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El Alcalde Sainz de Baranda

Artículo que nos narra los acontecimientos que sucedieron durante la Guerra de Independencia para que Sainz de Baranda fuese el primer Alcalde de Madrid.

Alcade Sainz de Baranda

El día 1 de septiembre de 1812 salieron los aliados de Madrid, con el Duque de Wellington (y de Ciudad Rodrigo) al frente. Todos, tropas regulares y guerrilleros incluidos, que volvían a sus habituales ocupaciones de rebanar pescuezos (y lo que no eran pescuezos) “gabachos”. Velintón, como le conocían por estos pagos a Lord Wellesley, el duque inglés, dejó una pequeña guarnición británica, apostada en el Retiro. Y al frente del Gobierno Militar de Madrid al general Carlos de España, que posteriormente se haría tristemente famoso por su celo en perseguir liberales, ya bajo el reinado del “Deseado” Fernando, séptimo de este nombre. Ya por aquel entonces el nefasto Conde de España se comportó de forma cruel con los pocos afrancesados significados y significativos que permanecían en Madrid tras la espantada de José Bonaparte y sus huestes tras la victoria aliada de Los Arapiles, cerca de Salamanca.

Después del hambre extrema que sufrió la población de Madrid, y en parte (pero menos que el común madrileño) la propia guarnición francesa, la entrada de los aliados, si bien palió la situación, no la solucionó por completo, pues continuó la miseria instalada en el pueblo madrileño. El pan no bajaba de los 35 cuartos; los impuestos establecidos por los franceses continuaban en vigor; no llegaban noticias de nuevos triunfos aliados en el campo de batalla; los ingleses se alejaban hacia Portugal; la guarnición británica en Madrid no confraternizaba demasiado con la población y mantenían ese carácter estirado típico de su comandante en jefe, y al parecer, tan extendido entre los hijos de la pérfida Albión. Además, el francés estaba de nuevo muy próximo a ocupar Madrid de nuevo. Y como esta última circunstancia cada vez se antojaba más próxima y certera, apareció el general Hill (subordinado de Wellington), y recogió a sus compatriotas acuartelados en el Retiro, y los incorporó a su ejército, que salió de Madrid el 30 de octubre de 1812, no sin antes tomar la cuando menos discutible decisión de volar la Real Fábrica de Porcelana, conocida como la China (en el lugar donde hoy se alza la turbadora escultura del Ángel Caído), con la peregrina excusa de que no sirviese de baluarte al contingente francés que se acercaba a marchas forzadas. Evidentemente, los aliados británicos se cargaron de un plumazo un molesto competidor en los lucrativos mercados internacionales de porcelana. Eso sí, para entonces la fábrica ya no estaba en funcionamiento, al menos desde 1809. Pero esa es otra historia. Vayámonos con la que nos ocupa ahora.

Madrid había quedado abandonado a su suerte, sin guarnición ni autoridades civiles y militares, pues salieron despavoridas ante la cercanía de los franceses. Hasta que surgió entre el pueblo un personaje desconocido hasta entonces, o al menos, poco conocido. Este caballero fue don Pedro Casto Sainz de Baranda y Gorriti, quien asumió la autoridad en Madrid, cargando según Mesonero Romanos, “sobre sus hombros la inmensa responsabilidad de tal resolución”. En el caos, Sainz de Baranda, ejemplo de esforzada abnegación y responsabilidad, supo manejar con mano dura cualquier atisbo de anarquía en la castigada urbe capitalina. Quizás por ello algunos le llamaron “El Dictador de Madrid“. Mesonero Romanos le calificó de “régulo” (reyezuelo), aunque suponemos que sin mala intención, pues llegó a admirar su determinación. El carácter de Sainz de Baranda, fuerte y honesto, le atrajo enseguida la simpatía y apoyo de los honrados vecinos de Madrid. Le ayudaron en su ingente tarea una compañía de veteranos inválidos acuartelados en San Nicolás (cuartel que toma el nombre de la calle donde se situaba, próximo a la iglesia de San Nicolás de los Servitas). El improvisado alcalde (cuyo esfuerzo y obstinación le mereció como homenaje de la ciudad el nombre de una importante calle madrileña) conservó como pudo, bien que mal, el orden en las turbulentas calles capitalinas, en los edificios públicos y se encargó de un traslado de poderes pacífico y eficaz a las autoridades francesas, ya de vuelta y escoltadas por sus poderosas tropas. Los franceses entraron en Madrid el dos de noviembre de 1812, siendo recibidos por los madrileños con un silencio sepulcral, sólo roto por las Conmemoraciones de los fieles difuntos, tañidos fúnebres de las campanas de las parroquias. Las tropas francesas partieron de nuevo el 7 del mismo mes, hacia sus respectivas operaciones, pues la guerra continuaba con indescriptible intensidad.

De nuevo el señor Sainz de Baranda se ocupó de organizar la ciudad, apoyado en esta etapa por algunos efectivos de Juan Martín el Empecinado, general guerrillero (ejecutado en 1825 dentro de la brutal represión llevada a cabo por Fernando VII contra todo lo que sonase a liberal). Mantuvo el orden en Madrid durante todo el mes de noviembre, siendo admirado por ello por el vecindario y aún por el lejano Gobierno instalado en Cádiz, cuyos miembros tuvieron a bien conceder a don Pedro el título de jefe político de la provincia, pero no pudo ejercerlo por una razón muy sencilla y a todas luces comprensible. Volvieron los franceses, y esta vez con el mismísimo rey José al frente, que por última vez ocupó la ciudad, permaneciendo en ella durante algunos meses. Las cosas habían cambiado mucho, pues los franceses ya no eran las tropas altaneras de Murat, sino un contingente agotado por largos años de dura lucha en un terreno muy hostil. Los madrileños aprendieron a mirarlos como unos huéspedes transitorios.

Pero hemos de ver más tarde a don Pedro de nuevo en el puesto de alcalde, un cargo político local que antes de él se denominaba regidor y corregidor. Pues fue el primer alcalde constitucional de Madrid. Fue a raíz del levantamiento de Riego en 1820, quien reclamó la vuelta a la legalidad de la Constitución de 1812, derogada en 1814, cuando Fernando VII asumió los poderes absolutos del Antiguo Régimen. El poeta Manuel Eduardo Gorostiza habló a los vecinos de Madrid desde el balcón del Ayuntamiento y propuso a la multitud la elección de Sáinz de Baranda, aclamado por el pueblo, que recordaba su actuación durante los años de la guerra contra los franceses. En marzo de 1820, Fernando VII, muy a su pesar, aunque trató de disimularlo muy bien (recuérdese su célebre frase «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional»), juró la Pepa (la Constitución del 12) en un acto presidido por el alcalde Sainz de Baranda, quien además ordenó publicar en los edificios públicos un bando que decía lo siguiente:

“El Rey ha jurado, libre y espontáneamente, a las seis de la tarde, en presencia del Ayuntamiento constitucional provisional de esta villa, la Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812, y ha dado orden el general don Francisco Ballesteros para que jure igualmente el ejército; en su consecuencia, ha acordado el mismo Ayuntamiento que haya iluminación general y repique de campanas por tres noches, empezando desde hoy”.

Cumplidos los objetivos que se marcó al comienzo de su mandato, Sainz de Baranda dimitió de su cargo unos meses después. Falleció mucho más tarde, en 1855.

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Bibliografía, Créditos y menciones

Texto y fotografías propiedad de Diego Salvador Conejo