sólo podía surtir efecto totalmente efectivo ante una fuerza enemiga inmóvil, sin elementos de caballería –ligera (14) o pesada-, pero que además, necesitaba el concurso de un proceso previo de hostigamiento –arqueros, ballesteros, escaramuzas de los peones-, que limitase su capacidad combativa –mediante el cansancio o la desmoralización-. Sólo cuando las fuerzas enemigas mostraban signos de flaqueza, la carga daría resultado (15) .
5. Se desarrollaron tácticas específicas para que las fuerzas de infantería pudieran contra restar el choque de la caballería pesada. Son numerosos los ejemplos medievales de fuerzas de infantería que desbarataron una carga de caballería (16) . Ante una fuerza disciplinada de infantería (17) , los caballeros podían estrellarse una y otra vez sin conseguir ninguna ventaja táctica.
Las batallas medievales no se pueden reducir a simples cargas sucesivas de guerreros a caballo contra las líneas enemigas, de la suma de los combates individualizados entre caballeros. El orden y la disciplina eran usuales y complejos. Tradicionalmente se ha descrito el despliegue clásico de un ejército medieval en una vanguardia, un centro y retaguardia, cada una de ellas compuesta por una abigarrada fila, llamada “batalla”, de infantes y jinetes, siempre desplegados bajo el mismo esquema; pero esta idea es una reducción de la realidad, puesto que los jefes militares creaban tantas batallas como consideraban adecuado; incluso la organización de un ejército en vanguardia, centro y retaguardia no siempre era utilizada. La división de las fuerzas en dos flancos y un centro era siempre constante, pero no así como se distribuían las tropas entre estas posiciones: la caballería podía situarse en la primera línea, para promover una ruptura rápida del frente, o se podía colocar a la infantería en primera línea, justamente para detener el asalto de los jinetes, o incluso se podían alternar en las líneas fuerzas de los dos tipos.
Son varios los ejemplos que ilustran cómo los comandantes organizaron sus tropas en función de sus efectivos, de su nivel de instrucción, de la entidad y calidad del enemigo, del terreno del campo de batalla, etc. Así, ejemplos de formaciones en sólo una línea, las encontramos en la batalla de Levounion, en las fuerzas pechenegas contra las bizantinas (29 de abril de 1091); en la batalla de Sirmium, en las fuerzas del conde húngaro Benes (8 de julio de 1167) contra otro ejército bizantino, o en la batalla de Legnano (29 de mayo de 1176), en la formación presentada por el emperador Federico I Barbarroja contra las milicias milanesas Respecto de batallas con ejércitos formados en dos líneas, hallamos los siguientes ejemplos: las tropas bizantinas del emperador Romano IV Diógenes frente a los turcos, en la batalla de Manzikert (26 de agosto de 1071); con el rey Luis VI en Brémule (20 de agosto de 1119) contra los ingleses del rey Enrique I; en Alarcos (19 de julio de 1195) en el despliegue del rey Alfonso VIII contra los almohades, y en Bouvines (24 de julio de 1214) en las fuerzas del rey Felipe Augusto frente a las imperiales de Otón IV. El despliegue táctico en tres líneas fue utilizado por las fuerzas almorávides de Yusuf Ibn Tasfin en Zalaca (23 de octubre de 1086) contra el rey Alfonso VI, el cual usó un despliegue similar en la batalla de Uclés (29 de mayo de 1108) contra los almorávides; también de igual manera el rey Alfonso I el Batallador desplegó sus fuerzas contra los almorávides en la batalla de Cutanda (17 de junio de 1120), y también obraron de la misma manera las fuerzas cristianas aliadas en las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212). Incluso acontecieron batallas donde se formaron más de tres líneas, como las fuerzas normandas de Roger II de Sicilia, en la batalla de Nocera (1132), con cuatro líneas de dos divisiones cada una. En todas estas batallas, la fuerza operativa de maniobra y choque residía en las tropas de caballería. El caballero es el guerrero medieval por excelencia, el paradigma de la guerra feudal. Sin embargo, la identificación del caballero como núcleo de los ejércitos medievales, identificándolo además con una elite social y profesional fue como consecuencia de un largo proceso, que se inicia con los ejércitos carolingios, y conforma en un proceso en tres etapas: la aparición de una caballería profesional especializada, el surgimiento del concepto de caballería y la posterior identificación de la caballería con la clase social de la nobleza. El mantenimiento de fuerzas profesionales y con una relativa estabilidad temporal desparece del mapa europeo tras la disolución del imperio carolingio; en los siglos IX-X no existe en Europa occidental un estado lo suficientemente desarrollado y poderoso en el que se pueda consolidar una estructura militar permanente.
Entre otras características, el sistema feudal que se instaura en esos siglos, y desde el punto de vista militar, conlleva una red de alianzas y obligaciones de servicio militar que obligan mutuamente a las partes. Pero sólo los señores más poderosos pueden concentrar su actividad en el entrenamiento militar, y/o sufragar los gastos a otros guerreros para reciban esa formación y formen parte después de su casa. Para el noble guerrero medieval, toda su vida giraba alrededor del caballo y con las armas en la mano; la guerra era su oficio, su ocupación y su distracción. El aprendizaje real del arte de la guerra se hacía en la misma guerra; sin embargo, puesto que batallas y guerras no tenían lugar muy a menudo, la práctica de la caballería tenía que conseguirse en otros lugares y el entrenamiento por otros medios: de ahí la necesidad de comenzar muy pronto, casi al inicio de la adolescencia. El camino para ser nombrado caballero comenzaba cuando el aspirante –de ascendencia noble- entraba al servicio de un caballero que haría las veces de tutor y maestro -a menudo, un familiar o amigo íntimo del padre del chico-. El entrenamiento del joven residía en un constante y prolongado ejercicio de la monta de caballos, carga con la lanza, aprender la esgrima de la espada desde la silla y saber dominar y ejecutar maniobras a caballo. La instrucción en armas a caballo sería completada con un entrenamiento igual en armas para luchar a pie. Con ello se insistía en crear unos buenos conocimientos de base, en un lento madurar, en la progresión en la asunción de responsabilidades y en ir acumulando las experiencias con el transcurso de los años. La transmisión verbal de los conocimientos, así como una constante práctica, permitían que los jefes militares adquieran su propio bagaje conceptual sobre tácticas y estrategias militares; la guerra era el oficio de las elites gobernantes, que viajaban constantemente, por lo que no era excepcional que en alguno de sus periplos, los nobles conociesen a otros señores feudales que habían combatido en las Cruzadas, o en Italia o la Península Ibérica, por lo que los intercambios de experiencias, anécdotas e historias de guerras y batallas deberían ser relativamente generalizados.
Las unidades de caballería solían agruparse en unidades de entre 10 a 20 hombres (18) , llamadas conrois, hueste, mesnadas o lanzas. Los miembros de cada conrois estaban frecuentemente ligados por relaciones de vasallaje o familiares, que se entrenaban y combatían juntos: de su educación militar se hacía énfasis no sólo en la destreza de las armas, sino también en la capacidad de actuar como un equipo con férrea disciplina y lealtad a los compañeros (19) . En combate, el conrois se ordenaba en una o varias hileras –a lo sumo tres- con los caballeros en la primera, y los sargentos y escuderos en las posteriores o en los flancos. Los movimientos se coordinaban, en tiempo de paz, mediante el entrenamiento continuo; cualquier ejercicio a caballo podía considerarse como una preparación a la guerra, tanto la práctica de la caza como las justas y torneos; los jinetes aprendían a distinguir el significado de los diferentes toques de cuernos y trompetas, y a seguir las señas de estandartes, de guiones y banderolas -llamados gonfanon- en las lanzas del jefe del grupo o de su ayudante, cosa que permitía una rápida ubicación y servían de punto referencia para el reagrupamiento tras una carga. En combate, las rutinas aprendidas durante los ejercicios de entrenamiento se ponían a prueba en la dura práctica de la guerra. Los conrois se agrupaban en unidades mayores, los haces o batallas, que servían para formar las líneas de carga en la batalla y de los cuerpos en el avance y la marcha (20) . Las diferentes agrupaciones de batallas daban lugar a formaciones mayores, los cuerpos. El orden de combate de los ejércitos feudales seguía el patrón estándar de los tres cuerpos: vanguardia, centro y retaguardia. Esta división se mantenía tanto en la marcha por columnas, en el avance en línea y el combate, si bien se adaptaba en función de la geografía y el terreno. Se establecían unidades de caballería ligera como exploradores y como unidades de flanqueo, conocidas como alas, y las unidades de infantería solían situarse en el cuerpo central, el más poderoso. El papel táctico del caballero medieval era el choque: abrirse paso a través de las filas del enemigo aprovechando el ímpetu, el peso y la velocidad de la carga. Si se tenía éxito y traspasaban las filas, se procedía a atacar por la retaguardia; de no lograrlo, los caballeros se reagrupaban y volvían a cargar. El esbozo de esta táctica no debe llegar a la conclusión que en esta etapa del medioevo las maniobras militares estaban reducidas a la mínima expresión; por el contrario, en múltiples batallas la táctica principal de la carga se combinaba con huidas fingidas –Rímini, Arques, Hastings- y con maniobras de flanqueo –las Navas de Tolosa-.
Los enfrentamientos empezaban con una carga de la primera línea –de una batalla, o de un cuerpo-; los caballeros iniciaban el movimiento al trote, para ir incrementando el ritmo hasta el momento de pasar decididamente al galope. Los caballeros embestían con la lanza. Después del primer choque, la línea se retiraba para dejar campo al asalto de la siguiente carga. Los caballeros del primer choque se reagrupaban, siguiendo el estandarte de su señor, tras la protección de la infantería, y se preparaba una nueva carga. Cuando la lanza se rompía, se desenvainaba la espada o se combatía con maza contra los infantes u otros caballeros enemigos. La carga tenía como objetivo principal romper el frente enemigo (21) , y las sucesivas oleadas debían lograr ese objetivo; es por ello que la sincronización de las mismas era de vital importancia, puesto que podía decidir el destino final de una batalla: golpear con dos cargas muy consecutivas podía implicar que los caballeros de la primera no se hubiesen retirado todavía del campo, y que la fuerza de la segunda oleada se debilitase intentando evitar el choque con los caballeros amigos. Por el contrario, demasiado tiempo entre las sucesivas cargas dejaría al enemigo la posibilidad de reagruparse y realinear las fuerzas de su defensa. Cuando una carga de caballería no conseguía abrir la línea enemiga, la batalla se transformaba, la mar de las veces, en multitud de combates singulares entre caballeros. En el peor de los casos, los infantes aprovechaban la mêlée para descabalgar a los caballeros y acuchillarles en el suelo. El poder de la carga y de la unidad compacta de caballeros –bien en conrois como en batalla- y su éxito en los combates residía también en un plano psicológico (22) : la pertenencia de los caballeros a la elite social medieval, su liturgia, etc. motivaban que fueran vistos por los infantes como seres superiores. Existía una doble guerra entre caballeros e infantes: la militar y la social. Unos y otros pertenecían a clases sociales diferentes, distantes, entre ellos existía un abismo.
La teoría social existente en la Edad Media era aquella que dividía la sociedad en una estructural piramidal estratificada en tres grupos bien diferenciados, social, económica y funcionalmente: los campesinos –trabajar-; los sacerdotes –rezar- y los guerreros –luchar-. Los nobles se adjudican esta función social –y por ello serán conocidos como los bellatores, “los que luchan”-, de tal manera que su predominio respecto de las otras clases se justificará en base a su dedicación a la guerra y a la protección del orden feudal. Esta actividad bélica se convertiría en el elemento central de su sociedad, alrededor de la cual se desarrollarían las relaciones socioeconómicas: de hecho, la posición que un individuo ocupaba en una hueste no era más que el reflejo de su posición social. Así, los nobles caballeros mantenían unos lazos de afectividad mucho más fuertes con los caballeros enemigos que no con sus propios infantes; así, un lado un noble, aunque enemigo era un igual al que se debía de honrar y tratar con respeto –y por el que, no hay que olvidarlo, se podía pedir un rescate, si se le mantenía con vida-; en cambio, un infante pertenecía a otra clase social, era un súbdito del que se servía y del que se podía prescindir. Es por ello que cuando los infantes contemplaban cómo los caballeros enemigos se abalanzaban sobre ellos, una mezcla de miedo y rencor social les invadía. Si los caballeros penetraban en las filas de los peones, rara vez éstos podían volver a la cohesión y la línea de defensa se rompía: como en Muret, la infantería desorganizada servía de carnaza para una masacre. Sin embargo, si los infantes poseían la suficiente templanza como para resistir la carga enemiga, los caballeros, desorientados por el rechazo, descabalgados, eran fácil presa para los peones, que volcaban todo su rabia sobre los nobles (23) . Merece especial comentario singular el papel de los Guardias, o escolta personal de los monarcas. Los reinos germánicos heredaron de la tradición imperial romana el concepto de Guardia, de tal manera que el soberano tuviera a su disposición una fuerza permanente, disciplinada y leal, que a todos los efectos, le sirviera tanto como de fuerza de choque, elemento vertebrado de un ejército o simplemente como tropa que le garantizase su poder sobre el resto de nobles. Así, por su modo de vida y su continuidad en el servicio de armas, se les puede suponer un alto grado de disciplina, entrenamiento, motivación e incluso especialización, que les conferiría un estatus de elite respecto de las otras fuerzas. A lo largo de la Edad Media los ejemplos de fuerzas o guardias reales son constantes: los fideles de los visigodos, los armati merovingios, los scara carolingios, los housecarls escandinavos, la familia regis anglonormanda, etc.
Los monarcas de la Corona de Aragón contaban con una guardia personal, la Mesnada Real, formada por una treintena de caballeros selectos, todos ellos caballeros aragoneses, con la misión de proteger al soberano. La mesnada real es una institución militar aragonesa integrada fundamentalmente por miembros no primogénitos de las casas nobiliarias de los barones o ricos-hombres, así como infanzones que se entregaban a la Casa Real, para su cuidado y formación. Cuando el rey convoca a los nobles para la guerra, llama a sus mesnaderos, diferenciándolos claramente de los ricos-hombres aragoneses y catalanes o de las mesnadas concejiles. La mesnada real, al igual que la del rey de Castilla, era mantenida directamente por el monarca –de ahí las constantes necesidades financieras del rey Pedro, especialmente en la campaña de las Navas y en la expedición de Muret-; la hueste real llevaba los colores del soberano en el campo de batalla, y formaba alrededor del Alférez Real, cargo designado personalmente por el rey. Los miembros de la Mesnada real no solían pertenecer a las familias de la gran nobleza aragonesa (comúnmente denominada las Doce Casas –las familias Cornel, Luna, Azagra, Urrea, Alagón, Romeo, Foces, Entenza, Lizana, Ayerbe, Híjar y Castro-); eran miembros de unos linajes engrandecidos por los soberanos, por su especial atención a la monarquía, por su lealtad de mayor antigüedad o por haber tomado partida por el rey en momentos complicados y que eran premiados con motivos reales en su heráldica. En Muret, la mayoría de los miembros de la guardia real aragonesa murió alrededor de su rey.
El problema de las cifras
Una de las principales dificultades con las que recurrentemente se encuentran los historiadores de todos las épocas es el de la fiabilidad de la información relativa al tamaño y composición de los ejércitos. Sin ir más allá (24) y ciñéndonos al contexto medieval, cuando las fuentes se refieren a “caballeros” u “hombres a caballo” las dudas se presentan en el significado o acepción de los mismos: un caballero, sin extensión del término, implicaba sólo a un guerrero, perteneciente a la nobleza y con los honores del orden de caballería, a lomos de un caballo de guerra. Más allá, este caballero necesitaba tanto de unos sirvientes –para su manutención, servicio personal, aseo, impedimenta, etc-, como también de unos auxiliares armados que le servían de apoyo. Éstos podían ser “escuderos” –tanto profesionales como jóvenes aspirantes a su vez para ser armados caballeros-, hombres a caballo armados con lanzas, ballesteros y arqueros montados e incluso infantería montada. La evolución del armamento en el siglo XII trajo consigo, entre otros factores, que sólo los caballeros de las familias más ricas pudieran costearse un equipo completo y moderno. Esta diferenciación se remarcará en el siglo XIII, acentuándose la separación entre caballeros ricos y pobres, apareciendo la distinción entre caballeros adalides –primi milites- y los simples caballeros (25) -milites gregarii-. El aumento de peso progresivo del equipo caballeresco produjo un incremento de su coste, y por ende, conducía a una restricción de su difusión, reservándose sólo para una élite de fortuna y de nacimiento; pero a la vez, esta propia autoexclusión de las clases acomodadas llevó a la exaltación de su modo de vida, del espíritu caballeresco, cosa que llevó aparejada la negativa a calificar como tal a todo aquel que no hubiera pasado el ritual de ser armado caballero.
Se hace difícil barajar una cifra exacta, pero en función de la riqueza del caballero, éste podía contar con el servicio de uno o dos escuderos, y de un número no inferior a cuatro hombres a caballo de diferentes categorías. Existía un vocabulario variado para denominar a estos auxiliares, cuyo papel y calificación para la batalla eran muy diferentes, como también lo era su condición social: los criados (26) (latín: valletus), los muchachos (latín: garcio, puer) y escudero (latín: armiger, scutifer). Los “escuderos” solían ser de origen noble –a la espera de ser armados caballeros- o guerreros profesionales (27) –hombres libres con un pequeño pedazo de tierra insuficiente para ganarse las espuelas de caballero o sirvientes a sueldo de su señor-; su armamento era de características similares a la de los caballeros, pero de confección más modesta o antigua –igualmente usaban cota de mallas, casco, lanza y espada-; en combate, solían formar en las líneas posteriores de cada conrois, o en los flancos; sus caballos no eran destriers, pero sí que podían ir ligeramente armados, en función de sus posibilidades económicas. Por su parte, los “muchachos” iban armados de manera más ligera: casco, espada y cuchillo, y protecciones personales de cuero –o incluso alguna cota corta-. No solían formar parte de la caballería, si no que realizaban funciones auxiliares, como por ejemplo, introducirse en las filas enemigas para descabalgar a los jinetes contrarios. Ante tal diversidad de nombres y conceptos, cuando se mencionan cifras de fuerzas de caballería, se hace muy difícil valorar, en función de la traducción de cada término, si estamos delante de datos referentes a un total de las fuerzas presentes en un ejército, o solamente se refieren a un determinado colectivo. Por ejemplo, respecto del millar de jinetes que acompañaban a Pedro II en la expedición a tierras occitanas hacia Muret, queda la indeterminación de si se refieren sólo a los caballeros o si incluyen también a sus servidores. Dadas las cifras de población de la Corona de Aragón, así como de los efectivos desplegados un año antes en la batalla de las Navas, los 1.000 “caballeros” podían englobar a los diferentes tipos de hombres de armas a caballo anteriormente indicados. Es significativo el hecho que las fuentes contemporáneas o relativamente cercanas a los hechos establezcan siempre la diferenciación entre caballeros, jinetes y otros tipos de guerreros. Así, la Crónica de Jaume I nos habla que el rey Pedro contaba con una fuerza de unos 1.000 hombres a caballo, distinguiendo este valor de otros pasajes cuando se refiere a caballeros. De igual manera se expresan tanto la Crónica de Bernat Desclot como “la Canzó de la Crozada”. Se ha de tener en cuenta que esta discusión no es baladí; partir de una cifra de 1.000 caballeros, cabría pensar entonces una cifra total del doble o tripe de jinetes, en proporción de 3 o 2 guerreros a caballo –sargentos y escuderos- por cada caballero presente. Teniendo en cuenta las fuerzas presentes de la Corona de Aragón en la batalla de las Navas, así como las fuerzas disponibles por Jaime I en la expedición naval a Mallorca, la cifra de caballeros presentes en Muret podría situarse alrededor de 400-500, y una cifra de 700-800 guerreros no caballeros (28) . Para F.X. Hernandez la explicación de la diferencia de fuerzas entre la campaña andaluza y la expedición occitana podría deberse a varios motivos: la inexistencia de un botín identificable; las bajas producidas en la batalla en tierras andaluzas, la negativa a sumarse a la defensa de herejes de la fe católica; el prestigio militar de los caballeros franceses -considerados la mejor caballería en Europa-, etc. Una de las características esenciales de los ejércitos pleno medievales radica en la ausencia de permanencia, de continuidad en su establecimiento; prima el carácter temporal –incluso estacional- de las fuerzas combatientes. Sólo un núcleo de combatientes tendrán una clara vocación de permanencia, ya sea por sus obligaciones como señores feudales, como vasallos con obligaciones militares –sargentos, escuderos, peones especializados- o como aventureros y mercenarios –farfans, routiers, brabançons, etc-. Salvo estos grupos militares con un grado de continuidad y permanencia, la parte más significativa de un ejército medieval se reunía específicamente para el desarrollo de una determinada campaña (29) . Si ponemos en relación las características anteriormente descritas con el hecho que Monfort disponía de fuerzas permanentes, con un amplio núcleo de caballeros y servidores entrenados y experimentados –muchos de ellos ya veteranos de la cruzada de 1209, sino antes-, con disciplina y moral, frente a las fuerzas de Pedro II, una amalgama de guerreros, unos cuantos experimentados en las guerras peninsulares –cabalgadas, escaramuzas y asedios-, pero con una mayoría de fuerzas inexpertas y con una moral desigual, y diferente a la de sus enemigos, entonces, el balance comparativo de las fuerzas nos indica que Monfort podía tener una clara ventaja sobre los meridionales y sus aliados hispanos. Por el contrario, el bando aliado presentaba una heterogeneidad de fuerzas que, a pesar de su mayor número, no concedían una ventaja táctica militar contundente. Así, la calidad de la caballería era dispar, no tenía experiencia de maniobra ni de liderazgo conjunto. El rey Pedro acudió a Muret con sus tropas personales, con fuerzas de caballería de sus nobles allegados y con un contingente de soldados profesionales, pagados de antemano (30) . Los nobles occitanos se presentaron con sus propios contingentes, algunos ya con experiencia militar –Foix-. La campaña que debía iniciarse en Muret podría ser considerada como una estrategia de recuperación del territorio a través de una guerra de asedios; no había sido planteada para entablar una batalla campal. De haberse planificado como tal, sin duda alguna los dirigentes del ejército hispano-occitano habrían realizado algún tipo de operación de combate a menor escala con la que haber dado a sus tropas la experiencia militar necesaria para afrontar una contienda de mayor envergadura.
NOTAS:
1)
CONTAMINE, Philippe. “La guerra en la Edad Media”. Pág. 86. El gran medievalista francés era también de la opinión que el el rasgo característico de la guerra feudal era la caballería pesada, armada con lanza y espada, modelo que predominaría en todo el continente
2)
Según Lidell Hart “El espíritu militar de la caballería occidental era enemigo del arte, aunque la estupidez gris de sus acciones se ve iluminada por algún aislado fulgor (…). Finalmente, tras unos siglos de vacío absoluto, llegaba Oliver Cromwell, calificado como el primer gran estratega de la época moderna”. Encyclopaedia Británica. Edición 1948. A parte de suponer una extrema simplificación de una historia militar que abarca mil años, merece la pena destacar la coletilla final referida a Cromwell: el etnocentrismo de Lidell Hart le hace prescindir de las figuras de Gonzalo Fernández de Córdoba, Hernán Cortés, Fernando Álvarez de Toledo, Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Mauricio de Nassau, Ambrossio Espínola, Albrecht von Wallenstein, Gustavo II Adolfo de Suecia, el príncipe de Condé, el vizconde de Turena.
3)
La cruzada que asoló las tierras meridionales de Francia se prolongó durante más de 40 años (1209-1255). Durante los primeros veinte años se desarrollaron las acciones más violentas y crueles de la guerra, acciones centradas, desde el punto de vista militar, en operaciones de asedio y conquista de ciudades y fortalezas, y donde solo se pueden encontrar dos acciones campales: Castelnou d’Arri (1211) y Muret (1213).
4)
El término proviene de la Crónica de Ramón Muntaner: guerra guerrejada.
5)
La conquista de una región discutida sólo podría ser conseguida por la ocupación o la destrucción de sus castillos: España, la línea de fortificaciones de Castilla la Nueva, en Francia, las fortalezas del Vexin y en Inglaterra, la red de castillos en Escocia y en Gales.
6)
En la Península Ibérica se formó una tradición militar propia basada en acciones limitadas y golpes de mano, con la intención de hostigar el territorio enemigo y detraerle recursos económicos y minar su moral. Los siguientes término expresan diferentes tipos de acción:
Algarada: incursión por sorpresa; se basa en la utilización de la emboscada y el ataque por sorpresa, generalmente sobre un objetivo concreto y determinado (castillos, torres de vigia, aldeas, convoyes); realizada la acción, las fuerzas incursoras se retiraban a sus bases de partida, sin solución de continuidad.
Cabalgada: incursión en campo enemigo, con objetivos delimitados y más amplios que en la algarada; en la cabalgada se trataba de internarse en campo enemigo, con la intención de destruir recursos y saquear el territorio. La acción podía realizarse durante varios días o semanas. Las operaciones podían internarse extensamente en territorio enemigo. Según el número de participantes, la cabalgada se hacía a descubierta (sin ocultarse) o encubierta (cuando el número de participantes obligaba a pasar más desapercividos).
7)
Junto a Vegecio, podemos encontrar otros autores y libros clásicos que, formando parte de la educación medieval, podían enseñar lecciones de táctica y estrategia a los guerreros feudales:
Eneas el Táctico: Poliorcética
Flavio Josefo: La guerra de los judíos
Frontino: Stratagema
Jenofonte: Anábasis
Jordanes: Origen y gestas de los godos
Julio César: a Guerra de las Galias, La Guerra Civil
Livio: Historia
Polibio: Historias
Polieno: Estratagemas
Silio Itálico: Púnica
Suetonio: Los Doce Césares.
Salustio: La guerra de Yugurta.
8)
Los elementos que podían incidir en el devenir de la batalla pueden agruparse en diferentes tipos: morales (baja moral, falta de moral de combate, estallidos de pánico o exceso de euforia, malos presagios, complejos de superioridad, desprecio del enemigo), tácticos (cálculos equivocados, órdenes mal expresadas o comprendidas, descoordinación, movimientos mal ejecutados o no ejecutados, acciones precipitadas, ausencia de órdenes) de información (informaciones erróneas, rumores inquietantes, traiciones e infidelidades) y de instrucción (contingentes sin preparación o desorganizados, armamento inadecuado, actos de indisciplina).
9)
Durante los siglos VII-X los caballeros no estaban intrínsecamente asociados a una determinada élite social, sino que el término sólo hacían referencia a su condición de guerreros profesionales. Con el desmoronamiento del imperio carolingio y la extensión del feudalismo, sólo aquellos que posean un feudo y recursos podrán mantener un armamento de caballero, por lo que, de manera casi natural, el término irá asociándose ya a una determinada clase social.
10)
Durante buena parte de la etapa pleno medieval se mantuvo la idea que cien caballeros tenían un valor equivalente al de 1.000 infantes.
11)
En la Crónica dels Feits del rey Jaime I, cuando narra el asalto a las murallas de Valencia, se relacionan las hazañas de los cuatro primeros caballeros que entran en la ciudad; la crónica no hace mención que varias decenas de infantes ya estaban combatiendo dentro de sus calles
12)
Napoleón, por su parte, consideraba esencial la destrucción de las fuerzas enemigas, y la conquista inmediata de sus centros políticos. De igual manera pensaba y actuaba Ulysses S. Grant en la Guerra Civil americana.
13)
En las Cruzadas, los arqueros turcos hicieron de las monturas de los caballeros cruzados uno de sus principales objetivos; esto provocó que muchos de los jinetes cristianos combatiesen a lomos de mulas o a pie. Durante la II cruzada (1144-1150), el cronista Guillermo de Tiro describía la táctica de los caballeros germánicos de combatir a pie en los momentos de crisis, aumentando así la determinación de combatir de los soldados de infantería, además de proporcionar protección acorazada frente a las descargas de los arqueros enemigos.
14)
Las crónicas sobre las Cruzadas son tremendamente vívidas al relatar las tácticas de los guerreros musulmanes frente a los pesados caballeros francos: acoso constante mediante el empleo de arqueros montados, provocaciones de la caballería ligera, con la idea de provocar una carga intempestiva de los cruzados, para que éstos abrieran sus formaciones. Si la fuerza cristiana perdía su cohesión y se disgregaba en pequeños grupos, los musulmanes podían batirlos individualmente.
15)
No hay que olvidar el tremendo efecto psicológico que tenía entre la infantería la visión del avance al galope de una carga de caballeros y esperar con ansiedad el inminente choque de la caballería pesada.
16)
Las fuerzas de infantería derrotaron a los caballeros en las batallas de Manzikert (1177), Bannockburn (1314), Crecy (1346), Agincourt (1415). En la batalla del lago Copais (1313) los almogávares derrotaron y aniquilaron a los caballeros francos; el impacto de su victoria les permitió conquistar buena parte de Grecia y asegurar el dominio aragonés de esos territorios durante 80 años.
17)
La infantería, para protegerse de estas cargas de caballería, solía poner delante de sus líneas cuerdas embreadas tensadas, que, en teoría, detenían el primer choque, y con las lanzas clavadas en el suelo con la punta hacia el enemigo. Los infantes podían combatir presentando un muro (una línea de combatientes formando una sólida muralla de escudos), una muela (cuando la infantería se disponía en círculo) o un corral (posición defensiva en forma de cuadrado, reforzado por cuerdas o cadenas delante de los infantes, que clavan sus lanzas en el suelo con la punta hacia el enemigo). Son famosos los ejemplos de fuerzas de infantería disciplinada que se opuso con éxito a cargas de caballería: los piqueros suizos, los ballesteros genoveses, los arqueros ingleses o los lansquenetes alemanes.
18)
Los conrois franceses podían consistir en agrupaciones en múltiplos de cinco, en grupos de hasta 25 y 50 jinetes.
19)
La nueva montura de pico elevado y largos estribos, en la que los caballeros prácticamente iban montados de pie- era un elemento básico de la carga con lanza en ristre, pero también significaba que si el caballero era desmontado, le era sumamente difícil volver a montar en el fragor de la batalla: sus compañeros del conrois se agruparían a su alrededor protegiéndole hasta que estuviera de nuevo seguro en lo alto de su montura.
20)
La batalla, en situación de marcha, formaba de frente en tres líneas sucesivas, de unos efectivos nominales de unos cincuenta caballeros por línea. Esta formación se adaptaba en las formaciones en columna. Los sargentos, escuderos y ballesteros a caballo podían formar en los flancos y retaguardia de cada batalla, estableciendo una pantalla de protección.
21)
A diferencia del choque entre masas de caballería pesada, donde el objetivo es llegar al contacto con el enemigo para destruirlo, uno de los objetivos de la carga contra unidades de infantería es la intimidación de éstas, para que huyan del campo de batalla: si se lograba que una parte de la línea de defensa cediese, toda la fuerza enemiga quedaría debilitada. Si se mantenía ejerciendo la presión, con sucesivas cargas, que se introdujeran dentro de la brecha abierta, se lograría que el ejército contrario huyera –como en la batalla de Civitate (18 de junio de 1053), entre los normandos y las fuerzas combinadas imperiales y papales-.
22)
Con la proliferación de fuerzas de peones disciplinados, hombres de armas de infantería, el declive de la caballería se inició. La sofisticación de las armaduras de los caballeros –siglos XIV-XVI- no fueron más que un vano intento de mantener el prestigio militar y social de la elite, pero que a la larga, no pudo evitar que la infantería recuperase el prestigio perdido tras Andrianópolis (378 d.C).
23)
Ejemplos de esta brutalidad especial del campo de batalla las encontramos en la batalla del lago Copais (1313) y en Bannockburn (1314).
24)
Ejemplos de esta brutalidad especial del campo de batalla las encontramos en la batalla del lago Copais (1313) y en Bannockburn (1314).
25)
CONTAMINE, Philippe. La guerra en la Edad Media. Pág.87
26)
Los criados ejercerían tareas de sirvientes de su señor y al resto de la comitiva: aprovisionamientos, acomodación, preparación de las comidas, de las armas, de las tiendas, etc. En combate permanecían en el campamento, al cuidado de los bagajes.
27)
Estos guerreros profesionales fueron distanciándose cada vez más en la calidad del equipo acorazado de sus señores, pero no por ello fueron apartados del campo batalla. A partir de la segunda mitad del s.XII se les empieza a distinguir con diferentes nombres: servientes equites, servientes loricati, famuli, scutifieri, satellites equestres, clientes, servientes, armati, militis.
28)
En la batalla de Bouvines (1214), los franceses derrotaron a las tropas anglo-imperiales, con un ejército entre 1.000 y 1.200 caballeros, unos 2.000-2.500 guerreros a caballo y alrededor de 10.000 soldados.
29)
Los ejércitos medievales de esta época constituían una variopinta hueste, formada por combatientes y no combatientes (servidores, mercaderes, tahures, prostitutas, etc.), sin una estructura administrativa –mínimamente eficiente, a menos- o financiera, sin entrenamientos colectivos, a nivel de todo el ejército.
30)
Se ha cuestionado el papel de estas tropas del rey Pedro, afirmando que se trataba de mercenarios –llamados en el lenguaje de la época ribalds, routiers o brabançons-. Lo cierto es que se trataban de tropas feudales reclutadas a sueldo para evitar el inconveniente del licenciamiento después del período de servicio. De la misma manera que los cruzados tenían la limitación del servicio de 40 días, los contingentes feudales servían a su soberano bajo determinadas condiciones; desde el momento que aceptaban la contraprestación monetaria, estos condicionantes desaparecían. Es de comentar, pues, la previsión del rey Pedro, que quizás temiendo una campaña larga y ardua, planificó la estructura y composición de su ejército a tal fin, porfiando la posible retirada de las tropas que hubiesen expirado su servicio feudal.