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El Teleférico de Madrid es una excelente manera de mirar y admirar la ciudad desde el aire. Se trata de cabinas que recorren colgadas de un cable de acero 2,5 km entre el acceso del Paseo del Pintor Rosales y el de la Casa de Campo, en la plaza de los Pasos Perdidos, cruzando por aire el río y la ribera del Manzanares.
Fue inaugurado en 1969. Sobrevuela el parque del Oeste y su rosaleda, la Estación del Príncipe Pío y las dos ermitas gemelas de San Antonio de la Florida. Durante el trayecto podemos observar el “todo Madrid”, si se sabe mirar bien: el templo de Debod (el más antiguo de Madrid, aun no siendo madrileño, puesto que es egipcio), la plaza de España (con sus rascacielos la Torre de Madrid y el neobarroco Edificio España), el Palacio Real y su inseparable Catedral de la Almudena (un caso insuperable de la inseparable alianza entre el trono y el altar), San Francisco el Grande (la tercera cúpula de Europa) o el popular Pirulí, la torre de televisión.
La Casa de Campo es una vasta extensión de terreno que adquirió Felipe II a la familia Vargas, cuando el monarca hizo de Madrid la capital de un imperio donde no se ponía el sol. La Casa de Campo fue convertida en una suerte de coto de caza o cazadero real, donde los reyes se solazaban dedicándose a este arte. Al añadirse las tierras adyacentes a las que compró en su día Felipe II a los Vargas, el rey Fernando VI las declaró Bosque Real.
Con el advenimiento de la II República, la Casa de Campo fue abierta al público y durante la Guerra Civil fue zona de frente durante el eterno asedio de Madrid por las tropas sublevadas del general Franco. Consecuencia de la prolongada actividad bélica en esta franja de terreno, es fácil darse de bruces contra búnkeres y trincheras. Los jardines del Reservado, Chico y Grande, y un remozado Palacio de los Vargas, a la espera de una verdadera reforma de calado, continúan esperando al visitante que cruza el Manzanares a través del Puente del Rey, cuyo origen se remonta a Fernando VII. El arquitecto siciliano Francesco Sabatini, favorito del rey Carlos III, construyó en la zona el puente de la Culebra sobre el arroyo Meaques y una acequia para transportar agua.
Desde 1946, la Casa de Campo volvió a abrirse al público, tras el paréntesis obligado por el vasto conflicto armado que enfrentó a las dos Españas, y bastantes años después, se cerró al tráfico de automóviles.