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Cada año, 40 días después del Jueves Santo, Ponteareas celebra su fiesta más importante, el Corpus Christi. Esa noche las calles se cubren con verdaderas alfombras creadas de la nada compuestas por flores y material vegetal, colocadas con tino e ilusión a la espera de que, a la mañana siguiente, sólo unas horas después de haberlas terminado, el cortejo religioso pase sobre ellas y solo queden, para el recuerdo, miles de documentos fotográficos. Y gráficos también. Ahora os cuento.
A pesar de existir numerosas referencias documentales a la festividad, todavía no puede establecerse una fecha clara de su origen, con todo, nos quedaremos con las fuentes que la sitúan en torno al siglo XVII. Sobre los motivos que dan lugar a la celebración, otras mil explicaciones: la llegada de algún emigrante retornado que conociese la tradición y la implantase en la villa (sí, señores, Ponteareas es villa, a Madrid solo le envidia lo de “Real”), que se utilizasen flores para cubrir los baches de las calles por donde pasaría la procesión religiosa, que algún vecino iniciase la tradición colocando flores aromáticas al paso de esta última… El caso es que, como siempre, una cosa va llevando a la otra, y al final se acabaron creando complejos, hermosos y efímeros tapices de flor que hoy en día son conocidos internacionalmente, fruto de hermanamientos con países desde Italia hasta Japón.
Pero todo lleva su tiempo, y cada año la nueva alfombra empieza a gestarse justo desde el instante en que desaparece la anterior tras el paso de quien los más devotos llaman El Santísimo. Casi como una alegoría de la vida: una alfombra muere, mientras otra nace.
Y ahora, discúlpeme usted si es que puede, contaré esta historia desde un punto de vista, el de mi calle: Reveriano Soutullo.
Suena la banda de música, llegan los primeros pies a la cabecera de la alfombra: monaguillos, niños que acaban de hacer la comunión, el sacerdote, algún que otro político (estos nunca se pierden nada). Desde los balcones y ventanas, los alfombristas, pontareanos o no, vecinos de la calle, familias… se asoman para ver como 12 horas de trabajo desaparecen. Lo celebran volcando cajas de pétalos de las flores restantes sobre El Santísimo y sus custodios. Sonríen, algunos lloran, y se abrazan. Un año pasa, y allí siguen todos. Porque los que faltan están presentes. Entonces se escucha “Bueno, pues el año que viene, deberíamos hacer una cabecera con más color, y un centro sencillo, se me ocurre…”
Lo primero es buscar un tema, dar un sentido a la alfombra, y adaptarlo a la calle. La nuestra, una calle recta y cuesta abajo, no demasiado pendiente, de 65 metros de largo y 5,20 de ancho. Como la fiesta tiene un tinte religioso evidente… allá vamos: “¿un pasaje bíblico?” “¿Qué tal celebrar el aniversario de San Fulanodetal, que este año es blablablá” o “Bueno, este año podíamos dedicársela a Galicia… ¿y si ponemos una figura de Breogán?” y se llega a un consenso, o al menos se intenta… Este año, 2016, el protagonista fue un ángel músico, extraído casi con toda seguridad de las Cantigas de Santa María. O no, porque las cosas se cuentan… pero no del todo. Lo más bonito de Corpus es el halo de misterio que lo envuelve todo. La idea nace allí, en los balcones, y va tomando cuerpo, poco a poco, a lo largo de los 12 meses restantes. Pero sólo un grupo de 2 o 3 privilegiados sabrá cuál va ser la próxima alfombra, la mayoría lo descubrirá a pié de calle, la misma noche que vaya a elaborarla.
Definido el argumento, hay que hacerlo real. Se inicia entonces un proceso quasi mágico que puede durar meses. El grupo de privilegiados “diseñadores” llamará a aquellos que saben guardarán el secreto. Se pasa el diseño a escala, tamaño folio, un A4 de toda la vida. Después, se “plantilla” en plásticos que deben picarse para luego poder pasar ese dibujo al asfalto. Me explico y pongo al lector en situación:
Esto es, dos hermanos, sus familias, algún vecino selecto de la calle y poco más, que en un lugar que el resto de pontareanos desconocen (ya me remití anteriormente al misterio), tienden unos enormes plásticos cortados a medida de la calle, y pasan aquel dibujo en A4 a tamaño real. Olvídese usted de tablets o complejos programas informáticos. La tradición es la tradición: una cuadrícula, un rotulador, y una visión espacial impresionante. Hecho esto, se agujerea el plástico: se ha creado la plantilla. Días después esta se extenderá sobre el suelo la noche de Corpus, y con tiza se marcarán los puntos que luego deberán unirse para dar vida al diseño que luego se cubrirá de flor.
Pero ¡ojo! Siempre hay roles: No importa mucho quien ayude a plantillar el dibujo, pero son los hombres quienes pican el plástico y los niños quienes, tiza en mano, rellenan los huecos a primera hora de la noche… Aunque cabe señalar que, la naturaleza, irónica e inteligente ella, sólo ha dado hijas a muchos de esos “picadores”, así que… amigos, pronto cortarán también ellas.
Y hasta aquí el dibujo. Se preguntará el lector cómo se cubren tantos metros de calle para crear esos maravillosos tapices (no confunda usted la implicación con la fiesta de quien escribe con los adjetivos que utiliza, son plenamente objetivos). Los alfombristas hablarán siempre de “material”. Material son las flores y elementos vegetales como árnica, coca, carrizas, fiuncho, clavel, hortensia, pampullo… Un proceso de recolección que se inicia los meses previos a la festividad y que intensifica su ritmo los últimos días. Es algo tan sencillo y complejo a la vez como “tirarse al monte” y localizar lo estipulado. Cabe decir que la calle protagonista de esta entrada nunca ha utilizado flor teñida, sino que se ciñe al color natural del material al que tiene acceso, de ahí que en muchas ocasiones haya que adaptar el diseño al material, y no al revés.
Para abarcar todo esto es necesario disponer, primero, de voluntarios que se organicen en grupos y se impliquen en la recogida, y segundo, un local donde guardarlos. De nuevo un espacio que el resto de calles alfombradas desconocen… misterio, amigo lector, ese que tanto caracteriza a Galicia, terra de meigas. ¡Ah! Importantísimo: se guarda en secreto sumarísimo el lugar en que cada calle recoge el material, la razón es bien sencilla: si otros conocen el secreto, se adelantarán en la recogida y dejarán a la competencia sin material. No suele pasar, pero…
Ahora bien, recogido y almacenado el material hay que trabajarlo. Se inicia el “deshoje”. Y otra vez los roles, pues la tradición manda que sean las mujeres quienes desmiembren el material, quienes “peneiren” carrizas y fiunchos, clasifiquen pétalos y colores. Hay una razón: Todo de lo que les he hablado nace de la entrega del precioso tiempo libre de cada uno de los alfombristas, y aunque el diseño sea un trabajo duro, la recogida del material y el deshoje son las actividades que más tiempo implican. Si el primero se hace en grupos mixtos, el segundo lo llevan a cabo, tradicionalmente mujeres: amas de casa, por aquel entonces, con más tiempo libre, se decía. La realidad es que hoy el deshoje tiene lugar de noche y toda la familia participa de él. Se podrán imaginar lo buena excusa que es para algún que otro niño para poder trasnochar como hacen los mayores.
Y, finalmente, tras largas noches deshojando y fines de semana plantillando, llega el día de Corpus Christi. Ponteareas se paraliza, las calles se limpian y cortan al tráfico. Suena la música en altavoces por todo el pueblo. Cae la noche y se encienden los focos que iluminarán la vista cansada de los voluntarios.
Se abren los portales a pié de calle donde con tanto secretismo se han ocultado el dibujo y el material. Se cuelga el primero de la puerta de uno de ellos. Es, en Reveriano Soutullo, el portón verde del Taller. Se extienden los enormes plásticos con las platillas. Los niños marcan con tiza, los mayores unen los puntos… El dibujo queda plasmado en el asfalto. “¡Qué bonito!” “Va a quedar muy bien…” “Bueno, ¡a ver a qué hora de la madrugada terminamos este año!” Empieza el perfilado con árnica y coca, sigue el relleno con colores…
Los que tienen el don, a las cabeceras, donde está el Breográn o San Fulanodetal, los demás, al cuerpo de la alfombra. Y así, poco a poco se crea el tapiz. Mientras tanto, curiosos y competencia pasea por las aceras mirando al que, de rodillas o como puede, va elaborando su alfombra. Evidentemente el libre albedrío no existe. Hay personas, diseño fotocopiado en mano y paciencia en el alma, que explican ayudan, y corrigen a quienes con la mejor voluntad se echan a las calles y participan de la tradición. Ellos organizan, llevan el ritmo… En el Taller, otros reparten café, bizcocho y ánimo.
El caso es que, la noche de Corpus, las casas se abren a toda la calle, la gente se reúne, las familias se reencuentran, las tensiones se liman, y el arte toma forma.
Son las 7 de la mañana, la alfombra de la calle Reveriano Soutullo está terminada y los voluntarios se toman un chocolate caliente mientras comparten las anécdotas de la noche… hacen tiempo, no quieren dormirse. Ahora irán a sus casas, se pondrán de punta en blanco y esperarán desde el balcón a ver pasar la procesión.
“Qué os parece si el año que viene ponemos los Dados y Tablas de las Cantigas? Puede quedar un centro bonito…” Quién sabe, está usted invitado.