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Cementerio inglés de Linares Protestante

El cementerio inglés de Linares fue el primer camposanto protestante de Andalucía. En él reposan personalidades que de la historia industrial de la ciudad

“Puedo mencionar un ejemplo de tolerancia. Difícilmente me esperaba en esta parte de España encontrar un cementerio protestante junto al cementerio general del lugar”.

Con estas palabras Thomas Sopwith, propietario de la Mina-Fundición La Tortilla y primer vicecónsul británico de Linares,  define en 1864 un espacio que, sin lugar a dudas, constituye un vestigio de crucial importancia para el estudio de la población inmigrada desde la óptica sociocultural. El Cementerio Inglés de Linares supone, junto con los cementerios ingleses de Málaga y el de Minas de Río Tinto (Huelva), uno de los tres únicos reductos funerarios de la colonización británica en Andalucía.

Los enterramientos que de forma ininterrumpida se van efectuando en el cementerio inglés, denotan algo más que una curiosa sucesión cronológica de inhumaciones: relaciones sociales con la población local y con otros inmigrados, grado de apego e integración de los británicos, incursión del protestantismo en nuestras latitudes y consecuencias de la presencia inglesa durante  la Segunda Revolución Industrial.

La liberalización de la minería y de otros sectores como el ferrocarril desde 1849,  se erigen como factores explicativos de la presencia británica tanto en Linares como en el Distrito Minero. Empresarios y peritos vendrán a probar suerte en el sector extractivo tras la infructuosa iniciativa de algunos propietarios españoles.

La tecnología británica empleada en Cornualles (tecnología Cornish) permitía el laboreo minero de forma más eficiente y fructífera que la anquilosada tecnología empleada hasta entonces. Inexorablemente, la necesidad de controlar los negocios y explotaciones mineras corre paralela al  afincamiento de los británicos en Linares, concretamente en el casco antiguo de la ciudad; zona privilegiada por excelencia.

Toda esta revolucionaria coyuntura tecnoeconómica, vendrá secundada por un flagrante aumento demográfico condicionado por la inmigración tanto interna como foránea. Pero amén de sus pretensiones crematísticas, los ingleses querían también ver cumplidos sus anhelos espirituales. Sólo de esta manera entenderíamos la presencia de un cementerio inglés en nuestra ciudad. Pues la legislación isabelina, netamente confesional, no permitía que individuos de otras ramas, que no fuese el catolicismo, disfrutasen de los mismos privilegios funerarios que el resto de la población autóctona, supuestamente católica. Esto es, enterrase en el cementerio “municipal” de de la ciudad.

Ante esta tesitura, los familiares y compañeros de James Gorge Remfry, fallecido en 1855, decidieron ubicar su tumba aneja  al muro meridional del cementerio construido en este mismo año. Posteriormente, se procedió a cercar el espacio que circundaba dicha inhumación a objeto de  evitar posibles deterioros y profanaciones; hasta que finalmente, Tonkin y Kendall,  influyentes personalidades vinculadas a Linares Mining Company, creada por la Agencia británica Taylor & Taylor y pionera en la explotación de las minas de Linares, gestionasen los trámites necesarios para hacerse con los terrenos y, de esta forma, definir los límites con los que contará el cementerio inglés  desde mediados de los años sesenta del siglo XIX hasta nuestros días.

     La tolerancia que se palpa en el corpus legal del Sexenio Revolucionario junto con la consolidación del liberalismo económico preconizado por la Restauración Borbónica, convierten a la inmigración extranjera en un grifo que no para de gotear hasta el primer tercio del siglo XX.  Todo ello desemboca en unas consecuencias dignas de análisis.

Desde el punto de vista ideológico, las logias masónicas y las tertulias se convierten en espacios donde locales y británicos debaten sobre diversos temas, incluida la política. Hasta tal punto que el concepto de democracia parlamentaria que tenían  los inmigrados, se traducirá en un marcado sentimiento republicano del que algún que otro británico participará. No podría ser de otra forma, puesto que el funcionamiento de las instituciones políticas británicas no era susceptible de extrapolarse, al menos por entonces, a un país de tradición monárquica absolutista.

En lo que respecta a la economía, muchos inmigrados británicos de ambos sexos figuraban en las listas de contribuyentes, lo que les permitía el privilegio de votar para así mantener su estatus quo.

Cementerio inglés de Linares Protestante Cementerio inglés de Linares Protestante

De especial interés resulta todo lo concerniente a la educación, cultura y proselitismo religioso. Aspectos todos ellos en los que buscar algún tipo de diferenciación sería harto complicado. En este sentido, la mujer inmigrada, y en especial las de ascendencia británica, juegan un papel inédito en nuestra historia más reciente. Si bien serían sus predecesores varones los pioneros en hacer de misioneros durante dos décadas en el Distrito Minero, y del mismo modo, los encargados de fundar la primera iglesia evangélica en la Provincia ubicada en la Calle Cambroneras de Linares; a partir del último tercio del siglo XIX y principios del XX, las mujeres británicas tomarán el relevo en el ejercicio del apostolado a través de la enseñanza, impartida de forma gratuita a hijos de mineros.

Los padres de estos niños, que desde un principio se beneficiaron de la filantropía patronal llevada a cabo por algunos empresarios, como la familia Hasselden, por ejemplo; no tardaron en interesarse por las costumbres y formas de vida sus patronos. Hasta tal punto que muchos de ellos abrazaron la religión predicada por misioneros protestantes subvencionados  por algún que otro empresario británico afincado en Linares.  De tal suerte que, en horarios no lectivos, obreros y patrones compartían un mismo espacio para el culto y la oración. Culto practicado por la Asamblea de Hermanos, movimiento evangélico neotestamentario de índole sincretista  iniciado en Plymouht (Inglaterra) en el primer tercio del siglo XIX.

Esta nueva forma de ver el cristianismo desbancó al anglicanismo imperante en Linares y en el Distrito practicado por los primeros inmigrados, al ser aquél más participativo y menos jerárquico. El corpus doctrinal de la Asamblea de Hermanos caló profundamente no sólo en los estratos más humildes de la sociedad local, sino también en otros inmigrados de nacionalidades bien distintas: suizos, alemanes y franceses. Sus lápidas, ubicadas en el cementerio inglés, son prueba irrefutable de esto último. No obstante, conviene indicar que en todo momento, el hecho de poder inhumarse en dicho espacio constituyó hasta 1968, un privilegio al que no podrían acceder los protestantes locales.

Con todo lo expuesto hasta el momento, podemos afirmar que el cementerio inglés es reflejo de ese cosmopolitismo que caracteriza tanto a la ciudad de Linares como al Distrito. Un cosmopolitismo que se verá cercenado conforme nos adentramos en las fechas próximas a nuestra gran contienda bélica y la consecuente instauración del régimen franquista en España.

El vertiginoso descenso de los enterramientos en este espacio funerario refleja ese clima de conflictividad en el que protestantes locales y foráneos se vieron inmersos. Si bien los primeros fueron objeto de vejaciones y persecuciones, los evangélicos de ascendencia británica no corrieron la misma suerte que sus correligionarios nativos. Salvo el ataque a la Iglesia de Cambroneras por tropas de la Falange en 1948, las represalias de las autoridades locales apenas se dejaron sentir en la población inmigrada.

Ello obedece a dos poderosos motivos: por un lado, se forja una pseudoamistad entre Franco y Churchill, pues este último veía en el dictador un potencial aliado contra el comunismo. Pero si nos centramos en el ámbito local, hemos de entender que la Corporación Municipal jamás atacaría a aquel grupo social que contribuyó enormemente al desarrollo de nuestra ciudad y de toda la comarca en general. De tal suerte que conservaron algunos privilegios en la dura posguerra, como el poder seguir enterrándose en el cementerio que  construyeron sus compatriotas en 1855.Pese a todo al último vicecónsul (Carrol Holberton) emparentado con los Hasselden, familia ahora encargada de gestionar el cementerio inglés, se mostró en todo momento preocupado por la conservación de dicho espacio funerario. Si bien es cierto que el régimen franquista respetó este enclave, en ningún momento se preocupó por su conservación y mantenimiento.

     El deseo de vincularse a aquellos que trajeron una nueva forma de ver el cristianismo, unido a las pésimas condiciones de enterramiento a la que personas non gratas por el régimen eran sometidas; propició que los protestantes locales, auspiciados en la legislación del momento, acudieran  al último descendiente de los Hasselden, Enrique Hasselden Montes, para que les traspasase la propiedad. De  esta forma, desde 1968  pudieron hacer uso del espacio que antaño construyeron los británicos para su descanso eterno.

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