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El yacimiento de Los Bañales cuenta con Poblado, termas, acueducto, necrópolis, monumentos funerarios y el espacio Los Bañales.
Poblado
Seguramente, la faceta menos conocida de la ciudad de Los Bañales la constituye la que tiene que ver con el hábitat doméstico y con el urbanismo. Ambos asuntos constituyen, de hecho, uno de los objetivos de estudio prioritarios del actual Plan de Investigación de la Fundación Uncastillo en el yacimiento.
Con los datos arqueológicos que arrojan las actuaciones de J. Galiay en el cerro de El Pueyo, y de A. Beltrán Martínez, J. A. Hernández Vera, J. Mª Vilades y M. Á. Zapater en el área de acceso al yacimiento –presidida por dos sensacionales columnas de arenisca de mediados del siglo I d. C.– sabemos que la ciudad romana de Los Bañales repartió sus espacios domésticos tanto por la cumbre de El Pueyo –la montaña que preside el conjunto arqueológico– como por su segunda terraza así como también por el espacio llano ocupado por las dos columnas antes citadas. Éste es, precisamente, y a día de hoy, el espacio doméstico más claro, con viviendas típicamente romanas organizadas en torno a un patio central y abiertas a la calle por medio de un área porticada a la que, de hecho, pertenecen dichas columnas y el arranque, aun conservado, de algunas otras. Las viviendas estaban construidas con notables sillares de piedra en sus primeras hiladas y decoradas con estuco y pintura si bien la mayor parte de su estructura sería de tapial. No se trata, pues, esta zona, de un foro o macellum como se ha venido sosteniendo hasta hace bien poco sino de parte de la retícula urbana adaptada al natural desnivel del terreno de ahí la presencia de una monumental escalinata que ponía en comunicación una parte alta con otra inferior. En cualquier caso, el conjunto está siendo actualmente objeto de revisión por parte de un equipo de la Universidad de Zaragoza que publicará los resultados en un monográfico que, próximamente, la revista Caesaraugusta, de la Institución Fernando el Católico, dedicará a Los Bañales.
El otro espacio doméstico debe buscarse en El Pueyo tanto en la cumbre –donde algunos monumentales sillares permiten pensar, en cualquier caso, en la existencia también de algún edificio de carácter público– como en la segunda terraza a la que aun hoy se accede por un tramo de calle empedrada con acera y en la que todavía no se han llevado a cabo excavaciones sistemáticas. La primera terraza de El Pueyo, sin embargo, pudo estar reservada a fines de carácter público. Así permiten evidenciarlo los restos de la edificación que J. Galiay denominó “templo”. Aunque esta identificación no está del todo cerrada, sí es evidente que la concentración de pedestales y elementos moldurados de notable envergadura permite pensar en que quizás nos encontremos ante parte del área pública de la ciudad.
Termas
Más allá de un simple espacio de baños, las termas –casi al modo de nuestros modernos gimnasios, spas y centros termolúdicos– constituían parte fundamental de la vida cotidiana, social e incluso política romanas. A las termas los romanos acudían, efectivamente, para bañarse pero también para cultivar sus relaciones sociales. Sin lugar a dudas, las termas constituyen el edificio más representativo del conjunto arqueológico de Los Bañales y, seguramente, el que ha dado nombre a todo el yacimiento. Aun prácticamente en pie cuando J. B. Labaña –que alude a ellas como “La Casa”– las visitó en 1610, éstas fueron objeto de excavación sistemática primero por J. Galiay –en los años cuarenta– y después por A. Beltrán –en la década de los setenta– que, además, lideró una restauración del conjunto, a cargo de los técnicos Antonio Almagro Gorbea y Manuel Tricás. En líneas generales, la propuesta de interpretación trazada por A. Beltrán sigue siendo válida aunque con algunas oportunas matizaciones anotadas en el contexto del actual Plan de Investigación del yacimiento y de la puesta en valor del conjunto.
Las termas ocupan una extensión aproximada de 530 m2 en los que sobresalen dos cuerpos, uno hacia el Norte –que constituye el área de vestíbulos de acceso (V en la planta) – y otro hacia el Sur –la piscina del frigidarium (Pi en la planta) –. A partir de un recorrido por todas y cada una de sus estancias puede comprenderse cuál sería el circuito habitual empleado por los usuarios de este edificio al que se ha estimado una capacidad de unas sesenta personas al mismo tiempo.
Quien hoy accede a las termas de Los Bañales desde el aparcamiento ubicado en el centro del área monumental del yacimiento lo hace por el mismo lugar por el que se accedería a ellas en época romana. Así, en el espacio Noreste del complejo debió situarse una monumental fachada de la que hoy sólo pueden verse el umbral de la puerta así como uno de los monumentales pilares –con pilastras adosadas– que flanqueaban dicho acceso. A partir de esa puerta se accedía, tras un primer vestíbulo seguramente pavimentado con mosaico en blanco y negro y a través de un cuerpo de escaleras, a una pequeña sala de espera con banco corrido. Ésta, a través de un pequeño espacio abovedado pavimentado con opus signinum, conducía a la estancia más representativa de las termas de Los Bañales: el apoydterium o vestuario (A en la planta). En él todavía pueden observarse hasta quince notables hornacinas destinadas a servir de taquilla para la ropa de los bañistas. Los materiales procedentes de dicha estancia y que hoy se conservan en el Museo de Zaragoza nos permiten suponer que su suelo estaba cubierto con mosaico y que sus paredes iban recubiertas de pintura en tonos ocres y verdes. Desde el vestuario, el bañista podía organizar su circuito termal favorito accediendo por dos puertas y según sus preferencias bien directamente al frigidarium –la sala fría, por la puerta ubicada al fondo del apodyterium, a la izquierda (F en la planta) – bien al tepidarium –la sala templada, por la puerta ubicada al fondo del vestuario, a la derecha (T en la planta) –. De igual modo, una sencilla puerta lateral –seguramente de servicio– ponía en contacto el vestuario con la zona de servicios y de hornos, al Oeste del conjunto, y que técnicamente, denominamos propnigeum (Prop., en la planta).
La sala templada o tepidarium tomaba el calor a partir de tres pasos de calor practicados en forma de arcos desde el caldarium. Era un espacio destinado a la aclimatación térmica previa al paso a aquélla, la sala mayor de todas las termas. Ésta (C en la planta), ubicada en el flanco Oeste del conjunto ocupaba una extensión de casi 85 m2. Todavía hoy pueden apreciarse, en las paredes laterales de la estancia, las marcas para el establecimiento de la doble pared o concameratio que permitía, a través de diversas tuberías y de un forrado de tegulae mammatae, la circulación del calor a modo de sauna. Es posible, además, que la estancia contase con una gran bañera de agua caliente y tal vez también con una fuente de agua fría donde pudiera refrescarse el bañista (al. y al./lb., en la planta). Tras el caldarium, nuevamente hacia el Oeste, debemos suponer se abría todo el espacio de hornos y calderas que permitían el adecuado funcionamiento de las termas, una zona de servicio que, por tanto, sugiere esperar que alguna calle de la ciudad flanquease dicha área para facilitar el acceso de los proveedores. Por último, y en el otro extremo del conjunto, la sala fría o frigidarium (F en la planta) contaba en su parte final con una piscina (pi., en la planta) a la que se accedía tras tres peldaños y en la que, además, fue hallado un tubo de plomo de desagüe que puede hoy contemplarse en los paneles explicativos recientemente instalados en el lugar y que se conserva en el Museo de Zaragoza. Pegada a la fachada Este –y de acceso– del conjunto es bastante plausible pensar en la existencia de una hilera de letrinas abiertas a la calle y que permitía al bañista solucionar sus necesidades fisiológicas antes de entrar en el conjunto termal o, incluso, sin acceder a él, directamente desde la calle (La., en la planta).
Por los materiales empleados y por el tipo constructivo, el conjunto debe fecharse en la segunda mitad del siglo I d. C., exhibiendo, además, una modalidad de circuito termal muy parecida a la de las termas de Bilbilis (Calatayud, Zaragoza), Arcobriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) y, especialmente, a las de Labitolosa (La Puebla de Castro, Huesca), con las que las termas de Los Bañales mantienen una similitud arquitectónica ciertamente notable.
El acueducto
Tan representativo como las termas, el acueducto de Los Bañales permite una excelente aproximación a los sistemas de captación, conducción y distribución del agua en las ciudades romanas. El hecho de que en la actualidad se conserven evidencias de los sistemas funcionales asociados a cada una de dichas tareas así como la singularidad de las soluciones arquitectónicas que Roma empleó en ellas convierten este conjunto en uno de los más singulares de las provincias hispanorromanas.
La reciente puesta en valor del yacimiento permite al visitante realizar un agradable paseo que le permite reconstruir el itinerario seguido por el agua en sentido inverso, desde el centro de la ciudad –si es que bajo la actual Ermita de Nuestra Señora de Los Bañales debe buscarse la cisterna final de regulación del agua (castellum aquae)– hasta la supuesta toma de agua de la conducción (caput aquae), aún objeto de discusión por la investigación.
Aunque durante algún tiempo se pensó que el agua transportada por el acueducto procedía del río Arba de Luesia –varios kilómetros al Este del área arqueológica de Los Bañales– el modo cómo los textos clásicos desaconsejan tomar agua directamente de ríos (se prefería tomarla de manantiales y fuentes) y la escasa pendiente que, en algunos puntos, dicho trayecto entre el Arba y el tramo de conducción elevada que representan los pilares del acueducto pudiera tener permiten dudar de dicha propuesta. Por eso, a día de hoy se sugiere que el agua pudiera proceder de algún manantial ya perdido ubicado en el término municipal de Biota y cuyas aguas serían reguladas a través de una monumental presa actualmente en proceso de estudio y excavación y cuya visita es un extraordinario complemento a la de Los Bañales. Desde ella, y a través de algún tipo de azud indeterminado, el agua pasaría a una conducción subterránea en ligera pendiente que bordearía la notable colina de Puy Foradado –que, contra lo que su nombre puede sugerir, no debió estar perforado en la Antigüedad– hasta llegar a un tramo de hasta treinta y dos pilares, el más conocido y monumental de este sistema hidráulico. Sobre ellos el agua discurriría a través de un canal metálico o cerámico ya perdido y que debió ir bien ajustado a los pilares. Así permiten demostrarlo los orificios que éstos exhiben en su parte final, tal vez pensados también para la instalación de los andamiajes que permitieran la limpieza y acondicionamiento de la obra cuando éstas fueran precisas. Salvado el espacio de llano existente entre Puy Foradado y las colinas que circundan el área monumental de la ciudad, el agua proseguiría su curso por medio de un canal excavado en roca (specus) y que albergaría también bien una tubería de cerámica bien, más probablemente, una metálica, hoy ya perdida. Al pie, precisamente, del tramo de specus que se ha señalizado recientemente el visitante puede observar las espectaculares evidencias de una cantera romana de aprovisionamiento de piedra para los bloques que, superpuestos y con una ligera camada de argamasa, conformaban los pilares del acueducto.
Los últimos hallazgos de tramos de specus en roca permiten constatar que el agua se dirigía hacia el área de la Ermita y que, desde ella se distribuiría a las diversas necesidades de la ciudad, las termas, lógicamente entre ellas. En tanto que parece que el acueducto se construyó en función de las termas, habría que fecharlo también hacia la segunda mitad del siglo I d. C. Tal vez la elevación al estatuto municipal de la ciudad de Los Bañales en dicho momento estimuló –como por otra parte está bien documentado en la Hispania Romana– un notable programa edilicio que, en el caso del acueducto, si bien pecó de poco estético, resolvió de una forma práctica y admirable la cuestión del abastecimiento de agua.
Necrópolis
Como todavía sucede en la actualidad, toda ciudad romana estaba dotada de, al menos, un espacio funerario. Es el que denominamos necrópolis. Para un habitante de cualquier urbe romana, las necrópolis –normalmente ubicadas al pie de las vías de acceso a la ciudad y en áreas bien delimitadas– constituían un paradigma del cuadro social cívico. A través de los nombres de los difuntos, de su estatuto social (esclavos, libertos, oligarcas municipales…) y, sobre todo, del tipo de monumento escogido por los herederos del difunto para perpetuar la memoria de aquél, cualquier viajero adquiría –casi sin quererlo– una cierta imagen social de la ciudad. El coste que suponía cada monumento garantizaba este reflejo. Así, en las necrópolis alternaban las fosas comunes con los sencillos sepulcros de incineración en urnas cerámicas apenas advertidas al exterior por sencillas estelas inscritas. No faltaban los suntuosos monumentos funerarios familiares al alcance, sólo, de los más influyentes. El calendario romano reservaba, además, determinadas fechas para ceremonias de veneración de los difuntos a los que se ofrendaban objetos (fiestas de feralia) o rosas (fiestas de rosalia) o en cuyo honor se celebraban banquetes. Ahí estriba, de hecho, la raíz de nuestros días de difuntos y ello, precisamente, convertía la necrópolis en un espacio en el que convergían el mundo de los vivos y el de los muertos.
Estos paradigmas teóricos se cumplen a la perfección en la que suponemos fue la necrópolis de Los Bañales. Su ubicación, de hecho, se ha planteado recientemente en función de los últimos hallazgos. Ya J. Galiay, el primer arqueólogo que excavó en Los Bañales en la segunda mitad de los años cuarenta del pasado siglo, advirtió de la presencia de estelas funerarias, fragmentos de altares y lo que él denominó “sarcófagos lisos” en torno a un pequeño montículo ubicado en la ladera suroriental de El Pueyo. Efectivamente, de allí procede una estela de arenisca alusiva al sepulcro de Lucretia, hija de Crispinus, de once años de edad y de Lucretius Crispinus, seguramente el padre de la joven. La estela, con un precioso retrato funerario y un creciente lunar se conserva hoy en el Museo de Zaragoza en una sala dedicada a la romanización de las Cinco Villas. Pero, sin duda, es la cupa de Chresima el monumento más característico del conjunto. Se trata de un sepulcro en forma de medio tonel, de casi dos metros y medio de largo y destinado a contener en su interior una urna con las cenizas de la citada Chresima. El sepulcro fue erigido por su marido, un tal Sempronius, seguramente hacia el siglo II d. C. momento a partir del cual se debió ponerse de moda en la zona este tipo de sepultura. Otra cupa esta vez sin inscripción y fragmentada aun puede verse in situ en la necrópolis de Los Bañales y hasta seis proceden de las áreas cementeriales de varias villae del entorno (una, espléndida, se puede contemplar hoy en un muro de la C/San Felices, en Uncastillo). Tal vez de la necrópolis procedería la placa alusiva a una tal Plotia que se encuentra embutida en el muro occidental de la Ermita de Nuestra Señora de Los Bañales.
La vía romana que atravesaba la zona debió discurrir, según los últimos estudios, precisamente al pie de esta zona funeraria lo que, sin duda, aumentó las prestaciones propagandísticas y auto-representativas de la misma. A juzgar por las necrópolis de otras ciudades romanas y villae de la zona (Sofuentes, Campo Real, Farasdués, Santa Crís de Eslava…) no faltarían en ella monumentales altares funerarios o monumentos colectivos de notable envergadura que, tal vez, aun esperan a los arqueólogos.
Los monumentos funerarios
Las ciudades antiguas y de modo especial las romanas no pueden concebirse sin su territorio. En él radicaba, habitualmente, la riqueza económica de la ciudad. Y en el paisaje que configuraba dicho territorio eran parte fundamental las villae, espacios de residencia y producción de las oligarquías municipales. Éstas alternaban una parte residencial (pars urbana) con un espacio productivo (pars fructuaria). En ellas o bien vivía la familia completa o bien sólo el administrador (vilicus) de las propiedades agrarias pues con frecuencia los propietarios de las villae (posessores) eran magistrados y desempeñaban cargos políticos en las ciudades. De hecho, los tratados de agricultura romanos recomendaban a los grandes terratenientes que sus villae agrarias no estuvieran muy lejos de la ciudad para, desde ella, poder personarse cuando fuera oportuno y supervisar así el trabajo de los administradores. Como centros productivos, las villae estaban bien comunicadas, protegidas de las inclemencias atmosféricas, próximas a canteras y a corrientes de agua, etcétera. La conservación de este paisaje romano en el entorno de Los Bañales ha resultado, de hecho, excepcional.
Muchas veces era en las villae donde los propietarios instalaban sus monumentos funerarios. El enterramiento en áreas urbanas exigía el pago de una serie de impuestos municipales de los que estaba exenta la propiedad particular lo que –unido a las ventajas propagandísticas que brindaban las vías de salida de las ciudades, a cuyos pies se instalaban estas villae– hizo my frecuente esta práctica. Desde época altoimperial la ciudad de Los Bañales estuvo rodeada de aquéllas. La Estanca de la Bueta (Layana) o Puyarraso y La Pesquera (Uncastillo) constituyen buenos ejemplos de ello.
A dos de estas villae –una de época altoimperial (siglo I d. C.) y otra de época tardoantigua (siglo IV d. C.)– pertenecen los monumentos funerarios del Mausoleo de los Atilios y del Mausoleo de La Sinagoga respectivamente. El primero debió construirse en la época álgida de la vida urbana en Los Bañales, poco después de que la ciudad hubiera recibido su condición de municipio en época Flavia (último cuarto del siglo I d. C.). El segundo, en cambio, testifica la regresión de la vida urbana a partir de las alteraciones del siglo III d. C. momento en que la inestabilidad social y económica obligó a los notables a refugiarse en sus villae, dotadas entonces de muchas más comodidades que antaño y de un lujo muchas veces fascinante.
El Mausoleo de los Atilios está situado en el término municipal de Sádaba, seguramente al pie de la vía que unía la ciudad de Los Bañales con Cara (Santacara, Navarra) y tal vez con la Galia a través de las ciudades que hubo en Sofuentes y Campo Real. Hoy se llega a él desde la carretera que une Sádaba y Uncastillo, tomando un desvío señalizado hacia la izquierda. Lo que hoy queda del monumento es sólo la impresionante y suntuosa pared de arenisca perteneciente a un recinto funerario (seguramente a cielo abierto) que albergó los restos mortales de C. Atilius Genialis, L. Atilius Festus y Atilia Festa, abuelo, padre e hija –que actuó como dedicante del conjunto– de una de las familias que, presumiblemente, desempeñó algún cargo público municipal en Los Bañales. Así permite constatarlo el hecho de que tanto C. Atilius como L. Atilius estén adscritos a la circunscripción jurídica denominada Quirina tribus, citada en las inscripciones que coronan las tres hornacinas principales del conjunto. Éste, además, está profusamente decorado con motivos alusivos a la fecundidad, la perennidad y la celebridad que, por otra parte, están documentados también en conjuntos funerarios próximos como los de Santa Crís de Eslava (Navarra) o de Sofuentes (Zaragoza). El poder de los Atilii debió ser notable en la zona conservándose también una inscripción alusiva a otro Atilius en la Ermita de Nuestra Señora de Diasol, en Malpica de Arba (Zaragoza) y aun una tercera en la vecina localidad de Sofuentes. En la terraza que ocupa el monumento funerario de los Atilios debió extenderse la parte arquitectónica de la residencia de esta singular familia de las romanas Cinco Villas.
Por su parte, el Mausoleo de La Sinagoga obedece a un momento y a un concepto arquitectónico y constructivo bien diferente. Se accede a él a través de la vía de servicio que discurre paralela al Canal de Bardenas, a la salida de Sádaba en dirección a Uncastillo. Construida en una singular alternancia de piedra y ladrillo –opus mixtum, muy en boga en la denominada tardoantigüedad (ss. III-V d. C.)– también constituye el monumento funerario seguramente familiar de una notable villa del siglo IV d. C. No en vano, en la misma zona, a apenas cien metros, pueden contemplarse las excelentes termas privadas de que ésta disfrutaría. Según la restitución tradicional de su estructura, ésta constaría de un pequeño atrio de acceso con columnas y flanqueado, seguramente, por dos perdidas estatuas de las que ahora sólo quedan sus hornacinas –y que actuaría de vestíbulo– y una gran sala cuadrangular con dos exedras laterales. La técnica constructiva y el modelo arquitectónico tienen su inspiración en los grandes monumentos funerarios posteriores al siglo II d. C. tanto de Roma (el Mausoleo de Adriano, por ejemplo) como peninsulares (el Mausoleo de Centcelles, en Tarragona).
Ambos monumentos –estudiados por dos de los más insignes historiadores que ha tenido nuestro país, R. Menéndez Pídal y A. García y Bellido– son un excelente complemento a la visita al conjunto monumental de Los Bañales pues permiten que nos aproximemos a los gustos estéticos de la elite de la ciudad.
Espacio Los Bañales
Desde Julio de 2009, el yacimiento arqueológico de Los Bañales cuenta con un espacio interpretativo monográfico en la nueva Oficina de Turismo de Uncastillo, situada a la entrada del pueblo girando a la izquierda, dirección Luesia, en la C/Ramón y Cajal. Es el denominado “Espacio Los Bañales”.
En dicho espacio, además de folletos e información documental sobre Los Bañales, el visitante puede complementar su visita –o prepararla– a través de varios paneles explicativos que se detienen en aspectos de la historia de la ciudad romana y también en los avatares de su investigación. Además, se proyecta un audiovisual que reconstruye –de forma ideal pero, desde luego, muy sugerente– el aspecto material de la urbe que ocupó el solar de Los Bañales entre los siglos II a. C. y III d. C. Está previsto, además, que en la primavera de 2010 se instale en el lugar una maqueta del territorio de influencia del yacimiento en época romana, maqueta que, desde luego, seguirá potenciando este espacio informativo como visita de referencia para quien quiera acercarse con aprovechamiento a Los Bañales.